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Entrevista a Arturo Pérez Reverte, escritor y académico de la RAE
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Entrevista a Arturo Pérez Reverte, escritor y académico de la RAE

“He leído demasiado para saber que el mundo no se puede cambiar”

viernes 10 de julio de 2015, 18:28h
Fue reportero de guerra durante más de 20 años y como escritor ha vendido más de 15 millones de ejemplares de sus novelas en todo el mundo. Arturo Pérez Reverte (Cartagena, España, 1951) tiene, sin embargo, la certeza de que dentro de unos 30 o 40 años el panorama de la lectura habrá cambiado completamente: “Si yo tuviera que empezar ahora, si fuera un joven escritor, no escribiría novelas, sino guiones para videojuegos o series para televisión, que van a ser los dos grandes territorios narrativos del futuro”.

Pesimista, escéptico, lúcido, ilustrado y académico de la Lengua, Pérez reverte está convencido de que al libro en papel, al libro en su formato tradicional, lo ha matado el Iphone y el smartphone: “Antes ibas en el metro y veías siempre a varias personas leyendo un libro. Ahora está todo el mundo con el puto teléfono móvil mandando mensajes. El sujeto que antes dedicaba esa hora y media de transporte a leer, si tenía algún tipo de inquietudes, ahora la cubre con los mensajitos y los Whatssapp, con lo que, una vez desaparecida la necesidad de leer, desaparecerá también la demanda de libros. Y me temo que esto va a más. Y no se trata de que la gente lea en formato diferente (ebook, etc.), no, es que la lectura como compañía ya no es necesaria... ¡Si hasta los que somos lectores habituales, esa hora y media la dedicamos, en vez de leer, a ver los mensajes y los correos electrónicos! En otras palabras, que hasta la élite lectora de toda la vida, dedicamos menos tiempo a leer”.

Seguro, sincero y convencido de lo que dice, para el académico “el mundo que viene es así. Para quienes hemos sido educados de otra manera este es un mundo muy hostil, aunque entiendo que un chico pueda vivir en ese mundo a gusto y relajado, no es para mí...”.

J.M.V.- Vale. Pero una cosa es la muerte del libro y otra muy distinta, la muerte del individuo. ¿Piensas con frecuencia en ella?, ¿le temes?

A.P.R.-Desde muy joven he visto morirse a demasiada gente y tengo más que asumido que un día me tocará a mí. La muerte es simplemente la otra cara de la vida. Yo soy mediterráneo y tengo ese fatalismo vital pero, además, he leído también mucha historia y eso te ayuda a encajar intelectualmente el final...

Has estado demasiados años cerca de las trincheras, los kalashnikov, la tortura, la barbarie, la miseria y, supongo que también, la grandeza del ser humano. Si tuvieras que hacer un balance de la condición humana, ¿Cuál sería?

Malo, muy malo. Como colectivo, el ser humano es muy peligroso. A eso añádele los libros que leo, un cierto conocimiento de la historia, de la sociología y de la política, y la conclusión es muy clara: digamos que el género humano, en general, no me produce grandes emociones, aunque individualmente, sí. Siempre hay gente que merece la pena y a la que procuro respetar, admirar, arrimarme, aprender de ellos y ayudarles cuando puedo, pero como colectivo, merecemos el disparate en el que estamos.

Y ese afán de algunos por tergiversar la historia en función de sus intereses y no de la verdad, ¿de cuando data…?

