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A la sombra de Ulysses

A la sombra de Ulysses

lunes 12 de noviembre de 2012, 10:02h

El pasado mes de octubre se cumplieron cincuenta años de la muerte de Sylvia Beach (Baltimore, 1887 - París, 1962) una mujer que, sin ser novelista o poetisa, ha pasado a la historia de la literatura del siglo XX.

No creo que ella lo sospechara cuando en 1919, tras servir a la Cruz Roja Americana durante la Primera Guerra Mundial, abría, con dinero prestado por su madre, la primera librería-biblioteca de habla inglesa de París: Shakespeare and Company. "¡Ahora o nunca!" le escribió a su madre con valentía e ilusión.

Y estas virtudes, así como la inteligencia, fueron decisivas cuando James Joyce llegó a su establecimiento para que publicara el Ulysses. Hoy esta obra es quizá la novela nacional de Irlanda, pero entonces estaba prohibida en Estados Unidos (se habían publicado, confiscado y quemado algunos capítulos en la Little Review de Nueva York) y en Inglaterra nadie se atrevió a publicarla (incluida Virginia Woolf y su Hogarth Press). Sin embargo aquella librera de poco más de treinta años aceptó el desafío.

Este incluía, como recuerda José María Valverde, lidiar con el carácter de Joyce, que exigía seis juegos de pruebas de su voluminosa obra, que cambiaba y ampliaba (y también perdía y traspapelaba) a medida que corregía, siendo necesario volverlos a imprimir (el impresor de Sylvia estaba en Dijon, a unos trescientos kilómetros). El genio irlandés tampoco se contentó hasta que la portada tuvo los tonos de azul y blanco que deseaba  y puso a Sylvia fecha para la publicación, el 2 de febrero de 1922, día de su cuadragésimo cumpleaños.

Con audacia, la norteamericana se enfrentó a las críticas, cumplió las exigencias del autor y en plazo sacó una primera edición con el sello de su librería que, como le auguró a su hermana en una carta de 1921, la hizo famosa.

Pero Sylvia no es solo recordada por esta hazaña. Durante años, su librería fue el punto de encuentro de los escritores en lengua inglesa expatriados en París. Ella fue su benefactora, prestándoles libros y dinero y favoreciendo las relaciones entre ellos. Presentó a Gertrude Stein y a Sherwood Anderson; Scott Fitzgerald y Joyce; y Hemingway escribió que ninguna otra persona había sido tan bondadosa con él.

En 1942, Sylvia fue apresada por los nazis. Sobrevivió, pero jamás reabrió la librería.

Hoy existe en París una nueva Shakespeare and Company que trata de mantener el espíritu de su antecesora.

Allí acudí como un peregrino y compré la correspondencia de Sylvia Beach, editada por la Columbia University Press, que he leído esta semana para rendirle homenaje mientras la recordaba a ella y a todos los que con su generosidad hicieron que los grandes autores sean algo más que el polvo de sus cenizas.

Javier Rodríguez Alcayna

Escritor

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