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Miriam Montilla (actriz): "La nuestra es una profesión de surferos"

> “Hay que trabajar desde la sencillez, desde la humildad y desde la honestidad”
> “Soy bastante más caótica que perfeccionista”

martes 31 de julio de 2018, 09:48h
Miriam Montilla (actriz): 'La nuestra es una profesión de surferos'
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48 años, muy trabajadora, con una gran capacidad de escucha, extremadamente sensible y creativa, y profundamente enamorada de su profesión de actriz –“como algo me guste, me tiro a la piscina sin mirar si hay agua o no…”-. Así es Miriam Montilla (Linares, Jaén), enganchada sin remedio al teatro desde su adolescencia. Una actriz a quien alguien que la conoce muy bien porque se encontró con ella en Madrid hace ya muchos, muchos años, Miguel del Arco, la calificaba en la intimidad como ‘la tanqueta de Linares’. Así es Miriam: pasión, pura pasión por el teatro y por la vida.

Su paso por el instituto fue determinante en la elección de su futuro personal. La inclinación inicial de la actriz fue la pintura, las Bellas Artes, pero la vida la llevó por otro camino profesional. Tres fueron las experiencias que determinaron su elección: “en casa se leía mucho, y en uno de esos veranos de Jaén, tediosos, llenos de calor, cayó casualmente en mis manos una obra de Federico García Lorca, Mariana Pineda, y me volví loca con ella, me encantó, y a partir de ahí me leí toda su obra dramática a lo largo de ese verano. La segunda experiencia está relacionada con mi profesor de Literatura por aquel entonces que, poco después, decidió hacer un taller de teatro con el fin de levantar una obra a final de curso. Yo entonces era una chica muy tímida, que construía su vida hacia adentro, y cuando me vi sobre un escenario sentí súbitamente que ese era mi medio. Es algo complicado de explicar, pero muy fácil de sentir porque noté inmediatamente las múltiples posibilidades de expresarme que tenía el teatro. Y la tercera de las circunstancias que me orientaron por este camino estuvo en que ese año la nota que se exigía para acceder a Bellas Artes era altísima y yo no la tenía. Eliminé entonces esa opción y dije a mis padres que quería ser actriz. No le sentó nada bien a mi padre, médico, que le hubiera gustado que yo me encaminase también por la medicina o por la enfermería”. Pero aquello solo fue el principio porque muy pronto su familia aceptó su decisión y, desde el primer momento, acudieron a verla a los escenarios.

Pronto se matriculó en la Escuela de Arte Dramático de Córdoba. Allí su timidez le jugó más de una mala pasada y estuvo en un tris de costarle, incluso, la carrera: “Sí, estuvieron a punto de echarme por mi timidez. Cuando salía a hacer los ejercicios, me ponía totalmente roja, me bloqueaba… Pero una profesora que era capaz de ver mucho más allá de la apariencia en cada uno de sus alumnos, me vio alguna vez en el escenario y me ofreció un papel en el montaje fin de curso de primero, y cuando me vieron los profesores cambiaron radicalmente de opinión y decidieron que siguiera adelante”. La historia es casi de cuento de hadas porque ese no suele ser el desenlace final en estas pequeñas tragedias de lo cotidiano. El factor suerte tiene también su hueco en nuestras vidas y Miriam lo sabe: “cuando me bloqueaba, me iba llorando a casa, pero yo seguía sintiendo algo muy fuerte dentro de mí que me decía que ese era mi camino, que tenía que seguir luchando por estar allí… El teatro consiguió sacarme hacia afuera y, aunque sigo siendo tímida, me ayudó a vencer esa sensación a la hora de subirme al escenario”.

