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Diario de lecturas de un joven escritor

El maestro y Patricio

El maestro y Patricio

martes 29 de noviembre de 2011, 08:28h

Desde hace varios días intento recordar quién pronunció la siguiente frase, aforismo o incluso sentencia judicial: "Al elegir a sus maestros, el escritor está dando la medida de su talla". Estoy convencido de que puedo recordar al hombre, porque sin duda fue un hombre, que está detrás de esta afirmación. He renunciado a escribirla en Internet y que Google me lleve a una página donde pueda descubrirlo, quizá porque en realidad no me fío de la información que hay en Internet (ni siquiera de la que vuelco yo mismo), quizá porque mantener activa la memoria y la asociación de ideas es el último reducto de creatividad al que podemos aferrarnos los escritores.

La frase en cuestión, no me cabe duda, podría haberla escrito Thomas Bernhard en su maravilloso libro Maestros antiguos; pero me temo que no fue él. Por la ingeniosidad y la puntería de su postulado también cabría la posibilidad de que fuera el propio Cervantes quien la hubiera puesto en boca de Sancho o del Licenciado Vidriera. Sin embargo es demasiado sencilla para cualquiera de los tres. En un momento de desilusión y zozobra, me armé de valor y fui a un "evento literario" donde creí dar con la solución: Fue Ray Loriga hablando de Enrique Vila-Matas hablando de Robert Walser durante la presentación del último libro escrito por Ray Loriga y elogiado por Enrique Vila-Matas bajo el auspicio del fantasma de Robert Walser. Desde luego, esto podría ser del todo cierto, pero la verdad siempre es más prosaica. La frase, "al elegir a sus maestros, el escritor está dando la medida de su talla", esta máxima perentoria y costurera surgió de lo más profundo de mi mente nada más terminar de leer la última novela del joven argentino Patricio Pron, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia.

Patricio Pron, reconocido discípulo (signifique lo que signifique eso hoy en día) del maestro Roberto Bolaño, amén de otros genios, es un autor genuino, con personalidad, dotado para la ficción, la autoficción, la intertextualidad y algún que otro recurso postmoderno más con los que comulga a regañadientes (tal vez porque sabe que la mayoría no son innovaciones sino meras repeticiones formales); pero sobre todo es un escritor verdadero. O lo que es lo mismo: un hombre que desde su lugar en el mundo pelea por sacar adelante una literatura que se enfrente a los mejores, un lenguaje que rinda homenaje a la sintaxis, una emotividad que haga sacar los colores sin dejar lugar al patetismo, una escritura, en definitiva, comprometida consigo misma y con el rescate de la verdad, su máxima expresión, su única meta, su epifanía y su catarsis. Porque Pron, aplicado y voluntarioso, urde sus tramas con precisión de relojero y elige con sobrada intencionalidad sus historias aunque al final lo deje todo en nuestras manos. Después de hacernos unas cuantas revelaciones, después de investigar lo asombroso que oculta lo cotidiano, después de barruntar diversas equivocaciones históricas, Pron nos coge de la mano y antes de llegar al final del túnel nos la suelta y desaparece. O mejor, siguiendo su juego de metáforas, nos deja dentro de un bosque con la esperanza de (y el miedo a) salir.

Los tres libros que ha publicado Pron en Mondadori son (siempre desde mi perturbado punto de vista) tres joyas, tres obras de arte, tres monumentos, pequeños pero sólidos, en honor a la escritura. No son la piedra de Rosseta (a estas alturas de la historia de la literatura qué podemos esperar), pero son tres obras importantes. Y lo son, en parte, por lo que tienen de únicas y por lo que las entronca con otras tres obras (o más) de su querido maestro, el chileno Bolaño. Así, por ejemplo, El comienzo de la primavera se plantea como una búsqueda literaria y vital en la estela de la emprendida por los poetas realvisceralistas de Los detectives salvajes. Cualquiera de los cuentos agrupados en El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan podría pertenecer sin desmerecerlo a Putas asesinas. Y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia tiene ecos de Estrella distante e incluso de Nocturno de Chile. Estas correspondencias, que tantos otros pueden considerar deudas o defectos, son, a mi juicio (recuerda esto: estoy perturbado) maravillosas analogías del funcionamiento de la narrativa, de la escritura y hasta del primigenio desarrollo de la vida: sólo podemos aprender algo mirando cómo lo hacen los demás. Y eso no es un aforismo inteligente o una cita célebre; es, sencillamente, la verdad. 

Por desgracia, como bien sabía Bernhard, "por muchos que sean los grandes ingenios y los Maestros Antiguos que hayamos tomado por compañeros, no sustituyen a nadie; al final nos dejan solos". Bolaño, en vida, no quiso ser maestro de nadie pero tras su muerte se convirtió en el maestro de todos nosotros. No dejemos que Patricio Pron se escabulla sin habernos mostrado antes los límites del bosque, y si no puede acompañarnos hasta llegar a cielo abierto no le pidamos cuentas ni le tengamos rencor porque en sus libros hallaremos varias salidas luminosas frente a la encrucijada inextricable que es hacer de la literatura una obra de arte, un enigma y una incitación.

Un ejemplo. En uno de sus mejores cuentos Pron escribe:

Si pudiera rescataría a todos los escritores desesperados, me quedaría de pie con los brazos abiertos en el campo de centeno y los atajaría para que nunca sintieran dolor ni desesperación.

Una promesa. Hace unas semanas, Pron escribió lo siguiente en la revista LetrasLibres refiriéndose a la literatura que han de parir los nuevos escritores en el siglo XXI:

Estoy seguro de que seréis vosotros los que produciréis esa literatura (comprometida, arriesgada, pura) y un día tendréis que marchar a la guerra por ella. Ese día yo iré a la guerra con vosotros, os lo prometo.

Una esperanza.

Si es eso cierto, querido Patricio, toma mi mano y vamos juntos a la batalla porque la guerra ya ha comenzado.

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