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El 'régimen' de Juan Carlos I

El 'régimen' de Juan Carlos I

lunes 02 de noviembre de 2009, 19:39h
Con la muerte de Sabino Fernández Campo se cierra un capítulo de información histórica sobre el 23 F, del que nunca, por la discreción que le caracterizaba, sabremos los españoles la verdad de lo que ocurrió en la Zarzuela.

Sabemos que el embajador de USA, Todman, representante de Ronald Reagan, fue esa noche a Zarzuela, sin que conozcamos sus verdaderos objetivos. La respuesta del General Alexander Haig, a medianoche, de que se trataba de un “asunto interno” de los españoles, puede darnos una pista, aunque luego se retractara, y Reagan fuera de los últimos en felicitar al Rey por el resultado.

Sabemos también que todo lo demás fueron contactos telefónicos, teletipos, faxes, etc., y que el Rey estuvo sólo con Sabino para “resolver la crisis”, crisis externa, pues se centraba en el asalto al Congreso por Tejero, y la puesta de los carros de combate en las calles de Valencia del General Milans del Bosch. El resto de Capitanías, no sabemos cómo se pronunciaron, y si sabemos que el General Armada fue condenado, con otros, por su participación en el golpe militar.

Lo cierto es que el Rey le hizo un gran favor a la democracia partitocrática de la que disfrutamos, algunos a regañadientes, pero el país le debe ese inmenso favor.

A pesar de ello, hay algunas incógnitas que me sugiere el episodio:

1ª: ¿Por qué no se acudió al Tribunal Constitucional? No me consta ni siquiera que fuera avisado o consultado.

2ª: Si el papel del Rey es el de árbitro, y sin poder ejecutivo, aquí no hizo de árbitro, sino de jefe del Ejército.

3ª: ¿Qué pintaban los USA en esta historia?

4ª: ¿Cuál fue el verdadero papel de Armada y de los que se reunieron con él en Lérida?,
etc.

El 23F merece un sitio en la Historia del “Régimen” Juan Carlista, y nótese que lo he llamado “régimen”, como se le llamó “régimen” al franquista, ya que la monarquía había abdicado en la figura de Alfonso XIII, cuando abandonó España en 1931. Tampoco se reinstauró al final de la guerra, cuando el General Franco, al frente de las tropas rebeldes a la República, ganó la guerra, e instauró el régimen de partido único, el del Movimiento.

Algo debió maliciarse Franco, cuando fue consciente de que un régimen sólo dura hasta que muere el que lo instaura, o bien lo quitan, pacíficamente, o por la fuerza, y por eso se trajo al joven Juan Carlos, hijo de Don Juan, el hermano segundo, que desde Estoril alentaba a los escasos monárquicos que quedaban en el país.

Fue a principios de los años 70 que Joaquín Satrústegui, liberal de pro, personaje íntegro y recto donde los hubiere, me acompañó a “O Muxaxo”, un restaurante en la playa de Guincho del estuario del Tejo, a conocer a Don Juan. Algo no le debió sentar bien a mis celos liberales juveniles de entonces, tenía 23 años, cuando no me consiguió convencer para entrar en su incipiente partido la UNIÓN LIBERAL, en la que militaban unos tan escasos como relevantes personalidades, como fueron: José Antonio de Zulueta, Miralles, y dos o tres más, cuyos nombres no me vienen a la memoria, y a quienes intentamos introducir sin éxito en el 76-77 en el Centro Democrático. Joaquín Satrústegui fue candidato por Senadores para la Democracia, aunque más tarde volví a encontrármelo en los Clubs Liberales, donde hizo sus últimas armas en la Operación Roca, con nuestro amigo y compañero, Justino de Azcárate y Antonio Garrigues Walker.