“No me gusta nada la sensación de anclarte en algo que crees que ya sabes hacer”

Montilla terminó su carrera, formó parte de una compañía independiente en Córdoba, pero muy pronto la Ciudad de los Califas se le quedó pequeña y puso rumbo a Madrid: “me costó un montón adaptarme. Madrid se me hizo un monstruo enorme que no podía evitar, que no me daba espacio y que, además, despertó en mí una sensación enorme de soledad… Cuando vienes de fuera no conoces nada, no tienes anclaje, desconoces las reglas básicas por las que se mueve todo en el medio, y todo eso multiplica tu desconcierto y hace mucho más difícil que puedas subirte al tren del trabajo…”.

Por segunda vez, la jienense estuvo a punto de dejarlo: “mi abandono, es cierto, fue progresivo, pero tuve la suerte de hacer una obra de teatro con Israel Elejalde, compañero en la Escuela por aquel entonces. Se titulaba En el aire y nos dirigía a los dos Miguel del Arco. Éramos muy jóvenes, teníamos veintitantos… La hacíamos en un teatro del barrio de Orcasitas y casualmente acudió a la función una representante de actores que nada más vernos a los dos decidió llevarnos tanto a Isra como a mí”. Solo a partir de ahí puede decirse que la Montilla comenzó a transitar por la profesión. Otra vez –y van tres- la suerte volvió a tener un papel determinante en la carrera de la actriz andaluza: “a partir de ahí empecé a trabajar poquito a poco…”. En teatro, por ejemplo y entre otros montajes, ha hecho obras de Mastrosimone, Shakespeare, Calderón, José Ramón Fernández, Vélez de Guevara o Arthur Miller y, además de Del Arco, ha trabajado también con directores como Helena Pimenta, Emilio del Valle, Roberto Cerdá, Gabriel Garbisu, María Ruiz o Paca Ojea. En cine, entre otras películas, ha intervenido en Héctor de Gracia Querejeta, Familia de Fernando León de Aranoa, o La caja 507, de Enrique Urbizu. Y en televisión, en series como Hospital Central, Cuéntame cómo pasó, Policías, El comisario o Periodistas.

Miriam no ha descuidado nunca su formación continua. Es el secreto para no quedarse anquilosada, cómoda, en eso que ahora se llama ‘zona de confort’, así es que en el momento de encontrarnos con ella, por ejemplo, acababa de hacer un taller con Pablo Messiez, uno de los directores de referencia en los últimos años de la escena madrileña: “no me gusta nada la sensación de anclarte en algo que crees que ya sabes hacer. Quiero seguir aprendiendo siempre, y que constantemente me devuelva ese aprendizaje cosas nuevas, nuevas miradas, nuevas formas de encarar un personaje. Con Pablo he aprendido muchísimo y he disfrutado mucho también”.

Y eso que suele huir de la metodología para enfrentarse a nuevos personajes. Prefiere echar mano de la intuición y del olfato, pero también necesita que le “enamoren”, porque “de otro modo siento que me cuesta muchísimo más trabajo prepararlos, a no ser que el director me ayude. Su mirada es decisiva, aunque a mí me gusta que me deje también un poquito libre para que vaya sacando mis cosas, y luego que él vaya maniobrando con todo lo que tú le aportas… Normalmente parto del texto para ir creando el imaginario de ese personaje; luego me acerco a él corporalmente, espacialmente, físicamente, ya en los ensayos con el resto de los compañeros del montaje. Pero hace falta siempre alguien, el director, que te mire desde fuera, que sepa dirigirte, centrarte… Y no creas que hay tantos directores de escena que sepan hacer eso… Y ahora, con Pablo Messiez, estoy intentando aprenderlo desde el otro lado, no desde el texto sino desde su personalidad, desde su energía, desde su forma de moverse, y crearlo solo a partir de ahí. Esto me interesa mucho porque no es mi forma habitual de encarar el trabajo y creo que me puede aportar un montón…”.

