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Guadalupe Valero, diseñadora de vestuario: "Nada me puede satisfacer más que un actor me diga que le he dado una parte muy importante de su personaje"

> "Hay teatro que, o se hace desde lo público, o es imposible hacerlo"
> "En el teatro, hay que confiar siempre en los demás"

lunes 13 de agosto de 2018, 09:35h
Guadalupe Valero, diseñadora de vestuario: 'Nada me puede satisfacer más que un actor me diga que le he dado una parte muy importante de su personaje'
Desde hace unos años, la mano y la sensibilidad de Guadalupe Valero (Madrid, 1967), está detrás de la sastrería en los montajes del Teatro María Guerrero, una de las dos sedes permanentes que se regentan desde el Centro Dramático Nacional (CDN). Una constante sonrisa apacible, inteligente y educada está casi siempre delante y detrás de cada una de sus afirmaciones. Y es que la diseñadora de vestuario está convencida de que poner una sonrisa a la vida hace más feliz tanto a quien la genera como a quien la recibe.

"Bonito de lejos, pero lejos de ser bonito”, comienza afirmando Valero recurriendo a una frase hecha que proviene del inglés que aprendió en Londres en su primera juventud, cuando le preguntamos por las similitudes y diferencias de la utilización del vestuario en cine y en teatro. “En el teatro es mucho más interesante que sea bonito de lejos, porque la mayor parte de las veces, el detalle no puede apreciarse por la distancia. He visto vestuarios que eran preciosos de cerca, pero en el escenario no decían nada. Y al contrario: cosas resueltas de una forma un tanto chapucera, hacen el efecto buscado sobre el escenario. ¡Eso es fantástico! Más aún porque nosotros, con los presupuestos que manejamos habitualmente, no podemos imitar la riqueza de las telas de la época y hay que recurrir a pintar el vestuario, a ‘atrezzarlo’, a costumizarlo. Luego es fascinante observar que el efecto es creíble. Al final, eso resulta mucho más emocionante que tener, incluso, la tela original. El teatro tiene muchas más limitaciones que el cine y es ahí donde puede hacerse del defecto una virtud y suplir con ingenio las carencias, facilitar los cambios rápidos de vestuario y conseguir que la imaginación del espectador complete nuestro trabajo.

La diseñadora madrileña apostilla esa misma idea recurriendo también a quien, además de figurinista y escenógrafo, es director de escena y, durante un tiempo, dirigió los destinos del CDN, Gerardo Vera, de quien recuerda que decía que ‘ahora los diseñadores de vestuario no arriesgábamos, que no hay experimentación, ni riesgo, ni búsqueda…’. “Y yo añadí que es lógico porque no hay presupuesto para ello. Quería decir que eso podía hacerse cuando había medios para poder hacerlo… Yo aquello lo viví de lejos”.

“En montajes como aquel Pelo de tormenta… Desde entonces los presupuestos se han visto reducidos progresivamente, y por muchas razones. Una de ellas, la irrupción del minimalismo, que ha hecho que muchos directores huyan de lo teatral, viendo este aspecto como algo peyorativo, cuando para mí lo teatral, -salvo en los montajes que piden realismo sucio en los que hay que intentar captar lo que se ve en la calle (vaqueros, camisetas,…)-, no es nada peyorativo. Quiero creer que cuando el público va a ver el Sueño de una noche de verano, agradece la fantasía en el vestuario, no encontrarse en escena lo que puede ver en cualquier lugar de su ciudad. Como decía Walter Vidarte, -el actor y director uruguayo-, ‘el espectador tiene que tener donde posar la mirada’”.

