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La madeja política

martes 26 de enero de 2016, 11:57h
La irrupción de Pablo Iglesias en la vida política, con su sentido de la teatralidad y su capacidad de aglutinar a los indignados de España, alarma a quienes ante lo peor que pueda sobrevenir, reaccionan como el invalido que —según chiste antiguo— acudió a Fátima en su silla de ruedas y al perder el control en una pendiente, modificó la petición del milagro que deseaba y se limitó a pedir: ¡Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy!

Del mismo tenor podría ser la preocupación de muchos españoles: ¡Que me quede como estoy!, ante lo que puedan hacer en el Gobierno estos jóvenes profesores que han descubierto el nihilismo marxista en la Universidad, han seguido masters y han aprendido idiomas pero no han aprendido nada de lo que pasaron tantos abuelos y padres hasta llegar a la España presente. Su inicial desprecio por lo que supuso la transición de una dictadura a una democracia moderna choca a los que la vivieron pues aunque no fuera dramático el coste en vidas (algo más de cien sin contar las de ETA) salvo para quienes sufrieron esa perdida, pues para la víctima no importa si fue en un hecho aislado o en terrible guerra; pero la zozobra se convirtió en angustia para quienes todavía tenían vivo por si mismos o por el recuerdo de sus padres, de la más cruenta guerra civil en una gran nación europea. Aun hoy, los conocedores de nuestra historia, tienen muy despierta su sensibilidad ante la amenaza que supone para la unidad de España, y por tanto para la paz, los guiños a los independentistas gallegos, vascos, catalanes, que nos trae imágenes históricas tan vergonzosas como las de la guerra cantonal.

Estos ingredientes de Podemos son los que verdaderamente inquietan, porque la indignación ante la injusticia, ante tanto abuso y corrupción en sectores vinculados en gran medida al poder político como las Cajas de Ahorro y la insoportable tasa de paro, segunda de Europa, esa indignación —repito— la comparten la gran mayoría de españoles. Pero para Pablo Iglesias es necesario todo cuanto pueda caber en su discurso. Recordemos que su entrada en el escenario político ha sido una operación magistral de diseño a partir de los movimientos ya lejanos de unos pocos miles de jóvenes indignados que ocuparon algunas plazas públicas. Quienes han convertido aquellas manifestaciones populares acéfalas en un instrumento capaz de romper el blindaje de hierro como el que había construido el bipartidismo, tienen un mérito que hay que reconocer. Y el mérito es doble, porque el sistema había derivado en una suerte de oligopolio generosamente financiado por los presupuestos y, por tanto, por todos los españoles. Decenas de millones de euros, desde que PP y PSOE decidieron financiarse de los recursos públicos, han convertido a los partidos en maquinarias empresariales donde el Comité Ejecutivo actúa como el Consejo de Administración que fija el organigrama de la Sociedad Mercantil. ¡Ah el Organigrama! de él van a depender los puestos en las listas y, en definitiva, la nomina de muchos miles de empleados políticos (concejales y diputados) que como es natural deben el cargo al Jefe correspondiente, sea Alcalde en su ciudad o Presidente en su Comunidad. Modificar esa dinámica es el gran reto que se espera: Podemos (aglutinante del descontento y amalgama de mareas) y Ciudadanos, un inesperado ejemplo positivo de reacción civil surgida en la Cataluña española, que está reivindicando aquel centrismo de inspiración suarista que muchos añoraban, ante la crispación generada por la incapacidad del PP para ser atractivo a gran parte de los votantes que le dieron la mayoría absoluta. Con todo, ambos partidos renovadores deberán superar muy duras pruebas hasta lograr afianzarse. La habilidad de Pablo Iglesias es evidente pero en política veinte aciertos pueden valer menos que un solo error y, por otra parte, su liderazgo es por ahora más escénico que real. O es que cabe otra lectura a la tensión interna por lograr cuatro grupos parlamentarios, o la escapada al Grupo Mixto de los seguidores de la valenciana Mónica Oltra, o el proyecto que ahora esboza Ada Colau para tener su propia marca exclusiva en Cataluña. Mucho le queda por hacer a Pablo Iglesias antes de ser Vicepresidente con los poderes ejecutivos que quiere arrogarse. Menos discutible es la figura de Albert Rivera en Ciudadanos y aun así corre el riesgo cierto de que, si la gran operación pactista a la que impele el resultado del 20D, se frustra del todo, una gran parte de su electorado proveniente del PP podría hacer, aun a regañadientes, el análisis del resultado electoral, esto es que el 44% de votos concentrados en una sigla proporciona 186 diputados (siendo 176 la mayoría absoluta) y el mismo porcentaje de votos dividido entre dos siglas solo suma 160 escaños.

En el panorama vigente poco cabe decir del PP. La única esperanza que cabe a sus votantes, especialmente a los más asustados por Podemos, es que logre coaligar a los que coinciden en lo hoy más transcendente: la Unidad de España frente al separatismo rampante y una reforma consensuada de la Constitución del 78 que, comparativamente, ha sido la más fructífera de nuestra historia. La dificultad para que esa coalición que funciona de forma natural en la Europa moderna, tal vez estribe en el perfil de líder capaz de aglutinar una experiencia jamás ensayada y que, por tanto requiere unos atributos singulares que no se le reconocen a Mariano Rajoy. Recordemos que el enaltecido (a su muerte) Adolfo Suárez, tuvo que dimitir tras pasar por el calvario de “la Casa de la Pradera” entre otras estaciones de ese calvario, orientadas a cargárselo políticamente. Quien lo vivió lo sabe.

En cuanto al PSOE. Dejad toda esperanza si Pedro Sánchez no descubre que su afianzamiento y/o supervivencia política no está determinada porque logre una votación amalgamada por el rencor al contrario y que, aunque valga para investirle, será insuficiente para una gobernación sostenible en la que, aparte de las hipotecas que deba pagar a sus aliados coyunturales, tendrá al Senado en contra para paralizar leyes. Le queda una esperanza y es la de hacer caso a sus mayores en edad, saber y gobierno. Y si su mente no se obnubila tiene muchos en la casa.


Abel Cádiz es el presidente de la Fundación Emprendedores. Fue miembro del Consejo Nacional de la UCD y Presidente en Madrid. Tras ser diputado por la Comunidad de Madrid abandonó la política para dedicarse profesionalmente a la docencia y a la actividad empresarial. Actualmente es miembro de la Fundación Emprendedores

Abel Cádiz

Abel Cádiz es el presidente de la Fundación Emprendedores. En el pasado asumió un compromiso con la transición política, al lado de Adolfo Suárez. Fue miembro del Consejo Nacional de la UCD y Presidente en Madrid. Tras ser diputado por la Comunidad de Madrid abandonó la política para dedicarse profesionalmente a la docencia y a la actividad empresarial.

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