A veces Miriam no ha podido contenerse y la discusión con el director de escena es inevitable cuando su concepción del personaje es muy distinta a la que este trata de imponerle. “Creo que es mi obligación –nos comenta-, aunque finalmente una tiene que plegarse a las exigencias del director, si no admite tus intentos de colarle tu óptica sobre el personaje, pero cuando no hay tu tía, no queda más remedio que hacer lo que te pide… Lo que sí es cierto es que eso te coloca en un lugar en el que no estás expresando como tú quieres, y tu mirada sobre el personaje se queda corta… Pero, finalmente, el que construye es el director… Claro que hay muchas formas de dirigir. Hoy, por, ejemplo, en el taller con Pablo Messiez, aunque él tenía una mirada concreta acerca de los personajes con los que estábamos trabajando, hay siempre una sensación de libertad creativa para el actor y de confianza en él para poder crear, que a mí me ha encantado. Y esto aparte de que Pablo es un tío evocador y poético hasta dando un taller, y eso te coloca en un lugar maravilloso…”.

“Necesito ser coherente con lo que creo”

Como mujer, aspira a estar siempre en paz consigo misma y, como actriz le gustaría, simplemente, poder seguir viviendo de su trabajo, algo que consigue por momentos porque “!esta profesión es terrorífica..! Siempre digo que la nuestra es una profesión de surferos: un día viene la ola y tratamos de cogerla y deslizarnos con ella; otro no tenemos ola; otro día con la ola hacia arriba, otros con ella hacia abajo… Yo quiero crear, quiero vivir de mi trabajo y, sobre todo, es que necesito ser coherente con lo que creo y poder llevarlo también al trabajo… ¡Estar en paz! ¡Esta es una profesión muy dura! Estamos muy expuestos a la mirada de los demás, tenemos que atar muy cortos nuestros egos… Es una profesión muy engañosa porque buscamos como triunfar, como tener un lugar en ella y no perderse en el intento… De repente, estás colocada en un sitio en donde despiertas la admiración de la gente por haber tenido un momento -digo bien, un momento, porque son ‘momentos…’- en el que has tenido un buen papel en una serie de televisión, has tenido protagonismo dentro de una compañía, te conocen en la calle y empiezas a sentir que tienes visibilidad, y con eso hay que tener mucho cuidado porque te puedes perder. Por eso digo que los egos hay que atarlos bastante”.

Inevitable hablar con un artista y no chocarse de frente con términos como el triunfo, el éxito, el reconocimiento… Para Montilla todo eso se concentra en una sola meta: “seguir trabajando como actriz, seguir encontrando cosas nuevas, abrir puertas y no dejar de contar historias que me interesan. En una palabra, hacer lo que me gusta. Y estoy en el buen camino”. Y espera también alejar de sí ese temido ego: “trabajar con alguien con un egazo gigante es insufrible. Es horroroso, y da igual que sea técnico, director, actriz, actor… ¡no se puede, es un horror! Hay que trabajar desde la sencillez, desde la humildad y desde la honestidad contigo misma, con tu trabajo, con tu mirada del mundo”. Y Miriam sigue considerando que la suerte es su aliada porque los sitios por donde ha ido transitando, son lugares que le gustaban, ha trabajado con gente con la que quería trabajar. “Por eso digo que creo que los caminos que voy eligiendo, por ahora, son acertados”.

