miércoles 27 de mayo de 2015, 14:43h
Los descontentos utilizan como contraseña la identidad de un
personaje retornado a la política activa: Sarkozy. ¿Sigue en su despacho María
Dolores?, pregunta uno de ellos a su compadre más próximo. "Ahí continúa", responde
el interpelado. "Nos vemos... Sarkozy". "Adiós amigo... Sarkozy". Y así circulan
por los pasillos de Génova, intercambiándose críticas al Jefe y consignas en
clave. El desastre electoral del Partido Popular ha conmovido a muchos de sus dirigentes. Descartado
Mariano Rajoy y su cortejo de derrotados, los más inquietos, que son muchos ya,
se interrogan angustiados: ¿Quién de nosotros podrá reanimar al enfermo? Sarkozy. Los
disconformes piensan que ha llegado la hora de hacer política con mayúsculas,
que ya no basta con ondear la bandera de la presunta recuperación económica,
que se debe combatir cuerpo a cuerpo y que se puede recuperar gran parte de lo
perdido. Sarkozy, repiten con insistencia los más abrumados. "Aún es posible,
pongámonos a trabajar y reagrupemos a esa mayoría natural de buenos españoles
que nos confió la gobernabilidad de España", se animan los unos a los otros.
Nuestro Sarkozy se llama José María Aznar.
Es posible que me columpie, pero no me extrañaría nada que
ese murmullo clandestino se transformara muy pronto en un clamor estrepitoso.
Todos los populares saben que, vuelto
Sarkozy a la pasarela pública, el centro derecha francés ganó las elecciones
regionales al socialismo gobernante y paró el ascenso sostenido de los ultras
de Le Pen. Saben también que Angela Merkel torció los pronósticos previos y
rozó la mayoría absoluta en Alemania. Es más, los despavoridos subalternos de
Rajoy guardan las portadas de los diarios británicos que recientemente contaron
la sorprendente victoria de Cameron. El Primer Ministro conservador había
superado las encuestas que le auguraban una derrota histórica. Sus antecedentes
no eran buenos: Cameron había atajado brutalmente la crisis, puesto en peligro
la unidad nacional y cargaba con el pesado fardo de los recortes impuestos a su
pueblo, pero ganó abrumadoramente los comicios generales en el Reino Unido.
Algunas comparaciones son odiosas, pero otras, las más
consecuentes y perfiladas, provocan la desazón en aquellos que se atreven a
proclamarlas. Rodeado de tanta mediocridad, malaconsejado por sus analistas,
Rajoy parece incapaz de hilvanar el discurso que su parroquia tradicional
quiere escuchar. Así las cosas, el verbo Sarkozy podría hacerse carne en la
figura de Aznar. ¿Qué pensará de todo esto el fundador del Partido Popular?
Recordemos lo que dijo hace algunos meses: "Cumpliré con mi responsabilidad,
con mi conciencia, con mi partido y con mi país". Leída la cita, constatado el
inmovilismo genético de Rajoy y su incapacidad para remontar la pendiente,
mucho de los suyos se consuelan pensando que José María Aznar sigue en la
recámara.