La historia siempre ha sido tergiversada. Y Homero, Virgilio o Jenofonte manipulaban ya la historia. Ahora, sin embargo, es diferente. Tengo una teoría un poco burda, aún no muy desarrollada, que, en esencia, viene a afirmar que antes la historia la manipulaban las élites, ya fuera por razones políticas o sociales. En ello, al menos, había una responsabilidad intelectual por parte del historiador, del hombre culto. Ahora, sin embargo, la escriben analfabetos; está en manos de las redes sociales o de cualquier político analfabeto -y no hablo solo de Podemos, incluyo también ahí al PP, al PSOE, a IU y a los políticos de la UE-. Entonces, esa manipulación, que siempre ha existido, cuando era culta, al menos producía resultados hermosos. La Guerra de Troya contada por los griegos no sería la misma que contada por los troyanos, pero produjo ‘La Ilíada’. Ahora se le hace la manicura a cualquier acontecimiento y por parte de cualquier analfabeto de barrio, o de cualquier político de Bruselas -y no hablo solo de España, podría meter también aquí a un francés, un sueco, un danés o un inglés-. Ahora, pues, están circulando versiones actuales de la historia creadas por individuos ignorantes de esa historia. Ya no es la élite culta la que manipula. Siendo, como es, manipuladora, ahora tiene efectos devastadores. Ahora, por ejemplo, estoy leyendo a Las Cases hablando de Napoleón, a Maquiavelo hablando de las guerras italianas, y sé que estoy leyendo una versión manipulada, lo sé. Pero se trata de Maquiavelo, de Las Cases, de Jenofonte, Homero, Virgilio... ¡Manipúlenme así! Al menos estoy aprendiendo y engordando mi capacidad intelectual.

Parafraseando el lema de la RAE, amenazaste con publicar un día una novela que se titularía ‘Limpia, mata y da esplendor’. Ya has dado el primer pasito cargándote (literariamente hablando, claro) en tu última novela, ‘Hombres buenos’, a uno de tus compañeros de la RAE, Francisco Rico. Eres el enfant terrible de la Academia y, creo que solo Sabina podría hacerte sombra, si un día ocupase algún sillón de la RAE...

Me aguantan porque siempre hay un chico malo en el patio del colegio... Por cierto, que no soy el único que ha intentado que Sabina esté en la RAE. No estoy seguro de que aquí fuese aprobado su nombramiento, pero sí de que algunos lo votaríamos. En todo caso, su estilo es muy distinto al mío y no creo que nos hiciéramos competencia (ríe abiertamente)... En la Academia se guardan mucho las formas. Hay una serie de códigos internos, no escritos, de comportamiento con los compañeros y eso permite ser solo un poco gamberro dentro, pero siempre con unos límites. Fuera, sin embargo, cada uno puede manifestarse como quiera. Por cierto, que yo me negaba al principio a entrar en la Academia, pero me convencieron y ahora, desde luego, estoy muy orgulloso de pertenecer a ella.

¿Escribes de historia para poder hablar del presente sin herir susceptibilidades?

¡Pero es que la historia hace referencia constante a la actualidad! Cuando hablamos de Troya y del caballo de madera, hablamos de ahora; o cuando lo hacemos de Jenofonte y la Anábasis, con soldados que luchan en medio de los obstáculos más desalentadores, del terreno y del tiempo contra enemigos salvajes y la falta de provisiones, estoy hablando de ahora, y cuando escribo una novela histórica hablo también de ahora. Yo siempre hablo de ahora porque la historia no es más que un mecanismo para entender el presente. Tengo una ventaja y es que he podido manejar una gran biblioteca tanto en casa de mis padres como en la de mis abuelos y por eso cuando, en mi época de periodista, llego a Beirut,pongamos por caso, estoy viendo allí Troya porque yo había leído ya sobre ella. Cuando llego a esa vida, lo hago ya con una serie de mecanismos interpretativos, con la cultura mínima y adecuada proveniente de la biblioteca. Los libros de historia, desde luego, me han ayudado mucho para entender mi vida porque yo, durante más de 20 años, he vivido la historia en directo y de cerca. Sin historia, el presente no es comprensible. No hay nada nuevo, solo cosas olvidadas; todo ha ocurrido ya, y la historia te permite reconocerlo y ver lo que pasó. Y vemos la historia en experimentos y alegrías actuales, que parecen novedades cuando todo eso está ya superinventado y superprobado y fracasado o no. De ahí el escepticismo que tenemos algunos. De ahí también que al haber privado a los escolares españoles y europeos del estudio serio de la historia, les estamos quitando una herramienta necesaria para comprender el presente. Estamos creando generaciones de huérfanos sin memoria porque les estamos escamoteando todo aquello que permite explicar el presente.

En ‘Hombres buenos’, vienes a decir que “incluso en tiempos de oscuridad, siempre hubo buena gente que quiso traer a España la luz y la razón…”. Los que corren, en el siglo XXI, son tiempos de oscuridad o de luz?

