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Contra la clase política

Contra la clase política

lunes 10 de diciembre de 2012, 12:11h
Cuando escucho la expresión clase política me vienen a la memoria las lejanas clases de la asignatura Estructura Social, de tercero de Sociología. La teoría de las clases sociales por antonomasia es la teoría marxista, que relaciona la clase con la propiedad de los medios de producción. La otra gran teoría de las clases es la teoría weberiana, que relaciona la clase con la posición en el mercado. La idea de una clase política no corresponde a ninguna de las dos grandes teorías sociológicas. La afirmación de que dos diputados, uno terrateniente y otro profesor de primaria en una escuela pública, son de la misma clase, no resiste un examen riguroso. Sobre todo, pasados los cuatro años de una legislatura y vuelto cada uno a su trabajo.

El concepto de clase política no es políticamente inocente. Nace entre los autores del prefascismo y protofascismo italiano, como Mosca, Pareto, o el alemán Michels. En un tiempo en el que, como ahora, se cuestionaba la democracia representativa desde sectores de la izquierda y la derecha. También entonces, como ahora, una crisis económica ayudaba a extender sus ideas a los críticos del parlamentarismo.

Decir que todos los políticos son de la misma clase, es el anverso de una moneda en cuyo reverso se afirma que todos los ciudadanos son de la misma clase; y por tanto, que en la sociedad no hay ni grupos con intereses contradictorios, ni conflictos, ni desigualdades sociales. Para los totalitarismos de derecha, afirmar que hay una clase política es una forma de negar que pueda haber políticas de clase. Es negar que pueda haber políticas diferenciadas, según sirvan a los intereses de unos u otros. Para los totalitarios de izquierda, la clase política, y la política «burguesa» en general, solo sirven para entorpecer el avance revolucionario del pueblo.

Un pueblo que, en los populismos de uno u otro signo, es imaginado sabio, puro y, sobre todo, homogéneo, es decir, sin contradicciones. Un pueblo único que no necesita representantes con voces distintas. Representantes a los que, por otra parte, la propaganda populista distancia de sus representados con la vieja técnica de afirmar que son distintos y distantes, como cuando decían que el diputado Pablo Iglesias tenía un abrigo de pieles (todo lleva mucho tiempo inventado, bueno los iPads un poco menos). Y así, sin estructuras de mediación, el populismo confía en que, tarde o temprano, se produzca la deseada comunión entre el pueblo y un líder, que es al mismo tiempo el guía del pueblo y la voz del pueblo. A algunos de esos líderes los escucharán por las mañanas en las radios, oficiando el culto a ese nuevo amo con vocación de Uno totalitario que es la opinión pública.

Hace unos días un compañero de facultad me habló de la clase política; estoy seguro de que no quería usar el término en un sentido sociológicamente riguroso, entre otras cosas porque es un concepto que carece de rigor sociológico. Lo usó políticamente, y eso fue lo que me dejó preocupado.
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