¿Dónde estaban los monárquicos en 1976? Pues aquí y allá, pero en todo caso, poquísimos, y en este punto debo destacar la labor del Catedrático Carlos Ollero, que enviado oficiosamente por el Rey, consiguió unir a la oposición democrática, con los famosos “documentos Ollero”, a los que no se les dio la debida relevancia histórica, al menos en la historia televisada de Victoria Prego, que injustamente ha atribuido la Transición al PCE, cuando la realidad es que fue el acuerdo entre la Platajunta y el presidente Suárez,  lo que fué crucial para la implementación de los Pactos de la Moncloa, consecuencia de la filosofía de la “ruptura pactada”,  nacida en la “Platajunta” a la que yo pertenecí, que encauzó las aguas tumultuosas de la oposición democrática, y complementó la labor del presidente Suárez, que se encargaba, por su parte, de liquidar los restos del régimen franquista (Cortes).

Otra vez aparece la mano del Rey, en la elección de Suárez, en la terna que le presentó Torcuato Fernández Miranda, ¿por qué eligió a Suárez? Y no a otro.

Suárez, a su vez, se encontró con un régimen debilitado, no sólo por la muerte del dictador, sino por la desaparición, ¡oh fortuna!, del Almirante Carrero Blanco, volado oportunamente por los aires, a 300 metros de la embajada USA, en la calle Claudio Coello, según cuentan, en la operación “ogro”, por la ETA, aunque somos muchos los que nos preguntamos, ¿cómo consiguieron hacer volar por los aires 5 pisos, a un Dodge Dart, blindado, sin apenas daños colaterales a los edificios cercanos, unos etarras haciendo un agujero en la calle desde un sótano cercano, sin que nadie se enterara de nada?. El artificiero que montó el dispositivo tenía que saber mucho de conos de deyección y otras “zarandajas” explosivas, para alcanzar el resultado que produjo. Carrero Blanco salía todos los días de su casa, enfrente de la embajada USA, a su despacho en la Castellana. Iba a la Iglesia frente a la embajada USA, daba la vuelta por Juan Bravo y Claudio Coello, y se dirigía a Presidencia del Gobierno. Todos los días igual, por un largo periodo de tiempo. El saber no ocupa lugar, pero incomoda.

 Su muerte puso frente a Suárez al “llorón” de Arias Navarro, a quién, una vez más, el Rey exigió su dimisión. Antonio Valdés y González Roldán, ministro de Fomento y amigo mío, se fue como tantos otros a la calle y de vuelta a la vida civil, para permitir la instauración del Régimen Monárquico Partitocrático.

¿Por qué no hubo referéndum sobre la Monarquía? Lo hubiera ganado el Rey, sin ningún problema, pero Suárez lo coló dentro de la propuesta Constitucional de 1978, instaurando un régimen partitocrático, con una ley electoral con listas cerradas, que imposibilitaron el acercamiento entre los diputados y los ciudadanos, a la vez que favorecían a las áreas menos pobladas, y también a los partidos periféricos nacionalistas. Una ley de Partidos Políticos, que hace dueño del Partido al jefe, a veces jefecillo de turno, y la gran “parida” de las 17 Autonomías, el café para todos, que nos ha llevado a multiplicar el Estado y los funcionarios, y a la divergencia y a la desunión de España.

¿Por qué nadie puede dirigirse al Rey en busca de arbitraje?

Ahora mismo, los ciudadanos y la sociedad civil estamos hartos de burocracia, corrupción, impuestos, incapacidad para gobernar el país. ¿Qué podemos hacer? ¿A quien acudir ?.Tendrá que tomar la iniciativa la sociedad civil?.Mucho tendrían que cambiar los partidos hegemónicos `para que ellos pudieran hacerla  a eso venia mi anterior articulo ”El  necesario Golpe de Estado de la Sociedad civil “

¿Dónde estaba el arbitraje del Rey, cuando vio que el ejecutivo se comía vivo al legislativo y al judicial?

Para eso, dicen, tenemos al Tribunal Constitucional, que mira por donde también está dominado por los Partidos Políticos.

Esto no puede acabar bien, más bien creo que va a acabar mal, y por eso lo he llamado “Régimen”. Dios guarde al Rey muchos años, que falta nos va a hacer para resolver el “marrón” en el que nos hemos metido hasta las cejas.

 El árbitro debería pitar el final de este dramático partido que pone en riesgo el futuro de España.


* Bernardo Rabassa Asenjo. Sociólogo, Presidente del Club Liberal Español. Premio 1812 (2008)
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