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Poli bueno, poli malo

Poli bueno, poli malo

lunes 13 de enero de 2014, 13:58h
Durante más de un cuarto de siglo los nacionalismos, tanto vasco como catalán, han jugado a representar el papel del poli bueno. El poli malo, pongamos que hablamos de los etarras, los abertzales o -en el lado Este- de Terra Lliure y Ezquerra Republicana, mostraban su cara más torva, más radical o más violenta, cosa que asustaba mucho en Madrid.

Cuando el susto parecía que podía provocar reacciones peligrosas, aparecía un tipo del PNV o de CiU, educado, con buenas maneras, de los que se levantan cuando entra una señora y saben manejar la paleta de pescado, y daban garantías de que la única manera de neutralizar al poli malo consistía en que Madrid se portara generosamente con el poli bueno, cortés y civilizado que, algunas veces, parecía que era amigo del poli peligroso, pero era sólo por mantener amansada a la fiera.

Durante treinta y siete años se ha mantenido esta ficción, y hemos alimentado a los dos polis buenos, el del País Vasco y el de Cataluña, a base de concesiones, dinero, y alguna que otra bajada de pantalones, donde al gobierno de turno de Madrid se le ha visto un pedazo de nalga, unas veces la nalga izquierda y, en ocasiones, la nalga derecha.

Al cabo de 37 años, el poli bueno se ha encontrado con tal musculatura, que ha decidido dejar de fingir, y se ha ido del brazo con el poli malo, ante la ingenuidad del gobierno que se creyó la ficción y pensó que todo podía arreglarse con palabras y dinero.

El disgusto del PNV por la detención de esa chica tan simpática que dice que si ETA le da una pistola y le pide que mate, matará, y declarando, con esa prosopopeya que inauguró Arzalluz, de que esa detención es paso hacia atrás, le retrata como un poli igual que el otro. Y hablar de que eso retrasa "el proceso", ese término acuñado por ETA, nos asegura de que estamos ante el proceso, pero el de Kafka.

Por otro lado, en una lucha terrible para salir de la crisis económica, mientras cerca de seis millones de españoles lo están pasando mal, la iniciativa de Artur Mas, poniendo embajadas, escribiendo cartas que ponen en duda la estabilidad del país, y que pueden suscitar reparos en los inversores, es una acción tan vil y tan desleal, que hay que perder cualquier esperanza de que el poli vuelva a ser bueno. Nunca fue bueno, pero nos tuvo engañados hasta los primeros días de 2014. Esperemos que se enteren en Moncloa, a no ser que los tontos contemporáneos se hayan hecho los dueños.
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