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La indignidad de Europa

La indignidad de Europa

miércoles 22 de abril de 2015, 15:34h
El Mediterráneo es un enorme sarcófago donde yacen para siempre los cuerpos de miles y miles de ciudadanos del mundo que no han podido llegar a las costas de Europa. Desesperados por las atrocidades que sufren en países como Siria, Libia, Eritrea, o Afganistán, perseguidos por sus creencias o sus ideas, por su condición religiosa o, simplemente, hambrientos y desesperados, sin presente y sin futuro, se aprovechan de ellos las mafias, les cobran un dinero que no tienen, les embarcan en buques que no pueden llegar al otro lado de la costa, les someten a todo tipo de penurias y dejan que se ahoguen antes de llegar a tierra. Cuando se produce un naufragio como el último, con 850 personas a bordo, Europa tampoco reacciona.


Este jueves se reunirán para decidir si hacen algo. Cuando en abril de 2013 se produjo la tragedia de Lampedusa, y luego han venido otras de las que apenas hemos hablado, algunos políticos se acercaron por allí, aparentemente avergonzados, falsamente avergonzados. No hicieron nada.

Los españoles sabemos algo de estas tragedias, especialmente en Canarias, Ceuta y Melilla, pero nuestro problema es menor que el de Italia. Los centros de internamiento rebosan. Y Europa mira hacia otro lado. Ha tardado cinco días en convocar una cumbre "de emergencia" y parece que la primera medida que se les ha ocurrido es bombardear los barcos antes de que salgan.

Dicen que hay un millón de personas sin esperanza dispuestas a dar el salto. Dicen que en 2014 los 28 Estados comunitarios tenían registradas 626.000 demandas de solicitud de asilo  -un tercio en Alemania y otro entre Suecia, Francia, Hungría y Austria-. Italia tiene más de 64.000 y España sólo otorgó la condición de refugiado a 15 personas y rechazó 905 solicitudes. El miedo a esa invasión y al yihadismo ha hecho que Bulgaria levante  un muro que recorre ya 32 kilómetros en la frontera con Turquía.

Los que se arriesgan a estas travesías de la muerte saben que su vida no vale nada en África y, por eso, no les importa perderla en el mar si hay una mínima posibilidad de sobrevivir. Europa no puede mirar hacia otro lado. Tiene que actuar mejorando las operaciones de búsqueda y rescate. Tiene que actuar en los países de origen. Tiene que acabar con los conflictos que asolan países como Libia o Siria. Tiene que dedicar los presupuestos necesarios para programas de realojamiento, visados humanitarios o programas de reunificación familiar.

Debería convocar una cumbre urgente entre los países de donde vienen los inmigrantes y la Unión Europea y tomar medidas conjuntas. Europa tiene que promover acciones que ayuden al desarrollo real de pueblos como Eritrea, Somalia, Siria, Sierra Leona, Mali, Senegal, Gambia, Etiopía... Europa -y Estados Unidos- tiene que comprometerse con el desarrollo y la libertad de pueblos que en estos momentos no sólo están amenazados por el hambre y la miseria sino por el peor y  más radical de los terrorismos y por algunos de sus gobernantes.

Si Europa no cambia -y no confío nada en los burócratas que se reúnen este jueves- estará más amenazada que nunca. Como el Papa Francisco, deberíamos avergonzarnos todos por esta indignidad. Y hacer algo.
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