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Los caballos de Troya

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 06 de junio de 2016, 10:47h

La Unión Europea, como alianza de Estados soberanos es el mayor éxito de la historia, pero está amenazada desde el interior de sus fronteras comunes. No es la rivalidad de otras potencias colosales geográfica y demográficamente, ni el equipamiento de ejércitos hostiles, ni la mayor calidad de otras economías o el brillo de otras culturas, quienes ponen en riesgo la paz social, el bienestar y la seguridad interna de la agrupación de naciones con la que se ha construido este edificio, aún inacabado, en el que conviven los nacidos en su territorio con los que llegan a él buscando una vida mejor en lo que suponen un paraíso en comparación con sus lugares de origen. La amenaza es un virus operante en su cuerpo político cuya inoculación no está libre de estímulos o financiaciones exteriores, pero que prolifera en sectores de su propia sociedad culturalmente débiles o marcados por el rencor o la envidia.

Separar lo que está unido es la intención de esta virulencia que afecta al organismo común en diferentes niveles y con distintas etiquetas políticas. Se habla mucho del BREXIT británico que intenta separar a Gran Bretaña de la Unión, quizá porque es la nación componente que, tanto por su insularidad como por su sistema monetario no integrado en la eurozona, podría despegarse más fácilmente. Se saben las malas consecuencias que tendría el BREXIT tanto para la propia economía británica como para el conjunto de la Unión Europea. Pero, a pesar de ello, si insiste en plantearse como opción política, aunque no ofrezca ninguna ventaja cara al futuro. El BREXIT coincide con la tendencia de Escocia a celebrar otro referéndum para separarse de Gran Bretaña, en una apoteosis de cómo romper el Reino Unido como pieza fundamental de la Europa renacida tras la catástrofe de la II Guerra Mundial. Pueden considerarse estas tendencias separadoras como singularidades de los británicos, pero hay que relacionarlas con otros movimientos, sean de separatismo interior o de antieuropeísmo institucional que se producen en otras naciones de la Unión. No es definitorio que estos movimientos se vistan con banderas de derecha o de izquierda. Lo relevante son las intenciones disgregadoras en el plano internacional o nacional, ya que la formación de microestados es otra forma de demoler el edificio europeo formando núcleos que no solo son ajenos al tratado de la Unión formalmente sino que crean situaciones impracticables para coordinar microestados en un clima de inestabilidad e ingobernabilidad crónicas que minaría un proceso que necesita avanzar sobre componentes amplios, firmes y seguros.

El más elemental pragmatismo nos hace ver que el concierto de voluntades para hacer de Europa una referencia con verdadero peso en el mundo actual exige una base institucional estable, con contornos fijos, con ciclos económicos regularizados y una capacidad de compromiso fiable para establecer relaciones globales. Por ello complican y agrietan la Unión lo mismo las propuestas aislacionistas o xenófobas atribuidas a la ultraderecha y los programas económicos inasumibles en el marco del euro que los multiculturalismos relativistas atribuidos a la ultraizquierda. Todos contribuyen a que Europa deje de ser una arquitectura armónica. Contra su identidad bulle esa familia política en que caben Marine Le Pen, Beppe Grillo o Pablo Iglesias, pero estas posiciones no difieren en su virus disgregador de aquellos otros como el AyD alemán, UKIP británico, CFPO austríaco, etc… Sus emergencias son significativas de que algo sucede que ha hecho perder atractivo popular al europeísmo de hace unas décadas por diversos motivos, entre los que no hay que desestimar los defectos propios de la frialdad y distancia de una gestión excesivamente tecnocrática y tibia ideológicamente. Pero no conviene caer en el masoquismo de que sea la propia Europa la que se autodestruye. Esa visión ingenua de creer que no existe el enemigo y que los grandes proyectos pueden llevarse a cabo sin lucha y sin defensa es otro de los defectos propios. A poco que se escarbe es fácil comprobar como todas las minas que explotan aquí y allá, rompiendo la armonía de la Unión y procurando dividir a sus componentes forman parte de un ataque general que introduce caballos de Troya, recibidos con aceptación bobalicona dentro de casa, capaces de sembrar enemigos dentro de nuestras fronteras. El mundo vive una época de guerra sorda, en que los estampidos del terrorismo no son la única forma de poner a prueba la resistencia de las instituciones democráticas. El cambio por el cambio, la ruptura por la ruptura y las divisiones radicales populistas en relación con los sistemas en cuanto tales, son la carpintería con que están armados los actuales caballos de Troya introducidos dentro del recinto de la Unión Europea. Hay que confiar en que Europa es algo más que un recinto amurallado y que su capacidad de reacción es más fuerte que la osadía de sus enemigos internos. Europa unida, en un mundo cada vez más globalizado, tiene hoy más valor que nunca. Es de esperar que el buen sentido político de los británicos manifieste, este mes de Junio, que el caballo de Troya llamado BREXIT tiene el vientre menos relleno de lo que parece y que lo que suceda contra esa fuerza disgregadora sea una señal para otros intentos de disgregación de las tierras y de las sociedades más libres y cultivadas del mundo.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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