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Cómo se falsea la Historia en un acto del Palacio Real

viernes 13 de noviembre de 2015, 10:23h

El sábado 31 de octubre se presentó en Amurrio la candidatura jeltzale a las elecciones del próximo 20 de diciembre. Por primera vez en casi tres décadas no figura Emilio Olabarria con quien llegué a Madrid en 1986 en plena bronca de división interna del PNV. Procedíamos del Parlamento Vasco. En Getaria nos hicieron una despedida en la que incluso estuvo Carlos Garaikoetxea. Pero a los tres meses, nació EA.

Me acordé de esto escuchando a los candidatos alaveses y comprobando la actual unidad jeltzale. Y le veía a Mikel Legarda sudando tinta a la hora de hablar en público. No me cabe duda que será un magnífico diputado. Se conoce el Estatuto de Gernika como nadie y no en vano detrás de casi todas las negociaciones en relación con las transferencias han estado sus dictámenes y enmiendas. Mikel nombró en su intervención a Jesús de Galíndez en el centenario de su nacimiento incluyendo textos del alavés desaparecido en Nueva York. Posteriormente habló Almudena Otaola, que seguramente será la próxima senadora por Araba y quien recuperará el trabajo de los Oregis y los Bajos en el Senado. Y también habló con garbo de Galíndez, cerrando el acto el presidente del EBB, Andoni Ortuzar que contó cómo había estado previamente en Zaraobe donde quiso ser enterrado Galíndez. ”En la Colina me espera” fue el poema que escribió en 1954 como previendo su muerte. Y está muy bien que se una pasado con presente para proyectarlo al futuro. Es la clave de una organización de 120 años. Y sobre todo si tiene hombres de la calidad y talla humana de Jesús de Galíndez, del que Ortuzar destacó su ímprobo trabajo en el Madrid en guerra, tratando, como ayudante de Irujo de humanizar aquella carnicería. Su libro “Los Vascos en el Madrid sitiado” editado en su día por EKIN se puede adquirir hoy en Txalaparta y vale la pena leerlo para conocer lo que hicieron un grupo de vascos en el centro de la barbarie y de como a Boadilla del Campo la bautizaron Boadilla de los Vascos por la entrega de aquellos jóvenes.

Pero hay más aspectos de la personalidad de un Galíndez que posteriormente estuvo en la Brigada Vasco-Pirenaica y como secretario de la Delegación vasca en Ciudad Trujillo (Santo Domingo), cuando el Delegado era Eusebio Irujo. Allí llegó mi aita en diciembre de 1939 con una veintena de jóvenes del PNV y fue Galíndez quien les dijo se fueran a Venezuela pues el dictador dominicano quería enviarles a la frontera con Haití a trabajar en la zafra y a “blanquear la raza”.

Y está el Galíndez intelectual, el escritor de cuentos, el investigador con Aguirre para escribir una necesaria historia de Euzkadi, el articulista y divulgador, el profesor en Columbia, el Delegado en Nueva York, el hombre de las minorías hispanas, el luchador solitario en aquella gran urbe y el político que, junto al Lehendakari Aguirre, Antón Irala, Manu Sota, y políticos republicanos dieron la batalla para que la dictadura de Franco no fuera admitida en aquella plataforma internacional que se había creado en San Francisco en 1945 y que atendía al nombre de ONU en castellano y UNO en inglés.

Y como Galíndez es un personaje que siempre me ha interesado, en la Colección que creamos de Memoria de Un Pueblo en Marcha publicamos todos sus artículos donde escribía de estos trabajos y en donde se le ve en una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en octubre de 1946, llevando la voz cantante junto a Giral y a Antón Irala. Aquel magnífico trabajo logró que los aliados retiraran sus embajadores y que la Asamblea General asumiera el estudio del Consejo de Seguridad que decía que “en origen, estructura y conducta general, el régimen de Franco es un régimen de carácter fascista, establecido en gran parte gracias a la ayuda recibida de la Alemania nazi y de la Italia fascista de Mussolini. Pruebas incontrovertibles demuestran que Franco fue, con Hitler y Mussolini, parte culpable en la conspiración de guerra contra aquellos países que finalmente en el transcurso de la guerra mundial formaron el conjunto de las Naciones Unidas. Fue parte de la conspiración en la que se asentó la completa beligerancia de Franco”.