La vocación de Guadalupe es tardía, según confesión propia. Aunque inicialmente se aficionó al teatro –como tantísimos españoles de la época-, a través de Estudio 1, de TVE, a ella le interesaba en principio, y fundamentalmente, el mundo de la moda: “No sé si hoy funcionaría aquel modelo pero lo cierto es que por allí pasaban los más reconocidos autores, directores, actores y las grandes obras de teatro, que proporcionaban un conocimiento muy serio a un público que, generalmente, no podía tener acceso al teatro más que a través de la pequeña pantalla. A mi madre le debo esa pasión que más tarde se volvería a despertar también en mí. Entonces no sabía muy bien a qué quería dedicarme; estaba muy perdida, con intereses muy dispersos (Periodismo, Publicidad, Moda...). Pero todo eso me resultaba muy ambiguo y no veía nada claro cómo podría desarrollar después mi carrera profesional…”.

“Aunque solo sea por ósmosis, acabas aprendiendo”

En ese mar de dudas, la joven Guadalupe se fue a Londres donde estuvo casi dos años, aprovechando que allí vivía una tía suya: “alargué todo lo que pude mi estancia allí para aprender bien inglés, aunque no para acabar siendo azafata, como hubiera querido mi familia… En esa época -18 o 19 años-, todo era sorprendente y conocer otra cultura tan distinta a la española, te abre el mundo, las expectativas, y allí mismo comencé a diseñar complementos de moda, de una forma totalmente autodidacta. Pero, finalmente, volví a Madrid y acabé estudiando Diseño de Moda, en una época en la que parecía que todo el mundo estudiaba esa carrera (‘¿estudias o diseñas?’, se decía entonces…). Éramos demasiados estudiantes de Moda en un país que no contaba con una mínima infraestructura industrial para poder dar cabida a tanto diseñador, o al menos yo no supe acceder a ella. Intenté, entonces, preparar mis propias colecciones, aunque sin ningún éxito, y después de dar bastantes tumbos , acabé topándome con el Centro de Tecnología del Espectáculo, una escuela soberbia, que a mí me ayudó mucho, orientándome profesionalmente y abriéndome a un mundo absolutamente desconocido para alguien que, como yo, no estaba relacionada con el teatro más allá de aquellos Estudio 1. Allí hice el curso de Técnica de Sastrería, empecé a trabajar inmediatamente en el Teatro de la Comedia, en el Español, etc. Y luego acabé aprobando las oposiciones al María Guerrero, y allí trabajo como sastra desde hace 18 años”.

La suerte de haber podido estar en estos últimos lustros con los mejores artistas de nuestro teatro, es bien apreciada por Guadalupe: “para mí ha sido un privilegio haber podido observar en la sombra cómo trabajan tantos artistas a los que has admirado, y admiras, tanto. ¡Fernando Fernán Gómez, Tomaz Pandur, Nuria Espert, Declan Donnellan, y tantos otros...! Si sabes aprovechar tu circunstancia, al tener a todos tan cerca, aunque solo sea por ósmosis, acabas aprendiendo muchísimo…. Poco a poco, empecé a desarrollar mi trabajo como diseñadora de vestuario. Primero, en el Teatro Off, que me llevó trabajar en espacios como La Pensión de las Pulgas. José Martret fue alguien muy importante para mí porque me ayudó mucho a comenzar a ser visible… En general, es muy importante el papel del Off en la oportunidad que supone para los talentos desconocidos, aunque al mismo tiempo la precariedad de esos trabajos –muchas veces, incluso, impagados-, puede desembocar en que se quede en algo amateurs porque todos necesitamos un sueldo para sobrevivir. Me da muchísima pena la gran cantidad de gente brillante que conozco que acaban tirando la toalla porque, aun trabajando muchísimo, no encuentran la forma de vivir exclusivamente del teatro. Hay un desprestigio y un desconocimiento muy grande de lo que supone sacar adelante un proyecto teatral…”.