Sencilla, humilde, la jienense anda ahora buscando representante después de haberlo dejado con la que había estado ligada en los últimos trece años (“fue muy bonita nuestra relación, pero todo tiene un final, y lo hemos dejado siendo muy amigas…”), consciente de que esa elección es fundamental: “No quiero un tiburón porque yo no sirvo para ir a grandes eventos. Puedo hacerlo durante un par de meses, pero acabo vomitando porque yo no sirvo para eso. Necesito a alguien que confié en mí, que tenga ganas de peleárselo y que sea un todo terreno…”. Entonces –la interrumpimos no sin cierta ironía-, podrías aguantar un Goya o un Max, pero dos seguidos, ya sería insufrible, ¿no? Y Montilla –entre risas- nos responde que “¡hombre!, está bien que valoren tu trabajo, pero ya te he dicho que prefiero andar despacio y sólidamente. Por ejemplo, haber trabajado con Lucía Miranda en Fiesta, fiesta, fiesta. Para mí ha sido muy interesante, todo un descubrimiento su forma de trabajar y su enorme sensibilidad a la hora de dirigir actores”. Del acierto y el milagro del encuentro entre actriz y directora dijimos de ella que ‘Una magnífica, inolvidable, Miriam Montilla llena de vida a Alma -deliciosa, tierna, entregadísima esa “conserja” del instituto…’-, y a los otros dos personajes que interpreta también en la función (una mujer rumana y otra africana). “El trabajo fue tan absolutamente nuevo para mí –continúa diciéndonos Miriam- que ese reto me encantó porque yo ni siquiera sabía qué era eso del verbatim cuando hice la prueba con Lucía… Y, de pronto, hacer un personaje a partir de su escucha en una grabación que Lucía había hecho con ella y con el resto de los personajes que intervienen en la función, era algo absolutamente nuevo para mí. Ya había visto Nora 1959 y me fascinó su manera de cruzar el pasado y el presente en esas historias de mujeres, su sensibilidad, su creatividad. Luego, cuando me pidió que hiciéramos una prueba para Fiesta y tuve que enterarme de forma práctica a través de Angel Perabá, también compañero en la función, de qué era eso del verbatim. ¡La experiencia ha sido brutal! Y no solo por la técnica, que era nueva para mí, sino también por el hecho de haber podido trabajar con gente muy joven, que viene empujando con una fuerza tremenda, y que es gente muy honesta y muy trabajadora”.

Pero la verdadera emoción de la fórmula que la actriz emplea en Fiesta, fiesta, fiesta fue el encuentro real, en vivo y en directo, con las dos personas que inspiraron a Miranda la creación del personaje de Alma en esta propuesta escénica: “Mi encuentro con las dos Almas –aunque la voz de la que partí fue solo una, Lucía se basó en la experiencia personal de dos mujeres que hacían el mismo trabajo con adolescentes en un instituto-. Su encuentro con ellas fue muy importante para mí. ¡Estaba tan nerviosa que necesitaba que validasen, de algún modo mi trabajo! No quería por nada del mundo que ellas sintiesen vergüenza de lo que yo hacía, sino todo lo contrario, que estuvieran orgullosas de haber contribuido al resultado final de ese trabajo sobre el escenario…”. Y así fue, las emociones compartidas entre actriz y personajes, debió de ser muy parecida a la que sienten el donante y el enfermo trasplantado de riñón después de que la operación se salde con un éxito rotundo. A partir de ahí uno y otro son, en cierto modo, hermanos porque comparten un órgano vital. “El encuentro, a mí me conmovió. Desde ese instante, yo me llevaba a las dos Almas al baño, a la cocina, a la cama, me pasaba escuchándolas todo el día”.

“Los errores te llevan a reflexionar de otra manera, a pararte, a indagar…”

La magia de buscar la personalidad de alguien a través de una voz, de una forma concreta de expresarse fue la aventura de este montaje de Lucía Miranda en donde Miriam Montilla tuvo que poner no solo la voz, sino también el gesto y el cuerpo de los tres personajes a los que da vida en la función. Un procedimiento, una metodología de trabajo para la actriz totalmente nueva que, en principio, le generaba ciertas dudas sobre el resultado final del proceso. Pero la directora decía siempre a la actriz: ‘Miriam, ¡confía en mí!, porque yo confío en ti!’. “Y, de repente, trabajando, trabajando y trabajando, además de la voz, el cuerpo se mueve solo, con esa sonoridad y con esas pausas que provenían de la propia Alma”.

