Tengo el mayor respeto por la figura
de
Mariano Rajoy. Lo escribo en primer término porque en este país cainita, o
en estas dos Españas siempre a la greña, cualquier comentario poco entusiasta
te sitúa en el bando contrario al criticado y se toma por ataque inmisericorde
lo que pretende ser crítica constructiva. Y, desde el mencionado respeto, tengo
algunos reparos que poner a la actuación del presidente del Gobierno, mi
presidente del Gobierno, y presidente del PP, partido donde, no hace falta
decirlo, ni milito ni militaré: ni en ese, ni en ningún otro Me ha
decepcionado, debo decir que nuevamente, Rajoy: sigo esperando mayores apuestas
del hombre que más poder tiene aún en este país, del hombre que ha manejado
bastante bien la barca de la economía y de los tiempos, pero que se está ahogando,
temo, en sus posiciones de inmovilismo político.
Se equivoca, a mi juicio, Rajoy
cuando achaca el (relativo) batacazo electoral sufrido por los 'populares' en
las elecciones del pasado domingo a meras deficiencias de comunicación, a
simple falta de cercanía. Cierto que los españoles reclaman una mayor simpatía,
menos frialdad, de su jefe de Gobierno. Pero me parece que las reclamaciones
van mucho más allá: es nada más y nada menos que una nueva forma de gobernar lo
que se le pide. He escuchado incluso a gentes que le son próximas susurrar -no,
no en voz alta, y lo lamento-que hay que cambiar la mentalidad con la que se
ejerce el poder, porque eso, el cambio y no aferrarse a lo ya conseguido -como
proclama Rajoy-, es lo que obviamente están exigiendo los electores. Más
participación, una mucho mayor trasparencia, arrancar por la senda de las
reformas en profundidad, que muchas son las que se pueden, y deben, poner en
marcha para mejorar la calidad de la democracia española.
No estoy nada seguro de que el
Rajoy que asegura que no cambiará a nadie ni en el Gobierno ni en el 'aparato'
del PP vaya por este camino. Tampoco estoy seguro de que sea una verdadera
renovación que se hayan tenido que marchar, por mor de los votos, los que
alguien que participó en la reunión de la ejecutiva 'popular' calificó, con
humor, como 'dinosuarios'. No, Rajoy no quería que ni
Rita Barberá, ni
Luisa Fernanda Rudi, ni
Teófila Martínez, ni
León de la Riva, ni
Monago, ni
-quién sabe-
María Dolores de Cospedal, ni siquiera
Esperanza Aguirre, saliesen
de la política por la puerta de la derrota electoral. Ahora, me dijo la misma
fuente, alargando el cálebre minicuento de Monterroso, "cuando se despertó, el
dinosaurio seguía ahí; era él mismo".
Y lo peor es que se va quedando
sin los relevos de la segunda fila:
Bauzá, Ignacio Diego... Quedan algunos
alcaldes notables -como el cántabro
Iñigo de la Serna, o el alavés
Javier
Maroto, entre otros bastantes--, algún presidente de Comunidad con indudable
futuro, comenzando por
Alberto Núñez Feijoo, varios ministros con indudable
relieve, como la propia (aunque contestada) vicepresidenta
Sáenz de Santamaría,
o
Ana Pastor, o
Alfonso Alonso, o...Y eurodiputados de mérito, comenzando por
'Tono' López Istúriz, o
Esteban González Pons, o parlamentarios de relieve,
como los presidentes de las dos cámaras, o
José Luis Ayllón, o...No pretendo,
claro, ser exhaustivo. Y menos aún que alguien piense que hago una nómina de
quienes me caen bien, olvidando a quienes me caen menos bien. No es eso: es que
la mayoría de los citados cree sinceramente en la necesidad de una regeneración
que vaya más allá de los alicortos planteamientos oficiales. Y ahí, en lo
alicorto, es donde me temo que entra 'este' Rajoy.
Debo concluir ahora por donde
empecé. Hablando de la decepción que, pienso, ha producido a muchos, no
solamente a mí, e incluso a bastantes en sus propias filas, el Rajoy que se
aferra a lo bien que lo ha hecho todo, incapaz de autocrítica -limitarse a
decir que ha habido poca 'cercanía' no es autocrítica-y de planteamientos que
impliquen verdadera mudanza, que es algo que, siguiendo la máxima ignaciana,
debería hacer ahora que, según él, ya parece que no hay crisis. A este paso, me
permito aventurar, lo digo como mero observador veterano de la cosa política,
que acabaremos viendo a un señor llamado
Pedro Sánchez sentado en el principal
sillón de La Moncloa.
- Lea el blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'