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El único líder respetado

El único líder respetado

miércoles 26 de noviembre de 2014, 15:36h
Padecemos un desprestigio casi universal de los políticos, los pensadores, los emprendedores...Políticos como Obama, que parecían encarnar el cambio que el mundo necesitaba, atraviesa por sus momentos más bajos y no ha sido capaz de llevar adelante ni su programa ni una mínima transformación de su país. Mucho menos cambiar el mundo, al menos la parcela en la que Estados Unidos ha llevado siempre la voz cantante. Tampoco hay pensadores o filósofos que aporten una voz reconocida por todos. Parece como si ellos mismos estuvieran fuera de lugar y del tiempo, tratando de encontrar la brújula. En los terrenos nacionales, el desprestigio de los políticos, la ausencia de la Universidad y de sus catedráticos del debate público y la decadencia cultural son la norma. Casi nadie piensa en lo que hay que hacer para ser lo que debemos ser. Todos están a conquistar el momento presente, las metas inmediatas, el placer instantáneo.

No hay que correr mucho para encontrar al único líder que es respetado y reconocido hoy en su nación y en el mundo por sus gestos y por sus palabras. Por los hechos y por la fortaleza de sus argumentos. Me refiero al Papa Francisco. En su visita al Parlamento Europeo ha sido reconocido y aplaudido por todos. (Sólo me preocupa que también haya despertado la admiración incontrolada de Pablo Iglesias. Eso debería hacérselo mirar. No el Papa, sino Pablo Iglesias). Es posiblemente una de las pocas personas que sabe cuáles son los valores que necesitamos hoy para construir el mundo. Invertir en las personas, acabar con la opulencia y la desigualdad creciente en el primer mundo y entre el primero y el tercero, fortalecer y proteger la familia, recuperar "el alma buena" de Europa, sus raíces cristianas y culturales, afrontar la inmigración desde el norte de los derechos humanos -"evitar que el Mediterráneo se convierta en un gran cementerio"-, defender la cultura de la vida frente a la que favorece la muerte, especialmente de los no nacidos o de los ancianos, acabar con las persecuciones por razón de religión o de cualquier otro tipo, poner la verdad en el centro del comportamiento de todos los hombres.

Queda esperanza. Sólo falta que cada uno de nosotros, también cada uno de los políticos que le escuchaban no hagan -no hagamos- lo que es habitual: escuchar sin atender y sin la voluntad básica de traducir todos esos objetivos a la vida cotidiana. Nosotros en lo nuestro -el trabajo, nuestra familia, nuestros hijos, nuestros vecinos de barrio o de país-. Ellos en acabar con las injusticias, con el gasto desaforado e inútil, con las querellas infantiles, con el desprecio de la justicia. Para entre todos, recuperar la confianza, la ilusión colectiva, los objetivos de todos antes que los personales. Para acabar con el pesimismo y la frustración que nos dominan y nos hacen estériles. Para confiar en nosotros mismos. Para restaurar la dignidad de todas las personas.
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