No se las ve, y de ahí mi angustia. Y mi alegría cuando te das cuenta de que alguien las detecta. Las hay, pero este tampoco es un siglo de luces. Y es una cosa muy triste porque en algún momento de nuestra historia estuvimos a punto de conseguirlo. El XVIII desembocó en el XIX y en el XX ya se fastidió todo. Fue la ocasión perdida. Las revoluciones cambiaron de rumbo. La revolución rusa, que era necesaria, terminó en Stalin. La revolución española, que era necesaria, terminó en Franco. La revolución europea, que era necesaria, terminó en Mussolini y Hitler. Y todo eso ha terminado en la Bruselas de ahora. Hemos ido perdiendo ocasión tras ocasión. En el XVIII, el mundo es aún inocente. Todavía se habla de solidaridad, de derechos humanos, de lealtad, de educación, de razón, de luz, o de cultura como solución. Aún no se habían producido los experimentos con los que la condición humana -la puerca condición humana...- empañaría, corrompería y estropearía todas esas grandes esperanzas. Por eso escribí esta novela, porque ese era un momento dulcísimo en el que el mundo habría sido diferente si se hubiera continuado por el buen camino. Por ella discurre todo lo que pudimos haber sido, pero también lo que todavía es salvable: la luz, la razón, el diálogo, la solidaridad... Acabar con el ‘nosotros’ y ‘ellos’ que tanto nos ha marcado y nos sigue marcando en España. Tú puedes ser religioso y yo ateo, pero podemos seguir discutiendo perfectamente; y tú puedes ser de derechas y yo de izquierdas, pero podemos seguir hablando. Eso es como debe ser, pero en España eso no se acepta: aquí eres ’tú’ o ‘yo’, azul y rojo, negro y blanco... Esta novela intenta explicar justamente eso, que hay un territorio en el que la gente culta, la gente sana, la gente ilustrada, con buena voluntad, puede entenderse perfectamente con gente muy distinta, y en ese camino que se hace juntos, adquirir solidaridad, lealtad, amistad...

A eso es a lo que tú mismo llamas ‘patriotismo cultural’, ¿no? Aunque hay gente que no lo quiere encontrar...

Sí, esa frase es mía. Nunca había oído hablar antes de ese concepto.Un patriota cultural es aquel que sabe que la cultura es el mejor de sus conciudadanos. Ahí no hay ni derechas, ni izquierdas; eso no tiene ideologías. Con ciudadanos más cultos seremos más libres y más críticos. El otro día dije que sin cultura no hay democracia y, claro, ya empezaron las redes a hacer ruido, a llamarme totalitario, etc... “El Reverte quiere que solo voten las élites, los cultos”... Digan lo que digan, un pueblo analfabeto es un pueblo en donde la democracia no vale para nada porque esa no es una verdadera democracia. Y eso se combate con cultura, con educación, en el sentido más noble de la palabra.

Tus seguidores -como articulista, sobre todo-, te admiran porque “no tienes pelos en la lengua”. ¿Cuál es la contrapartida que has tenido y tienes que pagar por ello?

Eso me ha hecho muchísimos enemigos. Hay gente que me odia africanamente. Eso, en todo caso, es normal. Pero también tiene su lado bueno porque los enemigos te obligan a estar despierto... Pero lo mío no tiene mérito porque yo tengo la vida resuelta. No me juego nada; no dependo de que el gobierno mañana decida hacerme una inspección de Hacienda (, que, por cierto, me la han hecho), o que diga que a este tío no se le dé ninguna embajada nunca, o ningún cargo en el Cervantes... Mi libertad y mi independencia me las dan mis lectores dentro y fuera de España y eso me permite la posibilidad de decir cosas que no podría decir si tuviera que vivir de un sueldo como funcionario, o tuviera que colocar a cinco hijos como empleados en una empresa pública. Obviamente, entonces, tendría mucho más cuidado, y, posiblemente, tendría también muchos menos enemigos, pero como me da igual... Mira, yo soy marino, y en el mar, lo que te mantiene vivo es la tensión, estar siempre alerta, vigilando aquella nube, el viento, el barómetro, la racha, la corriente, la marea... El enemigo es un poco como el mar, te ayuda a estar despierto, a no dormirte porque sabes que siempre alguien te está esperando con la escopeta cargada... El enemigo te permite seguir vivo más tiempo y que cometas menos errores.