Pedimos ahora a Valero que nos ayude a distinguir de una vez esos términos que muchas veces se suelen confundir: sastra, diseñadora de vestuario, vestuarista y figurinista. Lo hace, y muy claramente: “la sastrería no se encarga de diseñar el vestuario; los talleres confeccionan el vestuario, los sastres (que también hay chicos aunque menos) de cuidarlo, mantenerlo y repararlo y atender a los actores en los cambios rápidos que se producen entre cajas, también a veces de sus cambios de humor. El diseñador de vestuario y el figurinista, son una misma cosa. Cada vez hay más montajes contemporáneos e, incluso, más revisiones de clásicos en ropa actual, y la ropa actual, cuando la intentas imitar, no te queda bien; hay que comprarla porque si no, se nota que no es lo que se lleva en la calle. ¡Es muy curioso, pero es así: no funciona! En teatro, nosotros tenemos que aprovechar la indumentaria para dar mucha información sobre el personaje porque la ropa que lleva no es casual. La lectura y la documentación es la base de nuestro trabajo. Uno lee, hace un análisis del personaje, y después de bucear entre muchas imágenes inspiradoras, realizas una propuesta e imaginas su indumentaria.

El trabajo del diseñador de vestuario ha cambiado mucho gracias a internet, documentarse hoy es mucho más accesible, pero es aconsejable cultivarse en museos, librerías, en la historia del arte para tener cuantos más referentes como sea posible. Para determinados montajes de ropa contemporánea algunos diseñadores ya no dibujamos un figurín, sino que hacemos un collage con el estilo de ropa que llevará un personaje, así es menos frustrante cuando no encuentras en las tiendas exactamente lo que buscas. El figurín adquiere su valor verdadero cuando creas o recreas una época o una ensoñación, algo que deberán realizar los talleres de realización de vestuario a quienes tanto les debemos los figurinistas, porque ellos son los artífices capaces de optimizar las creaciones. Este es un trabajo en equipo donde tan importante es la elección de las telas adecuadas como el trabajo de ambientación para que los materiales no se vean nuevos o que el iluminador potencie las posibilidades de tu gama cromática.

De entre los más de cuarenta montajes en los que Guadalupe Valero ha diseñado el vestuario (los he contado esta mañana –bromea sin dejar nunca la sonrisa…-, soy de Letras… He hecho mis deberes”, nos dice cuando le preguntamos por ellos), le resulta muy difícil seleccionar cuál ha supuesto un antes y un después en su quehacer, así es que somos nosotros mismos quienes entre otros, citamos: Las siamesas del puerto (2007), Amor de mono (2009), Dos en la ciudad (2012), y M.B.I.G., Como si pasara un tren (2014), Caza Mayor (2014), La balsa de Medusa (2015) Miguel de Molina al desnudo (2017) Una vida americana (2018) . Al menos, y después de insistirle mucho, a vuelapluma nos cita algunos de los que está especialmente satisfecha y en los que ha disfrutado mucho por la conexión que se ha establecido con el director de escena: “cuando se produce esa comunicación, y te entiendes casi sin palabras, porque en la lectura conjunta que se hace inicialmente, ya puedes intuir cuál es el universo elegido. Incluso, puedes proponerle algo que él no había imaginado y esa sorpresa puede ayudarte a llevarlo a tu terreno. Cuando se produce esa conexión es maravilloso porque se trabaja con absoluta confianza, y esa es una de las características del oficio del teatro: hay que confiar en los demás compañeros del equipo”.

Sé lo que se siente ahí arriba”

Esa sintonía de la que habla la diseñadora madrileña fue total en Las amistades peligrosas (2013), el montaje de Darío Facal. Al principio, él quería un montaje más desnudo y, poco a poco, lo fui convenciendo de que era mucho más interesante que los personajes empezaran vestidos y terminaran desnudándose. La idea del miriñaque que llevaba Carmen Conesa, al desmontarse, se veía la estructura -que es algo que nunca se suele ver, y son preciosas-, ese miriñaque representaba a un teatro, es decir, lo que escondemos, la teatralidad de nuestros actos”. Pero Guadalupe también guarda en el recuerdo otras experiencias en las que ese encuentro entre director y diseñadora no fue tan afortunado y entonces, “cuando te van quitando elementos de tus propuestas, al final, se desvirtúan tanto que no deja satisfecho a nadie, ni a una parte, ni a la otra”.

