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'Los días de la nieve': Miguel Hernández entre andaluces de Jaén

'Los días de la nieve': Miguel Hernández entre andaluces de Jaén

lunes 09 de abril de 2018, 10:32h

A partir de las memorias de Josefina Manresa, viuda de Miguel Hernández -El rayo que no cesa (1936), Viento del pueblo (1937), El hombre acecha (1938) o Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)-, el poeta y dramaturgo jienense Alberto Conejero ha escrito un nuevo, poético, profundo, entrañable y necesario texto, ‘Los días de la nieve’, en donde hace poesía hasta en las acotaciones, como ya hiciera, por ejemplo, Valle-Inclán. Puede verse ahora, durante unos días en el madrileño Teatro del Barrio, aunque auguro desde ya que van a ser muchos, muchos más, los días y escenarios que visite este extraordinario montaje que, a nuestro juicio, está a la altura de aquel otro que homenajeaba a García Lorca y Rafael Rodríguez Rapún, La piedra oscura.

El montaje de ‘Los días de la nieve’ se estrenó en 2017, con motivo del 75º aniversario de la muerte de Miguel Hernández(1910-1942), en Quesada (Jaén), la tierra que vio nacer a Josefina Manresa, dirigido con extraordinario tino y temple por el también actor y director jienense Chema del Barco, y con una interpretación antológica de otra paisana, Rosario Pardo, que dibuja una digna, enamorada y doliente Josefina Manresa, siempre encerrada en su casa durante años para no dar que hablar, enlutada, cosiendo tanto por necesidad como por amor, entre patrones, cortes de nuevos vestidos, alfileres (“flores de plata …,pequeños relámpagos en el cielo de la boca”), y gobernada por el pedaleo de su máquina de coser Singer, un nombre que está vinculado a más de la mitad de los hogares españoles de posguerra.

Quiero anotar aquí la primera acotación del texto de Conejero porque me parece que describe estupendamente el ambiente, el tono y hasta el aire suspendido entre poesía y vida que se ha instalado en la habitación donde cose la viuda de Miguel Hernández y que constituye la escenografía del montaje, obra de Manuel Ramos: “Un cuarto de costura. Y aunque es de día, está algo oscuro. La luz de una bombilla renqueante tirita en un aire como de sacristía profana. Una máquina de coser. Perchas con vestidos. Muestras de telas y retales por todos lados. Manojos de alfileres, dedales, acericos. En algún lado, un baúl de madera con las iniciales J. M. Le faltan pedazos de la montura. Hay varios maniquíes, de distintos tamaños. También algunos espejos y estampas de santos y vírgenes. En un torso, un vestido azul. Josefina ya está allí. Intenta enhebrar una aguja. Una y otra vez. Una y otra vez. La aguja tiembla en la mano que tiembla...”.

A partir de ahí, el tiempo se suspende en escena. No existe nada en el mundo más allá de esa mujer de aire rural, vestida de negro de pies a cabeza, que mueve las manos con la rudeza de quien siempre ha desempeñado un oficio y que nunca ha conocido crema nutritiva alguna por falta material de tiempo para saber siquiera qué diablos es eso. Normalmente parca en palabras, ese día recibe en casa a una joven clienta para quien ha cortado y cosido un vestido azul mar, el mejor que nunca ha salido de las manos de Josefina. La viuda habla y habla de Miguel, de cómo lo conoció, de su marcha a Madrid, de su trabajo como colaborador de José María Cossío en Los toros, de sus hijos (el primero, Manuel Ramón, murió a los diez meses, y poco después tuvo un segundo, Manuel Miguel): “Él siempre tuvo pena de eso. De no haber visto nacer ni morir a su primer hijo. Cuando regresó, se lo encontró ya amortajado. Se sentó encima de mí abrazándome y llorando...”.

Hilvanado todo con una delicadeza ancestral y sabia por Chema del Barco, que parece haber pasado por un taller de costura antes que por el escenario del Teatro, dirige con mano maestra a una soberbia Rosario Pardo que, convertida en Josefina Manresa, desgrana palabra a palabra (“Aquí paso muchas horas sola. Y pienso en las palabras, como si las cosiera y descosiera”), todos esos recuerdos, anécdotas, amor (“amor es lo único que tuve. Lo demás, privaciones y llantos”), ausencias, hijos muertos y vivos, cárcel, torturas y muerte de un marido y un poeta que siempre fue y será de todos.

Y, por si todo esto fuera poco, Conejero y Del Barco consiguen en el montaje el ‘más difícil y más hermoso todavía’: el casi imposible equilibrio -a nuestro juicio-, en la memoria histórica, para no herir susceptibilidades en uno u otro lado, sin alusiones interesadas o desequilibradas hacia uno u otro bando. Josefina, católica y practicante entonces, era hija de guardia civil muerto a manos de anarquistas, y esposa de un poeta, militante comunista y miliciano que, terminada la guerra, fue condenado a pena de muerte. Se le conmutó por la de treinta años, pero no la cumplió porque la tuberculosis acabó con su vida en 1942 en la prisión de Alicante.

El texto, el montaje, la interpretación, el ambiente… Todo es sencillamente sublime, y el trabajo de más de un año en llevarlo al escenario, ha conseguido, sin duda alguna, hacer de ‘Los días de la nieve’ un “imprescindible” de esta y espero también, de futuras temporadas teatrales.

‘Los días de la nieve’

Texto: Alberto Conejero

Dirección: Chema del Barco

Intérprete: Rosario Pardo

Escenografía e Iluminación: Manuel Ramos

Diseño gráfico y Fotografía: Javier Mantrana

Diseño Vestuario: Pier Paolo Álvaro

Producción Audiovisual: JK un sinvivir

Ayudante de Dirección: Juan Vinuesa

Distribución: Clara Pérez

Teatro del Barrio, Madrid

Próximas fechas: 14 y 15 abril, 5, 6, 12 y 13 de mayo de 2018

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