Nueva vuelta de tuerca: exactamente un mes después de haber
tomado la decisión de dimitir como secretario general del PSOE,
Alfredo Pérez
Rubalcaba confirma que su retirada de la política, en la que está desde hace
casi tres décadas, es definitiva: anunció sorpresivamente que también abandona
su escaño, desde el que tantas tardes de gloria nos ofreció, para volver a la
docencia, hace tantos años abandonada. Le veo marchar con cierta pena,
consciente de que él sabe, lo sabía desde hacía tiempo, que le era llegada la
hora de la renovación: fue el mejor de su grupo, fue el mejor de su partido y
se abrasó en la pira funeraria de
José Luis Rodríguez
Zapatero, el hombre que dejó el campo socialista medio calcinado.
Reconozco que no he podido hablar con él en estas horas y
que su alejamiento de la vida parlamentaria tampoco me pilla del todo por
sorpresa, aunque no lo esperaba tan pronto. Ignoro, por tanto, si se marcha
enfadado por algo o con alguien, o si no quiere ser testigo cercano de los
tiempos de travesía del desierto que, sin duda, va a padecer su partido. Sí sé
que el grupo socialista recibe un varapalo con su ausencia y que deja al PSOE
huérfano de liderazgo: habrá quien le culpe a él, pero yo pienso que, entre sus
méritos y servicios públicos, se encuentra el haber democratizado su partido,
poniendo en marcha unas elecciones primarias que significarán el comienzo de la
recuperación del partido que fundó Pablo Iglesias. O su destrucción, quizá en
parte a manos de otro Pablo Iglesias, quién sabe.
Tengo muchas anécdotas con y sobre Rubalcaba, que iré
desgranando en futuras memorias. Jamás me concedió la menor cercanía informativa,
pero sé que compartíamos, compartimos, idéntica angustia por cosas parecidas:
era, es, un patriota, palabra que quizá no le guste porque la considere un
tanto anticuada. Acaso no todo fue rectilíneo en su trayectoria, pero no
conozco a nadie que pueda acusarle de falta de honradez, ni de falta de sentido
del Estado. Sí, desde luego, de teñir su actividad política de un cierto
maquiavelismo, pero qué quiere usted: un político sin unas gotas de cálculo es
un político muerto en estos tiempos que corren y nos corroen.
Le parecerá a usted, amable lector, paradójico, pero creo
que, con Rubalcaba,
Mariano Rajoy y la política del consenso y del pacto, que
por cierto no siempre practica el actual presidente, pierden un importante
aliado. Este cántabro enteco, de lengua afilada y mucho mejor intencionado de
lo que bastantes han querido suponerle, va a dejar un hueco demasiado grande
como para que uno de sus sucesores/as previsibles lo llene, al menos a corto
plazo. Tengo la impresión de que vamos a echarle, los socialistas y quienes no
militamos en esos pagos, bastante de menos. Ha tenido la grandeza de saber cuándo
marcharse. ¿No le suena a cierto paralelismo con alguna otra figura que
recientemente ha hecho lo mismo? Pues eso: que ahora toca gestionar la renovación,
el cambio. Y que ojala los sustitutos sepan cómo hacerlo.
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