La escritora coruñesa Emilia Pardo Bazán (1852-1921), es la primera novelista española que introdujo el naturalismo en nuestro país. Escritora también de poesía y crítica, las últimas generaciones de mujeres la han descubierto hace unos años como una feminista ejemplar, mujer de principios tan firmes como consistentes, y muy avanzada a su tiempo.
Insolación (1889), es una novela no demasiado conocida de la autora gallega que, sin embargo, ha rescatado con mucho tino su adaptador al teatro, Pedro Villora, quien, además de hacer un gran favor al teatro, estoy seguro de que se lo hará también a la Pardo Bazán, porque la historia que ha resumido en torno a siete personajes, tiene una fuerza y un encanto impresionantes. Buena parte de ellos se deben también al excelente montaje de Luis Luque, director, que ha sabido dar el ritmo y el compás adecuados para que una historia lineal, como esta, no aparezca simplona y aburrida en ningún momento al espectador, sino todo lo contrario: brillante, inteligente y llena de un humor muy fino.
En todo el montaje aparece perfectamente dibujado ese doble rasero con que se suelen juzgar en nuestro país las tendencias y los lances amorosos y sexuales de hombres y mujeres. Mientras los primeros son a la mayor gloria de los caballeros, los mismos se ven como estigmatizantes y negativos para el buen nombre y el honor de las mujeres. Doña Emilia supo ver muy bien esa peculiaridad tan hispana como injusta, y luchó contra ella personal y literariamente. Personalmente, porque se separó de su marido en un momento determinado y después tuvo varios amantes (novelistas y periodistas incluidos en su itinerario amoroso) y literariamente, porque una novela como esta constituyó un verdadero escándalo en esa sociedad puritana e hipócrita de finales del XIX y principios del XX en España.
Pardo Bazán no sólo presentó en ‘Insolación’ una fantástica historia de amor, sino también una encendida y brillante defensa del derecho a escoger de las mujeres, a través del personaje principal de la novela -ahora obra teatral-, Francisca de Asís Taboada, una marquesa viuda y gallega afincada en Madrid, interpretada aquí por María Adánez. Allí conoce aDiego Pacheco, un joven de buena familia con fama de conquistador y holgazán por el que se siente primero atraída sexualmente, pero del que más tarde se enamora perdidamente (“Si tiene tanto calor es mejor que se bañe en mis ojos”, le dice Pacheco a la marquesa). En la pradera de San Isidro, mecidos por una tarde calurosa y la sensualidad de los olores, los colores y la música de la fiesta, los enamorados sellan allí su destino.
Las vacilaciones de la marquesa y las discusiones con Gabriel Pardo, un amigo personal, gallego como ella y el tercero en el triángulo amoroso, no son suficientes para apagar esa llama amorosa que, poco a poco, se va adueñando de ella. “Nos juzgan a las mujeres por lo que esperan que seamos, no por lo que somos”, dice la duquesa a su amigo Gabriel, mientras la marquesa añade en otro momento que “Es injusto que una mujer se sienta una criminal por entregarse con gusto a un hombre”.
Estupenda versión
La versión de Pedro Villora está compuesta de un prólogo, un epílogo y cinco escenas que se corresponden con cinco días. Cada día, con varios cuadros. La escena primera es un flashback. En ella, desde luego, lo romántico está por encima de lo pasional, aunque no esconde nada de esto, y en el trasfondo de la actitud de la marquesa está la presión social, el “qué dirán” que finalmente consigue vencer y que Villora aprovecha muy bien para criticar contundentemente.
El elenco de actores está muy bien compensado -acierto, sin duda, de Luis Luque, su director- y presenta a una María Adánez más que creíble, que sabe moverse muy bien entre las líneas marcadas por la languidez, el ardiente deseo, y el moralismo imperante. Supera, desde luego, el examen con un sobresaliente. Como su pretendiente, el actor jerezano José Manuel Poga, insolente, atrevido y contenido según el momento, y que para mi resultó un verdadero descubrimiento como actor. El tercero en discordia es Chema León (Gabriel)y, junto a Pepa Rus -que levanta tres personajes muy diferentes: una duquesa amiga, una criada y una ventera- completan el cuadro de actores que, en conjunto, resulta muy compensado y acertado.
El espacio escenográfico, de Mónica Boromello, y la iluminación de Juan Gómez Cornejo, son insuperables. El primero es minimalista, con una pradera con varias ondulaciones del terreno, que presenta al fondo el río Manzanares. Delante, a la izquierda, se sitúa el salón de la casa de la marquesa con preciosos muebles auténticos de época. Al mismo tiempo, la iluminación de Cornejo es una verdadera maravilla. Ese sol intenso y omnipresente y la escena en que las luces de la verbena de san Isidro se estiran o encogen para marcar el cénit y el ocaso de la fiesta, son un imborrable recuerdo.
El vestuario, de Almudena Rodríguez, es precioso. Se han utilizado, para los trajes de la marquesa, adornos pintados a mano, sedas, apliques originales del XIX. Corsés, sombreros, sombrillas… Y, por si todo esto fuera poco, los vestidos de la marquesa van cambiando de color, según su estado de ánimo. Y, en fin, la música de Luis Miguel Cobo, que ha creado piezas originales para la obra, otro tanto.
En conjunto, esta ‘Insolación’ es un espectáculo estupendo en el que el teatro brilla por encima de todo y con luz propia, partiendo de una novela valiente de Pardo Bazán, en la que las mujeres y el amor tienen aquí el protagonismo esencial. Como la ventera le dice a la pareja de enamorados en Las Ventas, “La única obligación en esta vida es ser feliz y, si acaso, hacer felices a los demás” o, mejor aún, “Nos hace falta mucho sol, mucho amor y mucha luz para encontrarlo”, como dice la duquesa a todos.
‘Insolación’, a partir de la novela del mismo título de Emilia Pardo Bazán
Versión: Pedro Villora
Dirección: Luis Luque
Reparto: María Adánez, José Manuel Poga, Pepa Rus y Chema León
Teatro María Guerrero
Hasta el 24 de enero.
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