¿Qué es para ti –planteamos ahora a Miriam-, la presencia escénica?, ¿se tiene, se busca, se da...? “Yo creo que es un compendio de todo –afirma Miriam-. Hay gente que la tiene de forma natural, pero nosotros la trabajamos. Por ejemplo, en el curso de Messiez hemos incidido mucho en la forma de obtener presencia escénica: por la forma de plantarte en escena, por la forma de trabajar tu energía, la mirada con el público, por la dirección en el texto… ¡Es vital la presencia! Para poder quitarla, o para poder ponerla. Pero tú puedes manejar ese elemento en escena, como uno más a los que tienes que recurrir”. Y el ridículo, ¿cómo se vence la sensación personal del actor, o la actriz, de creer que puede estar haciendo el ridículo? “Confiando, trabajando, apoyándote en el resto del equipo de actores… Para mí, eso es vital. Hubo un actor, Chete Lera, que hace ya muchísimos años me dijo que ‘tú solamente vas a estar bien en escena si haces todo lo posible para que tu compañero lo borde. Lo que tú vas a percibir de él va a crear un círculo que también te beneficiará a ti, una energía que os retroalimentará a los dos’. Eso es actuar, estar en un escenario, buscar la presencia y hasta el modo de vencer cualquier atisbo de sentimiento de ridículo. Me pareció muy sabio ese consejo, porque la única forma de superar todo eso es apoyándote en el otro, en tus compañeros, en el director o la directora…”.

Aunque para la Montilla uno aprende tanto de los errores como de los aciertos –en el escenario y en la vida-, “los primeros te llevan a reflexionar de otra manera, a pararte, a mirarte y a indagar el porqué de lo ocurrido… Hay que equivocarse para aprender, y no hay que tener miedo a caer en el error. Si eres capaz de pararte y no considerar que es algo que tienes que eliminar de tu vida, de mirarlo cara a cara, del error se puede aprender mucho. Es la única forma de crecer, este es un asunto vital. Si metes el dedo en el enchufe y te da corriente, aprendes rápidamente que eso no hay que volver a hacerlo…”.

Que alguien ponga en tela de juicio tu opinión, tu mirada, tu trabajo –comentamos a la actriz andaluza-, supongo que no es plato de gusto. ¿Qué tal te llevas con la crítica?, terminamos por decirle, y ella encaja deportivamente la provocación asegurando que “está muy bien porque eso te hace pararte y reconsiderar tu labor. Respecto a la crítica, suelo leerlas al final, pero no de forma inmediata u obsesiva. Recuerdo que hace unos ciento cincuenta mil años –la exageración es muy andaluza, y Miriam ríe abiertamente mientras refiere la anécdota-, algún crítico de Barcelona dijo de una obra de teatro comercial que estaba haciendo algo así como ‘lo que no se debe hacer en teatro’. Para la compañía entera fue terrorífico. Era una comedia muy blanca, muy sencilla, muy tonta, y nos decíamos que a lo mejor el crítico que había escrito eso sencillamente no le interesaba nada y así lo exponía… Sí, sí, a veces, te dices ¿dónde estoy, donde me he metido?”.

La función por hacer, esa brillante y premiada adaptación de Miguel del Arco de Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, fue un punto de inflexión en la carrera de Miriam Montilla: “Sí, sin duda yo lo pondría ahí. Y por muchas razones. Con esta obra se creó algo muy bonito, superespecial, y pudimos empezar a hablar de Kamikaze como compañía. Por otro lado, se reconoció el esfuerzo denodado de todo un grupo humano por llevar a cabo un proyecto como ese y, en tercer lugar, a mí me ocurrió una cosa con Kamikaze: hasta entonces yo no había vivido nunca de este trabajo, y, como todo el mundo, yo tenía un trabajo alimenticio paralelo al de actriz (he dado clase durante muchísimos años a niños, y además es una labor que me gusta un montón) y a partir de La función por hacer ocurrieron bastantes cosas traumáticas en mi vida, pero también derivaron en un cambio personal y laboral, y empecé a vivir de mi profesión por primera vez, y sin necesidad de un sustento aparte. Eso para mí fue una cosa supernovedosa y maravillosa. Y eso de entrar a formar parte de una compañía como Kamikaze ayuda mucho a que se valore tu trabajo, a que tengas visibilidad… Sí, el antes y el después de mi carrera lo marca claramente esta función”.

