Alquilar, comprar o estudiar
jueves 09 de mayo de 2013, 09:14h
El Mercantilismo del s. XVII identificaba la riqueza de un reino con
el oro y plata atesorado dentro de sus fronteras, y la Fisiocracia del XVIII
con la agricultura. Los españoles del S.
XXI siguen identificando la riqueza con la propiedad de la vivienda. La opción
entre comprar o alquilar no ofrece dudas. En España hay 25.200.000 viviendas,
según el INE, y el 83% de los españoles ha optado por la propiedad; por el
alquiler sólo el 17%. Y muchos de los últimos confiesan en las encuestas que si
no compran es por falta de medios, no de ganas.
Hoy España es el noveno país de Europa en número de viviendas en
propiedad. Los otros ocho países con más proporción de propietarios son
Rumanía, Lituania, Croacia, Eslovaquia, Hungría, Bulgaria, Estonia y Letonia. Tienen
en común con España una economía agraria muy importante o un pasado rural muy reciente.
Se pueden comparar esos números con el país más industrializado y poblado de
Europa; Alemania, con uno de los menores parques de viviendas en propiedad del
continente, sólo el 53'2 %, mientras un 46'8 % vive de alquiler, con toda la
facilidad para la movilidad laboral y flexibilidad para adaptarse a nuevas
circunstancias económicas que eso supone. Los atavismos agrarios en la compra
de viviendas son importantes, pues nos remiten al arquetipo del "hambre de
tierras", esa ansia de los labriegos, ya sean aristócratas o jornaleros
devenidos en toreros, por adquirir terrones donde plantar una espiga.
Por supuesto pesa en el inconsciente colectivo, y mucho, un concepto
del tiempo lineal con el cual nos convencemos del carácter glorioso de un
futuro de progreso. Eso se contradice con la concepción cíclica vista a través
del prisma agrario de los acontecimientos, basado en la sucesión de estaciones,
en la muerte de la naturaleza en invierno y su resurrección en primavera, en el
día y la noche o la reencarnación de la semilla en el fruto y la legumbre. El
tiempo lineal es más propio de un relato judeocristiano de pastores iniciado en
el Génesis para enfocarse en el Juicio Final, y se solapa con nuestra
cosmovisión del Universo, iniciada en el Big Bang y aún en expansión. También con
la lectura que hacemos de nuestras vidas; no existíamos antes y nunca hemos
existido, nacemos al ver la luz, crecemos, nos desarrollamos y se promete la
Gloria Final y eterna a quienes se hayan portado según el manual.
Esa idea permea el concepto de la propiedad y las esperanzas futuras
en el valor siempre creciente de la vivienda. ¿Cuántas veces nos vimos
obligados a oír durante el boom inmobiliario que los pisos nunca bajarían de
precio? ¿Qué hipotecarse era una inversión segura y el alquiler tirar el
dinero? Nadie parecía recordar como en las economías agrarias siempre se han
sucedido ciclos de vacas gordas y ciclos de vacas flacas, y el capitalismo no
es una excepción a ese carácter de vaivén constante.
Más preocupante es cuando esa fe ciega en el progreso del futuro se
aplica a la euforia consumista como motor del sistema económico. Yo también
critico la austeridad y la subida del IVA, pero no sé como resolver la
contradicción de generalizar ese sistema de consumo generalizado para diez mil
millones de seres humanos en un planeta con unos recursos finitos. La creencia
en los milagros de la ciencia y en el carácter lineal e inevitable del progreso
no dan para tanto. Pero dado que la tesis del Crecimiento Cero propuesta por el
Club de Roma, en 1972 es ignorada por todo Dios, que Mariano Rajoy se mofa del
cambio climático porque un primo suyo, científico, le ha explicado la falsedad
de los ciclos de calentamiento terrestre, y que nada menos que el 64'9 % de los
españoles piensa que la mejor herencia que se le puede dejar a un hijo es un
piso, preferible a unos estudios o a saber idiomas, sólo podemos llegar a una
conclusión; no hemos cambiado tanto desde el siglo XVII; los mercantilistas,
los fisiócratas, Rajoy, el ministro Wert y más de la mitad de los españoles siguen
confiando en un futuro glorioso, abrazando mientras tanto la estatuilla de San
Isidro Labrador como remedio para el cambio climático y las vacas flacas y la
idea del oro y la tierra como riqueza en vez de los estudios y los
departamentos de investigación.
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (6)
21002 | B T-M - 09/05/2013 @ 14:55:03 (GMT+1)
Lo de doblar la dosis era broma, don Ángel, la normal que tomo ya es bastante alta. Ahora ya en serio; tiene usted razón. Armamento, pero también medicina (a propósito de la dosis) pero con dos preocupantes corolarios. Primero; cuanto más avanzada la técnica, medica también o de destrucción, más cara, minoritaria y elitista. Segundo, el progreso técnico no implica progreso humanístico. Seguimos siendo cromañones adorando chamanes, pero ahora proyectados en pantallas de plasma.