Pero es mejor recordar los momentos felices y Valero tira de memoria para citar unos cuantos: con Álvaro Lavín, Juan Carlos Rubio, Manu Báñez, Salva Bolta, con quienes he tenido el placer de trabajar en varios montajes, porque es comprensible que un director quiera repetir con su equipo de confianza; en “Si no te hubiese conocido (2017), de Sergi Belbel, esa conexión de la que te hablaba fue instantánea, y eso que yo no soy de su equipo habitual. He sido también muy feliz con La valentía (2018), de Alfredo Sanzol porque fue un proceso divertidísimo…”. Pero el director de escena no es el único al que hay que emocionar con tu propuesta: “quienes, finalmente, van a tener que llevarlo son los actores y actrices, y para mí es muy importante su satisfacción. Yo admiro muchísimo la labor del actor y busco siempre que ellos se sientan a gusto… Desde que somos muy pequeños elegimos lo que nos vamos a poner y decimos a nuestras madres ‘no mamá, yo no me pongo esto’, y ellos tienen que hacer el ejercicio de que alguien elija por ellos lo que tienen que ponerse porque no son ellos mismos, sino un personaje. Entonces, cuando tú vistes a un personaje, lo haces en función de un análisis profundo de su psicología y su acción transversal; luego también ha de encontrarse una armonía entre todos los personajes que están en escena… Esto no se hace, ni mucho menos, al azar. Son decisiones que uno toma, entre muchas otras que podría tomar también… Entiendo que uno debe de ser flexible dentro de su propuesta, sobre todo porque los actores son los que al final defienden todo eso que tú has elegido. Y si tienes a una persona muy descontenta, va a sentirse infeliz, y yo no quiero crear infelicidad. Lo mismo que valoro mucho que un director me apoye contra los caprichos y las manías (a veces puedes escuchar, ‘¡Ay, es que yo no llevo naranja’ Ya, pero es que resulta que vas de calabaza…). Pero por otro lado, siempre que puedo complacer a un actor, lo hago, porque sé lo que se siente ahí arriba e intento hacerme cargo de sus inseguridades…”.

Hace ya unos años, Valero tuvo la suerte de poder acudir como oyente a un curso que se celebró en el Teatro Pavón, cuando era la sede provisional de la CNTC, con el maestro Denis Rafter, un director al que admira muchísimo personal y profesionalmente. “En el transcurso del mismo tuve que salir a recitar unos sonetos de Shakespeare y ¡Casi se me sale el corazón…! Todo el mundo debería probar a salir a un escenario para saber lo que se siente. Admiro enormemente el trabajo de los actores y todo lo que se juegan cada vez que se suben allí arriba y por eso los respeto muchísimo e intento, por supuesto, ser su cómplice. Nada me puede satisfacer más que un actor me diga que le he dado una parte muy importante del personaje”. Para la diseñadora de vestuario, aunque reconoce que su labor también está expuesta al juicio público -el del espectador-, hay una diferencia fundamental con el del actor: su trabajo termina el día del estreno y, sin embargo, el actor o la actriz tienen que hacer un nuevo examen en cada función.

Después de aquellos míticos Estudio 1, la flecha teatral que cruzó definitivamente el corazón de la diseñadora fue una representación de Onnagata por Lindsay Kemp en el tristemente desaparecido Teatro Albeniz´: “¡Aquello me fascinó, era magia! La afición por el teatro es muy minoritaria en España, es un mundo muy endogámico, a menudo tienes la sensación de que siempre vamos los mismos, y creo firmemente que hay que potenciar la idea de que el teatro puede ser sexi y apetecible, porque una vez que lo prueban, les encanta. Yo he podido comprobar cómo personas ajenas a este mundillo, cuando las llevas al teatro y tienen una experiencia feliz, se enganchan inmediatamente y se convierten pronto en verdaderos aficionados. En el teatro tú vas a experimentar de primera mano las vivencias de otras personas, sus lágrimas, su sudor, a veces incluso la sangre. ¡No hay nada igual! Entre otras cosas, porque las experiencias son únicas e irrepetibles”.