¿Tienes claro dónde acaba el periodismo y dónde comienza la literatura?

Sí. Lo tengo muy claro. Mis artículos son siempre literatura. Incluso, cuando hablo de información, esliteratura. Yo erareportero, un tío que contaba las cosas, los hechos, y dejaba que opinara el espectador. Cuando era periodista, nunca, o casi nunca, opiné. De hecho, cuando comenzó el lío de Sarajevo y los Balcanes, me dije, “me tengo que ir ya”. Empezaba, entonces, a estar enfadado con los ministros, incluso con los espectadores y me dije “Arturito, vete, que ya estás cambiando. Ya no eres el reportero objetivo y frio que antes eras, el tercer hombre diferente que querías ser cuando leías a Pascal de jovencito”. Y entonces me fui. Lo que hago ahora es abordar, de manera subjetiva, de manera literaria, unos temas en novelas y otros en artículos. De hecho, el Arturo de los artículos es un personaje...Yo creo ser un hombre bastante bien hablado, correcto, amable, simpático, en el trato general, con muchos amigos, pero en los artículos aparezco como un Arturo más gruñón, que despotrica, que ataca, que protesta,... porque es el personaje que ese tipo de artículos requiere, pero mucha gente cree que yo soy así.

Trabajaste durante un año entero en revisar el Quijote para acabar sacando con la RAE y Santillana una estupenda edición popular y con un lenguaje actual de ‘Don Quijote de la Mancha’. En esas 586 páginas, ¿rejuveneciste tú al Quijote, o fue el Quijote quién te rejuveneció a ti?

Yo soy muy quijotero desde hace mucho tiempo y por muchas razones, que tienen que ver incluso con lo analgésico. Esos días que estás fastidiado, lees 20 páginas del Quijote y te sube otra vez el ánimo... Lo leo con mucha frecuencia y, aunque lo empecé a leer muy jovencito, hasta los 30 no empecé a hacerlo en serio. Y, sí, la preparación de esta edición ha sido un ejercicio muy interesante, muy placentero y divertido. Me lo planteé como si yo fuera un joven lector, cómo me gustaría leerlo entero. Sus derechos, en todo caso, han ido íntegramente para la RAE, y se está reeditando después de haber vendido los 60.000 ejemplares de su primera edición. Se está vendiendo muy bien, con lo cual estoy muy contento.

Mucho le debes a Don Quijote para emplear todo un año de tu vida a este menester. Digo esto porque a partir de los 60 uno ya tiene conciencia plena de que el horizonte vital se vislumbra con nitidez y, desde entonces, tonterías, ni una más. ¿Cómo contempla un hombre de acción ‘como se pasa la vida, como se viene la muerte… Tan callando’, como dijo Manrique?

Con serenidad. Sería absurdo que, después de estar predicando tanto tiempo la serenidad para estas cosas, yo me sintiera ahora alterado por esto. Tengo que ser consecuente conmigo mismo. Esto es así. Son las reglas de la vida. Tengo una novela, ‘El pintor de batallas’, que es mi novela más personal, más íntima, más dura y más cruel de todas, en donde cuento muy bien como veo las reglas del mundo y como acepto el reglamento que el mundo y la naturaleza tienen: el morir, el envejecer, el que las chicas guapas ya no te miren... Esto es así. Tengo la ventaja de que yo he vivido intensamente: he viajado desde muy joven, todo me ha salido bien. No me han pegado un tiro, ni me han dado una paliza que me causase lesiones graves, he escrito libros con éxito, he navegado... Quizás esta vida privilegiada que he tenido es lo que hace que me enfrente a todo esto con más serenidad que si hubiera tenido una vida infeliz, si estuviera amargado y quisiera vivir más tiempo para ver si en mis últimos años era capaz de hacer lo que no había podido hacer hasta entonces.

Algunos de tus lectores han olvidado ya que el primer volumen de ‘Las Aventuras del Capitán Alatriste’ tiene una coautora, tu hija, Carlota Pérez Reverte. Con ‘Perdona si te mato, amor’, estrenada hace solo unos meses en El Español, ¿Carlota dramaturga quiere poner tierra por medio con su padre novelista y articulista, o se trata simplemente de la evolución natural de la especie?

