martes 25 de noviembre de 2014, 10:00h
Al sobrino que se va para Chile.
Conocerán ustedes el daddawala, sistema típico desarrollado
en Bombay desde hace algo más de un siglo, coincidiendo con el ferrocarril, para
transportar la comida preparada en casa hasta los lejanos lugares de trabajo de
los hombres. Cada día, cientos de miles de tarteras son intercambiadas varias
veces en múltiples puntos de trasbordo en un vaivén incesante, puntual y
eficacísimo, en el que apenas se falla una vez en cada seis u ocho millones de
entregas. Un sistema manual, ágrafo y casi perfecto, estudiado en Harvard por
su excelencia. Y una prueba de la pujanza y eficacia de Asia en el sector
servicios, del mismo modo que en Bangalore, el Silicon Valley de la India, se
cuentan por miles las empresas informáticas de todo tipo, desde los centros de
atención al cliente hasta el desarrollo de software y hardware más complejo. India
absorbe hoy ya el 70% de la externalización de tecnología informática del
mundo, y se ha convertido en el proveedor de servicios tecnológicos más
importante del planeta.
China por su parte, convertida en
la fábrica del mundo, supera ya en PIB en PPA (paridades de poder adquisitivo)
a los Estados Unidos, a la vez que India, Rusia y Brasil, integrantes del grupo
BRICS junto con Sudáfrica, también están entre las economías más fuertes.
Y ante eso Europa languidece y
decae como los dinosaurios al final del Cretácico, incapaz de adaptarse con
agilidad a los nuevos tiempos.
Debemos al historiador Fernand
Braudel el concepto de ciclos de distinta duración en el transcurso de la
Historia. Usando sus propias palabras, el tiempo corto, episódico o évenementiel es el más dramático y caprichoso: "a
medida de los individuos, de la vida cotidiana, de nuestras ilusiones, de
nuestras rápidas tomas de conciencia; el tiempo por excelencia del cronista,
del periodista". Y es el que nos confunde desde los titulares, pues superpone
en nuestra percepción la causalidad con la casualidad; porque "el
acontecimiento es explosivo, tonante. Echa tanto humo que llena la conciencia
de los contemporáneos; pero apenas dura, apenas se advierte su llama."
Por su parte el tiempo medio, de una duración de
décadas, es el que caracteriza fenómenos como la misma existencia de la Unión
Soviética, pero "muy por encima de este segundo recitativo se sitúa una
historia de aliento mucho más sostenido todavía y, en este caso, de amplitud
secular: se trata de la historia de larga, incluso de muy larga, duración." Es
la más difícil de percibir por el individuo.
En otros tiempos y otros continentes, como América
u Oceanía, el comercio a larga distancia era desconocido. Sin embargo, durante
siglos, entre Asia, África y Europa corrían largos caminos convergentes en el
Mediterráneo, ejemplo perfecto de fenómeno de larga duración. Largas caravanas
africanas transportaban esclavos, marfil y oro a Cartago, Roma o al Ándalus,
cruzándose con las mercancías de la Ruta de la Seda viajando desde China hasta
los finisterres europeos, indiferentes al trasiego de los imperios medas,
persas, seléucidas, partos, sasánidas, bizantinos, árabes o turcos. Tombuctú y
Samarcanda, hoy ruinosas, florecieron durante incontables generaciones hasta
que esos ejes comerciales cedieron al ímpetu de la navegación oceánica, cuando
el Atlántico, durante cinco siglos, pasó a convertirse en el centro del
comercio mundial entre Europa y la costa este americana. Y ahora el turno es
del Pacífico, el nuevo eje mundial de los negocios entre la pujante Asia y el
litoral occidental americano: en 2008 se confirmó un cambio trascendente en la
historia económica planetaria, al superar el océano Pacífico al Atlántico en
tráfico marítimo, y en volumen y valor de las mercancías transportadas.