Hace un par de años, en otra entrevista, Lorenzo Caprile -además de diseñador teatral, mucho más conocido como diseñador de moda-, nos confesaba que ‘en la moda sobran muchas pasarelas, muchas subvenciones y mucha tontería’. Preguntamos nosotros ahora a Guadalupe qué sobra y qué falta, a su juicio, en el mundo del teatro y del diseño de vestuario teatral, y la madrileña nos responde que “falta afición, falta público que no sea el de siempre… Hace algún tiempo, un grupo de amigos que están reunidos en torno a una plataforma llamada Directores emergentes en emergencia, preocupados por la falta de público teatral, se atrevieron a hacer en la calle una pequeña encuesta en el madrileño Paseo de Recoletos, y el resultado fue desolador, el desconocimiento era general a pesar de que casi todos afirmaban que les gustaba mucho el teatro. Creo que falta crear afición, y desde ese punto de vista me parece fantástica la labor que está haciendo José Luis Arellano a través de La Joven Compañía para atraer al teatro a jóvenes y adolescentes con textos por y para ellos pero con los que todos nos podemos sentir identificados. Y, aunque es muy diferente, es también muy encomiable la de La Joven Compañía del Teatro Clásico (JCNTC), al hacer cantera con los jóvenes actores y ligarlos a la preservación de nuestros clásicos y la dicción del verso”. Y, continuando su discurso, y en contra de lo que dice Caprile, Valero argumenta que “a nosotros no nos sobran subvenciones porque hay teatro que, o se hace desde lo público, o es imposible hacerlo. Los nuevos creadores necesitan ayudas o por lo menos menos trabas para la creación. De hecho, estamos viviendo tiempos en donde sobreabundan los monólogos, en donde no hay escenografía y en donde lo comercial está en una especie de guerra con lo público. Somos tan pocos, que lo último que nos hace falta es, precisamente, estar enfrentados unos a otros… Se necesita que, culturalmente, se fomente el teatro… Y, respecto al diseño de vestuario, sobre todo lo que falta es presupuesto. Cada vez se reducen más y, aunque se tiende a infravalorar nuestra labor, con mucha imaginación y trabajo, al final se sale adelante”.

Teatro para todos los públicos

“Valoro mucho que un crítico se pronuncie positivamente cuando un trabajo de vestuario cree que realmente merece la pena destacarse –enfatiza Valero-. Y digo eso porque, en general, solo suelen pronunciarse cuando, a su juicio, el vestuario está mal. Están en su perfecto derecho, como también lo están los múltiples espectadores que opinan también a través de las redes sociales pero, por favor, les pediría a todos ellos que no caigan en el insulto, una tentación muy fácil cuando se hace desde el anonimato… Al final, todos sabemos que no hay fórmulas mágicas para conseguir un éxito (allá lo que cada uno entienda por éxito). Nadie es infalible. Si las hubiera, todos las seguiríamos.

Partidaria del teatro público, Guadalupe Valero, sin embargo, defiende también el teatro comercial porque “tiene que haber oferta para todo tipo de espectadores. Lo que pasa es necesario el teatro público, cuyo fin no debe ser competir con el privado, sino ser una plataforma para la experimentación y difundir la cultura, de otro modo, solo primaría la rentabilidad a la hora de hacer un nuevo espectáculo. Lo rentable no puede ser nunca el objetivo último de la cultura. Es imprescindible, por supuesto, que no haya despilfarro y que se intente rentabilizar al máximo. Se agradece mucho la política de cesiones de vestuario de los almacenes públicos, algunas de cuyas piezas deberían exhibirse en museos. Muchos vestuarios ahora se hacen reciclando los de montajes anteriores, aunque eso no te aporte mucho mérito como figurinista, y eso que la fórmula tiene su complejidad a la hora de encontrar la armonía partiendo de un puzzle de muchas piezas sueltas… yo tuve el honor de utilizar un vestuario de Pedro Moreno, uno de los diseñadores de vestuario españoles que más admiro, para Las harpías en Madrid (2016) y es maravilloso cuando los trajes vuelven a ser habitados…”.