No, Carlota tiene su propia vida. Siempre ha tenido libros a su alrededor, desde Rintintín, Astérix y Obélix, y Mortadelo hasta ‘La isla del tesoro’ o ‘La cartuja de Palma’ y libros mucho más complejos. Ella hoy tiene su propia biblioteca, que ha ido haciendo desde pequeña. Tiene muy buena formación, es historiadora, viaja mucho. Es cierto que recurrí a ella cuando tenía 11 años para que me diese el punto de vista de Íñigo, el personaje de ‘Alatriste’, un chico de su edad, y para que se interesase por la historia de España. Y documentó Alatriste de manera concienzuda (cuadros, indumentaria, armamento...) porque ya entonces era una niña inteligente. Después de eso, ella siguió dedicándose a sus cosas, y yo a las mías. Estudia Historia, se hace arqueóloga subacuática, (trabaja bajo el mar, es buzo profesional) y su trabajo se desarrolla desde el Caribe al Mediterráneo buscando barcos antiguos (griegos, fenicios, romanos, o de siglos posteriores.)... Pero Carlota tiene una formación muy sólida. De hecho, ella ha hecho los textos de la exposición que hemos realizado para el Museo Naval de Madrid. Pero nunca ha querido ser escritora. Pero cada Navidad nos regala a su madre y a mí un cuento, un relato... Y hace unos años nos regaló una obra de teatro, ‘Perdona si te mato, amor’, que nos pareció tan buena que sin decir que era de ella, la mandé a un amigo director de teatro y le pareció buenísima y, sin saber que el texto era de Carlota, llegó a manos de la gente del Teatro Español, que acabó estrenándola en una de sus salas y con un razonable éxito de crítica y público. Pero, al menos por ahora, Carlota no creo que quiera dedicarse a la dramaturgia, aunque esa primera incursión le saliese mucho mejor de lo que pudiera esperar. Pero lo suyo es el mar, la navegación antigua y la arqueología...

Te he oído decir alguna vez que estás orgulloso de lo que has conseguido no ser… ¿Podrías concretarme un poco más qué es eso que no eres pero alguna vez estuviste abocado a ser?

Cuando a uno le van bien las cosas, hay muchas tentaciones. En mi fase de reportero viví muchas cosas malas. Viví en un mundo muy áspero, muy violento, lleno de zonas oscuras, llena de deseos de venganza que, incluso, podría haber llevado a cabo, relaciones que podría haber utilizado para otras cosas... Y, ya en la fase de escritor, cuando empiezo a tener éxito como novelista, también tienes tentaciones de todo tipo (económicas, políticas, sociales). Mil cosas que te ofrece la vida... Todo el mundo acude a la sombra del vencedor... Todas esas cosas que podría haber hecho yo o a través de terceros y que no he hecho es a lo que me refiero. En mi primera etapa, me bastaba con mi mochila y, en la segunda, con mis libros y el barco que siempre había soñado tener y que lo tuve muy pronto. No he sucumbido a ninguna de esas tentaciones. He podido ser muchas cosas malas, hacerlas o aceptarlas y no lo he hecho. Eso no quiere decir que no tenga mi carácter, mis violencias y no puede decirse de mí que sea un ’hombre bueno’ pero sí que he acabado siendo el tipo de hombre que quería ser cuando tenía 15 años e iba descubriendo la vida en los libros y en el ejemplo de los más cercanos. Mi abuelo influyó mucho, mi primer maestro de esgrima, mi padre, que era un caballero -como dijeron de él cuando murió-. Con ellos dos y con algunas otras referencias, más el mar, más los libros, me hice una composición del Arturo que yo quería llegar a ser de mayor y lo he conseguido, en mayor o menor medida... A eso me refería con esa frase a la que aludes.

¿Por qué toleras más al malvado que al estúpido o al cobarde?