El dictador respondió como responden todos los dictadores. Vendió que existía una confabulación judeo masónica en el exterior contra quien salvó a España del comunismo y del separatismo. Y organizó una gran concentración en la Plaza de Oriente y por toda la Península para mostrar “la indignación nacional” ante semejante atropello. Una de las pancartas más exhibidas en aquella concentración fascista ante el Palacio Real fue aquella de “Si ellos tienen UNO nosotros tenemos DOS”. El régimen se cerraba, mientras en Núremberg eran condenados a muerte los jerarcas del nazismo.

Bueno, pues con esa historia por detrás, el gobierno Rajoy y la Casa Real quisieron recordar el 70 aniversario de la creación de las Naciones Unidas y del 60 aniversario (diez años después) de la entrada de España en este Club Internacional. Lo logró en parte gracias al trabajo de aquel ex alcalde de Bilbao y fascista declarado, Jose Félix de Lequerica (Cruz de Hierro nazi) quien con una cocinera de Busturia y a cuenta del comunismo y del apoyo de Winston Churchill fue comprando senadores y aprovechando la coyuntura, logró aquella entrada que le hizo a Galíndez escribir un desolador artículo “Solo dos Gobiernos tuvieron vergüenza”. Fueron años de tristeza, soledad, y clamar en el desierto de Aguirre y de todos los vencidos en la guerra civil y la mundial.

El acto se celebró en el Palacio Real el 29 de octubre e invitado al mismo por ser miembro de la Comisión de Exteriores del Senado quise ver en directo como se manipula la historia y como se organiza una farsa de esta entidad, donde no faltó nada. Hasta un arpa y un violín.

Tras subir la magnífica escalera de Palacio me colocaron en la fila séptima, detrás de Imanol Arias y de Ana Duato, que recibían los saludos y parabienes de todos los que han sido ministros de asuntos exteriores y embajadores ante las Naciones Unidas. Fue como para filmar semejante exhibición de nadería, abrazos con puñal, miradas a las cámaras, hipócritas reverencias de politicastros con uña en el rabo. Tras de mí, una embajadora se horrorizaba por la proclamación de la República catalana en el Parlamento y comentaba en alta voz que la policía debería haberla detenido a la presidenta Forcadell in situ. Y es que estábamos ante el cogollito del poder institucional de la España actual con los Alcántara ante mí jaleados como la quintaesencia de la España de la transición gracias a su “Cuéntame cómo pasó”.

Pero no se quiso contar. Habló Margallo centrándose en la unidad de España con mensajes dirigidos a Catalunya, habló Rajoy loando a la España unida y fuerte y con respeto a las unidades territoriales y las fronteras focos de todas las guerras, habló el secretario general de la ONU Ban Ki Moon como si estuviera en el planeta Marte con las generalidades del caso. Podía haber recordado que este mes se cumplen cuarenta años de la ignominiosa Marcha Verde y de cómo Naciones Unidas no logra se organice un referéndum de Autodeterminación para este territorio como es preceptivo y prefirió posteriormente meterse con la postura catalana. Nos tocaron varias piezas a violín y arpa, nos pasaron un video donde lo importante de España es su presencia actual en el Consejo de Seguridad y cerró el rey con la consabida sarta de tópicos y lugares comunes.

Ni una referencia a la historia, ni una palabra sobre aquel balcón vacío que teníamos a treinta metros y donde Franco había sido exaltado por no haber sido admitido en la ONU, ninguna explicación del por qué España celebra el sesenta aniversario y no el setenta, nada de nada. Un acto sicodélico a mayor gloria del monarca y del gobierno Rajoy con un Pedro Sánchez silente, seguramente por inculto, y con Aznar y Zapatero de espantapájaros repartiendo sonrisas.

Fui el primero en salir pensando lo que hubiera dicho Galíndez de haber estado allí. Y me acordé de lo que escribió: ”Cuando me envuelven las nieblas del desaliento en mi mente resurge la visión de un pajar perdido en la estepa aragonesa. Me habían avisado al amanecer y llegué tarde; Patxiko de Zugarramurdi yacía muerto en una litera y sólo pude prender en la sábana que le cubría una diminuta ikurriña con la que se fue a la tumba. Patxiko nunca entendió de política, era uno de tantos baserritarras a quienes la guerra arrastró de su caserío; todavía dos días antes había conversado con él en la trinchera y su máxima ilusión era volver a su borda navarra y a la neska que le esperaba. Cumplía un deber que le parecía natural y tenía fe en sus dirigentes. Patxiko duerme su sueño eterno en el diminuto cementerio de Sangarrén, pero su recuerdo ha sido más de una vez el acicate que me ordena seguir adelante”.

Pues eso.

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