Miguel del Arco –insiste la actriz-, ha significado mucho en el devenir profesional de Montilla. Además de haber estrenado juntos y por primera vez una obra, de haber hecho cortos también con él, “yo la sensación que tengo con Miguel es que ‘le leo el bocadillo’’, como digo yo. Es muy fácil comunicarse con él. Pero vamos, hay muchos otros directores y directoras con los que me apetece también mucho trabajar... Una de ellas ha sido Lucía Miranda, que para mí ha sido todo un descubrimiento. Ahora que he hecho el taller con Pablo Messiez, me gustaría mucho poder trabajar con él… Y, aunque es un sueño a futuro, me encantaría volver a encontrarme con mis compañeros de Kamikaze para crear de nuevo algo juntos, como hicimos con La función por hacer y, además en algo como esto, quiero decir que tuviéramos que empujar para sacarlo”. Le pedimos también que dé algunos nombres de actrices o actores españoles, y Miriam confiesa su admiración por María Hervás y otros cuantas decenas de nombres que, de pronto, no le vienen a la cabeza.

Caótica cuando crea, Montilla trata de buscar esa especie de equilibrio en la perfección que busca “aunque no soy excesivamente perfeccionista en mis trabajos porque me parece que la perfección te cierra puertas. Y, además, ¿qué es la perfección?... Yo, desde luego, soy bastante más caótica que perfeccionista… Ahora que estoy en un cierto parón en mi vida –que, por cierto, me viene muy bien…-, a mis cuarenta y ocho años, me tomo ya las cosas con cierta tranquilidad tanto en lo personal como en lo profesional. Estoy aprovechando para volver a pintar, estoy pensando en meterme en Bellas Artes, estoy escribiendo… Y todo eso me está nutriendo un montón , y siento claramente que me sirve mucho para mí yo artístico, y que me va a ser de una ayuda importantísima en el escenario… Creo que si fuera perfeccionista, no podría abrir tantas puertas al mismo tiempo. Y te lo digo con conocimiento de causa porque tengo amigos así. Yo no podría, me aburriría mucho…”.

“No sé si estoy preparada para hacer dirección de escena”, nos comenta Miriam cuando le preguntamos si nunca ha estado tentada por dar ese salto. “Lo que sí estoy empezando -continúa diciendo- es a querer contar mis historias y por eso estoy llevando a cabo algunos trabajos, indagando mucho en la vida de ciertas mujeres porque necesito contar historias que tienen mucho que ver conmigo”. No es una actividad totalmente nueva para ella, que no ha dejado de escribir nunca, aunque “como quien canta en la ducha, para mí misma. Pero ahora me parece que estoy necesitada de ordenar ese mundo caótico del que te hablo. Todo surgió a partir de un taller que hice hace dos o tres años con una directora de cine y guionista, Daniela Fejerman. Iba de maternidad y me metí a través de una amiga porque yo no soy madre, ni he querido serlo nunca, y las dos me animaron para poder dar una mirada de alguien que había optado por la no maternidad. Ese taller, que estaba dirigido solo a actrices, a mí me conmovió un montón y, a partir de ahí, me puse a escribir como una loca. A la primera persona a la que le enseñé mis textos fue precisamente a Daniela, y ahora que estoy también haciendo un curso de ilustración, he podido rescatar alguno de aquellos textos, y un ilustrador muy importante que los ha leído también, me ha empujado a que profundice más en ellos porque detrás de cada cuento que ha leído, le parece que hay un libro. ¡Ahora toca escribirlos…!”.

Apasionada como es, a Miriam le parece que, a veces, necesitaría “poner más cabeza y menos cuerpo, menos emoción en las cosas”, pero afortunadamente, ella es como es, y eso que nos ganamos los espectadores porque verla sobre un escenario es de esas cosas que uno no puede dejar de hacer al menos una vez en la vida. Y digo esto porque las restantes –que serán todas las que puedas-, ya vendrán solas...

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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