20997 | Angel - 09/05/2013 @ 12:56:33 (GMT+1)
Una de las pocas cosas en las que el progreso sí parece lineal es el armamento; triste sino el nuestro: caminar por la cuerda floja de la civilización con el peligro siempre acechante de caída al abismo de la barbarie.
20996 | B T-M - 09/05/2013 @ 12:43:51 (GMT+1)
Aterradora cita, don Ángel. gracias una vez más. De niño siempre me impresionó la imagen de las oleadas de lemmings precipitándose por los acantilados noruegos en un suicidio colectivo. Luego supe que era sólo una leyenda, pero a veces veo a la humanidad procreando sin freno como los lemmings de mi niñez, multiplicándose hasta arrasarlo todo para acabar arrojándose al abismo. Luego me tomo las pastillas potenciadoras de la fe en el progreso-científico-sin-fin y dejo de ver cosas raras. Con su oportuna cita tendré que doblar la dosis.
20994 | Angel - 09/05/2013 @ 12:19:22 (GMT+1)
Pues sí, sí que se agradece la conversación humana y racional (y con citas y referencias bibliográficas, añado, cosa que a mi me encanta, siguiendo la estela de Montaigne). Me alegra que se haya hecho eco del libro de Kovacsics. Les dejo con otra cita, esta vez de Eduardo Subirats, extraída de Violencia y civilización (Losada, 2006), es un poco extensa, pero creo que merece la pena y viene al caso: "Las agencias militares y financieras de la guerra global han transformado propagandísticamente este absurdo de la destrucción y la muerte en último fin trascendente del progreso de la humanidad. Proclaman directamente la destrucción masiva de sistemas urbanos o ecológicos como fines civilizatorios, porque constituyen precisamente el medio de prolongar un concepto de desarrollo a través de la reconstrucción, el subsiguiente endeudamiento financiero, la dependencia política y, como eslabón final, el expolio de recursos naturales y humanos. La guerra se presenta como factor modernizador, la destrucción como medio de desarrollo social, y el final de la historia como el verdadero sentido apocalíptico de la humanidad."
20982 | B T-M - 09/05/2013 @ 11:09:42 (GMT+1)
Buenos días, don Ángel; Puntual y certero. No como el lenguaje travestido al que se refiere Kovacsics. Como ve he hecho caso de su recomendación anterior... "(las cosas) sorprendentemente intactas, carecían de nombre, y se ofrecían para ser renombradas", dice en "Guerra y lenguaje". Esas cosas intactas, aún sin nombre, suenan a ese paraíso original donde empieza ya el destrozo humano. Yo también he vivido de alquiler la mayor parte de mi existencia, y estaba contento de andar de aquí para allá, viviendo en un sitio o en otro, ligero de equipaje de acuerdo con la recomendación machadiana, dándome a la movilidad interior y exterior, como diría la ministra Báñez. También debía soportar aquí las continuas pullas de los hipotecados y la presión social para comprar... tiempos aquellos... "Ese aroma que evoca los fantasmas de las fragancias vírgenes y muertas"; por seguir machaconamente machadiano. Gracias, don Ángel, por dos cosas; una, la oportunidad, siempre escasa, de mantener un dialogo humano y racional. Dos, por la acertada recomendación bibliográfica. Tomo nota, como siempre. A cambio le ofrezco otra reflexión sobre la concepción lineal del tiempo judeocristiano, el cual subyace también en el alma de los nacionalismos irredentos, que a través de los sufrimientos de un imaginario martirio aspiran a la Gloria eterna del paraíso independentista. Hay tanto clero nacionalista...
20981 | Angel - 09/05/2013 @ 10:38:14 (GMT+1)
Sin olvidarnos de las desgravaciones por la compra de vivienda, fuese la primera, la segunda... En cambio, a los que vivíamos alquilados no nos ofrecían casi ninguna ventaja fiscal, de hecho éramos el hazmerreír entre los grupos de amigos y gozosos propietarios (de una -o varias- hipotecas, claro). Hablo de memoria: recuerdo haber leído que hasta pasados los años 50 del siglo pasado en España la tasa de habitantes que vivían de alquiler era superior a la de propietarios, supongo que todo cambiaría con el "boom de los 60" y así seguimos. Somos, junto a los elefantes, los únicos animales que destrozamos nuestro hábitat vital; y los pobres elefantes antes tenían suficiente espacio para su método de vida, emigrar y volver al mismo lugar reverdecido pasado los años. Creo que el concepto ilustrado de dominio de la naturaleza tampoco ha ayudado mucho a concienciarnos por convivir sin degradar nuestra casa. Lectura para hoy: GRAY, John. Contra el progreso y otras ilusiones. Paidos Ibérica, 2006. Salud, don Bruno.
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