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Schengen,  Chilcot y las primaveras árabes

Schengen, Chilcot y las primaveras árabes

sábado 14 de mayo de 2011, 21:18h
Si el Parlamento y la Comisión Europea endorsan la decisión de los ministros del Interior del pasado día 12 de suspender temporalmente el tratado de Schengen, en breve tendremos que volver a mostrar el pasaporte en las fronteras nacionales europeas de nuevo restablecidas. Uno de los grandes logros de la Europa Unida (UE), la libertad para más de 400 millones de europeos de moverse libremente dentro de una frontera única europea, habrá desaparecido temporalmente. Temporalmente es un eufemismo que utilizan los políticos para describir lo que será permanente. La medida no va dirigida contra los europeos, sino que la provoca el temor de que cientos de miles de ciudadanos extra-europeos, principalmente árabes, se muestren menos confiados de lo que nosotros estamos con sus primaveras democráticas, y se agolpen en las fronteras de la UE. Mientras tanto, en el Reino Unido, el General Mayor Michael Laurie, Director General de la Inteligencia Militar durante el gobierno de Tony Blair ha declarado ante la Comisión Investigadora Chilcot que intenta dilucidar el comportamiento del Ejército británico en la última guerra de Irak y en Afganistán que “en su momento sabíamos que el objetivo del dossier (N: el que el Gobierno de Tony Blair les había pedido sobre la existencia o no de armas de destrucción masiva en poder de Saddam Hussein) era crear un motivo para la guerra”. Esta declaración insospechada y primera de un alto oficial británico en contra de la versión de su gobierno la complementaba diciendo que  observamos cada pulgada de tierra de tierra iraquí y ”no encontramos evidencia de aviones, misiles o equipo relacionado con armas de destrucción masiva”. Según la investigación que le fue encargada a Sir John Chilcot en Junio de 2009 por el gobierno de Gordon Brown, sobre la participación de las tropas británicas en Irak, algunos otros miembros influyentes del gobierno Blair decían a los funcionarios de inteligencia que Estados Unidos se sentiría traicionado si su socio de referencia en Europa no iba en la invasión de Iraq y que derribar a Saddam Hussein era el precio que había que pagar para asegurar los abastecimientos de petróleo. En círculos próximos a Sir John Chilcot se ha hecho saber que el mismo Secretario de Defensa entonces, Robert Ainsworth, intentó influir  “de forma inaceptable en un estado de derecho”  en la Comisión y que se sugirió a esta que un juicio adverso en especial sobre el tratamiento de los detenidos en Irak y Afganistán sería extremadamente perjudicial para la defensa, la seguridad, y los intereses externos del Reino Unido. Es verdad que sobre los inexistentes motivos para aquella guerra, al menos los motivos declarados, sabemos ya bastante pero estas revelaciones resultan especialmente importantes porque otras varias guerras en las que participamos, se han iniciado después, incluida la actual contra el clan Gaddafi. Nadie va a lamentar que otro dictador se vea obligado a dejar el poder pero la pregunta es si es legítimo el papel de policía universal que se arroga Occidente contra ciertos países aparentemente seleccionados entre un número considerable que se encuentran en lo que podríamos llamar “situación idónea para una intervención militar”. En cualquier caso, de lo que no cabe duda es que existe una relación de causa a efecto en la guerra que tiene lugar en Libia, y en otros países, y el número creciente de árabes y asiáticos que han perdido su trabajo allí y que intentan desesperadamente llegar a algún país europeo. Una de las primeras reflexiones que suscita  esta afluencia de trabajadores principalmente magrebíes a Europa y la que puede ocurrir masivamente en un futuro próximo, según el temor de los ministros del Interior europeos, es que existe una relación de causa a efecto con la guerra de Libia y las otras guerras con el crecimiento de candidatos a la emigración. Las primaveras árabes no están resultando tan convincentes como era de esperar para las mayorías silenciosas de desempleados y ni siquiera para los jóvenes iniciadores del supuesto buen tiempo primaveral. Probablemente con razón, porque en el mejor de los casos y suponiendo que advenga la democracia, que la prensa sea libre, y que el estado de derecho se extienda, los problemas de sus economías son estructurales y sin solución a corto o medio plazo. La historia demuestra además que las revoluciones no es lo mejor para la estabilidad de un país, para el buen gobierno, o para la democracia, y que  casi siempre terminaron  en dictaduras. Egipto y Túnez evalúan ya el coste de las revueltas para sus economías en ambos casos muy dependientes del turismo y de las remesas de sus trabajadores expatriados. Más de cinco millones de trabajadores egipcios expatriados en países del Golfo podrían ser objeto de expulsión si los nuevos gobernantes egipcios no son cuidadosos con las peticiones de Arabia Saudí. Cientos de miles de palestinos fueron expulsados del Golfo cuando Yasser Arafat se solidarizó con Saddam Hussein después de la invasión de Kuwait. Otra reflexión posible es que a fin de cuentas la decisión de reimponer el control de fronteras nacionales en Europa es coherente con el ascenso de los conservadores y sobre todo de las extremas derechas en Europa. La reciente decisión de Dinamarca de imponer unilateralmente controles en sus fronteras tiene lugar en medio del ascenso político de Pia Kjaersgaad, líder del partido del Pueblo Danés. En Austria, Holanda, Finlandia, Suiza, Bélgica, Francia, Suecia, Italia,  Dinamarca, Hungría, Serbia y en casi toda Europa, la extrema derecha está en auge alrededor de un tema seguramente movilizador como es la identidad nacional que la Comisión Europea no ha sabido sustituir por una identidad europea. En lo que a las primaveras árabes respecta conviene recordar que una alternativa a la fuerza y a las guerras siempre ha existido y puede que aún exista. Existía en la década de los años 50 y 60 cuando los nacionalismos combatían la colonización. Entonces lo anacrónico era la colonización y no los nacionalismos. Los nacionalistas dejaron paso a élites preparadas en su mayor parte en países occidentales, familiarizadas con la democracia, y capaces de haber realizado una transición democrática. Los europeos prefirieron entonces la defensa a ultranza de sus intereses antes de acomodarse a las nuevas situaciones. El modelo de transición en marcha en Marruecos podría tener éxito si Europa le da un poco de prisa al rey de Marruecos. ____________________________________________________________________ * Domingo del Pino es especialista en el mundo árabe, ex delegado de la Agencia EFE en Marruecos, ex corresponsal de El País para el Norte de Africa, fue miembro de la Euro Med and the Media Task Force de la Comisión Europea y, actualmente, es miembro del consejo editorial de la revista bilingüe Afkar/ideas; colaborador de Política Exterior y Economía Exterior; de la Revista Española de Defensa; y director del Aula de Cooperación Internacional de la Fundación Andaluza de Prensa.
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