Cuando era joven, pensaba que el malo es lo peor y que el bueno y el estúpido (no está muy clara la frontera de separación entre los dos) era lo mejor. Con el tiempo me he dado cuenta de que no, que con el malo se puede negociar, pero con el estúpido, no. Este es el más peligroso. El malo, si lo convences intelectualmente, si es un tipo listo, si le ofreces una negociación adecuada, o que le interesa (ellos también tienen sus debilidades, sus momentos malos, sus intereses...), puedes llegar a algún acuerdo. Y cuando hablo de malos, me refiero a los malos de verdad: violadores, asesinos, torturadores... El mayor daño para la humanidad viene de los estúpidos, de los idiotas. Es más: si no hubiera tantos estúpidos, los malos no tendrían tanto éxito.

¿Se aprende más del fracaso o del éxito?

Se aprende de las dos cosas. Eso de que se aprende más con el fracaso que con el éxito, es mentira. El éxito, cuando eres lúcido, enseña mucho porque te permite ver cosas desde una posición de privilegio, y no desde el rencor o desde abajo. Cuando has fracasado, el mundo lo ves desde la sensación de incomodidad, de desazón, del rencor, de la venganza y la frustración y esos sentimientos perturban la visión de las cosas. Desde el lado del éxito, al no estar empañado por esos mecanismos, ves otras cosas... No sabría decirte cuál de las dos situaciones, la del éxito y la del fracaso, es más educativa. Y, desde luego, de lo que también se aprende mucho es del éxito o del fracaso de los otros. Lo importante es mirar, advertir, apreciar, percibir, observar. Se aprende tanto de los demás como de uno mismo...

Decía Miguel Rellán, el actor, que “en una crítica me llamaban Manuel pero escribían Schwarzenegger de puta madre” ¿El esnobismo es también la clave de la victoria del inglés frente al español?

El esnobismo viene vinculado a la estupidez. Es muy fácil ser snob siendo estúpido. O ser fanático... La estupidez es una plataforma extraordinaria para ser cualquier cosa mala o regular -buena, no-. El fanatismo, el esnobismo, la arrogancia, la imprudencia, la fanfarronería... todo, todo, gira siempre en torno a la plataforma de la estupidez.

Pero hay estúpidos vocacionales ¡de verdad...!

Antes había cierta justificación para la estupidez. En el XVIII, o en 1936, si uno quemaba la iglesia con el cura dentro, o arrastraba por la calle al señorito del pueblo, o rapaba a la mujer del socialista que había fusilado en la puerta, había una profunda incultura, un analfabetismo cerril que facilitaba la violencia y la estupidez y la barbarie. Ahora, sin embargo, ya no es así. Ahora tenemos educación obligatoria, hay televisión, hay internet, hay periódicos. Ahora, el que es analfabeto es porque quiere. El que deja los estudios para ser albañil y ganar dinero en la época del pelotazo, es porque lo elige. El que se guía por el jugar común de lo que corre por las redes, y da la misma importancia a lo que dice el Manolo de turno que lo que dice Vargas Llosa, García Márquez o Umberto Eco, es porque quiere. Ahora se puede elegir. Ahora no está justificada la estupidez como lo estaba antes. Ahora ya no somos inocentes, lo cual también es bueno porque te atenúa la compasión.

¿Hay algo que te provoque una sonrisa indulgente?

Sí, por ejemplo, la juventud. Un joven impulsivo, bocazas, torpe, radical, me produce una cierta sonrisa. Ese mismo joven, 15 años después, y con los mismos argumentos, me hiela la sonrisa porque eso significa que no ha salido del agujero. Dicho lo cual, quiero decir que a mí lo que más me interesa del mundo no son los seres humanos, sino los perros. He tenido perros toda mi vida y jamás he encontrado en un ser humano los sentimientos que puede tener un buen perro. Puestos a elegir, entre los hombres y el perro, me quedo con mis perros. Mis libros y mis perros...

¿A qué eres capaz de renunciar?

Podría abandonarlo todo, retirarme, dejar de escribir novelas y hasta dejar de ver a la gente, podría hacerlo. En ese caso, me recluiría en dos lugares del mundo: mi biblioteca y mi velero. Si un día veo que ya he agotado mi recorrido en otros terrenos, es posible que me retire a mi biblioteca o me encierre en mi velero.

Has intentado siempre explicarte el mundo, pero ¿has querido también cambiarlo alguna vez?

He leído demasiado para saber que el mundo no se puede cambiar.




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