“Si artista es el que tiene un estilo propio, y hace algo reconocible, creo que mis montajes se recuerdan, se reconocen, tienen un sello personal”, nos contesta Guadalupe cuando, directamente, le preguntamos en qué medida se considera una artista. Gran esteta y amante de la belleza, a la diseñadora, al mismo tiempo le gustan “las cosas horribles. Las cosas muy feas me parecen fascinantes. A mí me da mucha lástima cuando en una obra en la que tienes que afear, los actores se resisten. En España, por ejemplo, se ha hecho la serie sobre Carlos V, y los monarcas son guapísimos. Luego admiramos mucho las series anglosajonas y las norteamericanas, que son muy rigurosas, y en donde a los actores no les importa componer un personaje, caracterizarse hasta el punto de resultar casi irreconocibles. Aquí, en nuestro país, me parece que todavía queda un largo camino por recorrer para llegar hasta ahí.

Finalizando ya, preguntamos a Guadalupe qué piensa la mujer de la diseñadora y viceversa, y ella, después de pensarlo un instante, y sin abandonar la sonrisa (esta vez creo que un tanto indulgente…), nos responde que “a Guadalupe le gustaría que confiaran en ella y que le dejaran hacer más porque entiende el teatro como una vez lo definió Mario Gas al decir ‘no se amontonen, que el teatro es más grande que la vida’. A mí me gusta que la gente pueda soñar cuando va al teatro porque, como ya he dicho, los vestuarios de ropa low cost nos inundan cada vez más y eso deja poco lugar a la fantasía. Por eso me gusta cuando un director confía en mí, arriesga y me da libertad de creación… Y, por otro lado, la diseñadora está muy contenta de Guadalupe mujer por haberla visto capaz de llevar adelante su sueño. Ese sueño largamente acariciado que le llena de ilusión por poder seguir ejerciendo un trabajo que le fascina y da muchísimas satisfacciones”.

Y –esta vez sí- para terminar, pedimos a Guadalupe Valero que participe en este juego entre infantil y surrealista, el de tratar de asociar ciertas emociones a un vestuario o a un color determinados. La interrogamos sobre cómo vestiría a la serenidad. “La vestiría de azul”, nos dice, y cuando la invitamos a extenderse algo más, si así lo desea, sobre texturas o cualquier otra característica del vestuario, ella nos apostilla que “uno de mis signos de identidad como diseñadora es, precisamente, el uso del color. La gente tiene miedo a utilizarlo y yo, sin embargo, apuesto mucho por el color. El color expresa muchísimas emociones y estados de ánimo. Hay días en que tú no te puedes vestir de color de rosa porque no estás suficientemente animada para salir adelante con eso. El color te aporta un determinado estado de ánimo, y por eso he asociado el azul a la serenidad…”. ¿Y a la sumisión?, avanzamos en el juego: “sería un burka, azul también”. ¿Y el pánico?: el pánico es negro”. ¿Y el odio?: el odio es la negación del color”. ¿El miedo?: (lo piensa largamente): “el miedo se esconde, no da la cara”. ¿La lujuria?: “es roja”. ¿La honestidad? “es blanca”. ¿La felicidad?: “es el arco iris”. ¿Y la depresión”: “sin duda, es marrón”. ¿Y el amor?: (sonríe un poco más pronunciadamente) “el amor…, tiene mucho que ver con la felicidad porque parte de nuestra felicidad es, precisamente, la de sentirnos amados, así es que volvería a incluir todos los colores del arco iris”. Y, como resumen, reincide en la necesidad de seguir jugando más con los colores: “no hay que tener sentido del ridículo. Tenemos demasiado… Y hay que huir del ‘qué dirán’. Nos libera muchísimo poder expresarnos y que nos dé un poco igual lo que piensen los demás. ¡Jugar! Teatro en inglés es To play. Entonces, ¿Por qué no divertirnos, por qué no jugar? ¡Tenemos que tomarnos menos en serio y desarrollar más nuestro espíritu juguetón!”.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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