Europa, gracias entre otras cosas, a la acumulación
de capital procedente del comercio atlántico, se convirtió en la cuna de la
Revolución Industrial, y con esa tecnología se lanzó a la carrera imperialista
que le permitió sojuzgar y explotar otros continentes durante décadas. La
descolonización coincidió con los fondos aportados por el Plan Marshall para
reconstruir Europa y mantener alto el estándar de vida occidental frente a la
amenaza de la Guerra Fría y el sistema comunista: 58.000 millones de euros se
inyectaron en el Viejo Continente para erigir el Estado del Bienestar.
España, a contrapié casi siempre, perdió sus
colonias cuando los demás las conquistaban. Nadie pudo dar la bienvenida a
míster Marshall, pero en 25 años de pertenencia al club europeo se han
recibido en España unos 88.000 millones de euros netos, lo que nos ha permitido
disfrutar del efímero regusto de ese Estado del Bienestar, ahora en crisis en
toda Europa.
Ya no hay colonias que exprimir, ni soviéticos comunistas a los que
epatar, ni planes Marshall, ni tampoco empuje económico en la envejecida Europa.
Durante muchas generaciones los europeos podían confiar en disfrutar de unas
vidas mejores que las de sus padres. Hoy los hijos europeos más conscientes
saben que van a vivir peor que sus padres, y los políticos más aprovechados y
demagogos, desde Hungría a Francia, pasando por España o Gran Bretaña, tratan
de sacar provecho del descontento ofreciendo soluciones mágicas de un populismo
escandaloso a las transformaciones de unas estructuras profundas que implican
el cambio de una era. Como si los dinosaurios afrontaran su extinción confiando
en los berridos de los iguanodontes más alborotadores para desviar el
meteorito.
Según el A.T. Kearney Offshoring Location Attractiveness Index que
mide el atractivo de los países para deslocalizar, subcontratar negocios o
invertir capitales, entre los diez primeros y más atractivos de la lista hay
siete asiáticos, encabezados por India y China, dos americanos, México y Chile
pero ningún europeo.
No importa si es el ascenso de UKIP en Inglaterra, el de Syriza en
Grecia, el Frente Nacional en Francia, Podemos en España o los nacionalismos
periféricos catalanes y escoceses. Todos suceden en
un continente que ve como se resquebrajan sus costuras políticas y sociales buscando
remedios milagrosos y falsos culpables en sus agónicos intentos de conservar
islas de aparente prosperidad, apolillados estados del bienestar y carcomidas torres
de marfil. Espejismos de un pasado mejor. Mientras, en la India cientos de
miles de tarteras acarreadas por 800 rupias al mes nos demuestran que el
esfuerzo y el progreso ya no son cosa de los europeos, pendientes del
cortoplacismo de unas elecciones o unos absurdos referéndums como Bálsamos de
Fierabrás.
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (2)
32124 | Teseguite - 27/11/2014 @ 00:14:37 (GMT+1)
Da gusto encontrarse un artículo inteligente en DC. Por fin, una persona inteligente y sensata entre tanta mediocridad. Mi más cordial enhorabuena. Coincido básicamente con sus planteamientos. Solo un pequeño matiz: hay unos pocos países en Europa cuyos ciudadanos saben lo que está pasando y lo que se están jugando en estos tiempos. Y, por supuesto, van a sobrevivir perfectamente en el presente siglo XXI. Saben que la solución pasa por el esfuerzo, la racionalidad, la seriedad, la profesionalidad, la formación, el mérito y el trabajo duro y no por las soflamas y el populismo. Desgraciadamente nosotros estamos en el pelotón de los suicidas, de los que creen que con las recetas del siglo XIX se van a solucionar los problemas del XXI. No es que seamos disléxicos es que somos el país de pillos, rufianes y caraduras de siempre. Un país de apariencia simpática pero que lleva dentro la vaguería, el rencor, el odio y la violencia que siempre afloran cuando vienen los malos tiempos. El primer mundo se mueve hacia Asia y muchos europeos se van a caer de ese mundo de riqueza. Nosotros seremos de los primeros. Méritos no nos van a faltar.
32104 | Rosa Paredes - 25/11/2014 @ 16:49:20 (GMT+1)
Muy interesante su artículo. Lo he reenviado a familiares y amigos. Gracias. Un saludo
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