Podemos, Pasalacabra y M. T. Campos

Recibo un airado mail anónimo defendiendo a los escritores mediánicos (sic). Por el tono, o es un autor mediocrérrimo de los citados en mi anterior columna o es un editor. Si fuera un negro sería un imbécil sosteniendo tales sandeces.

Entre otras lindezas me dice "... que (sic) exquísitos (sic) son los pseudointelectuales que se meten a criticos (sic) literarios sin haber leido (sic) nada seguro (sic) que hubieron (¡¡¡sic, sic y resic!!!) frustraciones insuperables en su vida...". Se trata de la segunda frase del primer párrafo: en total tres faltas de ortografía, tres de sintaxis y una programación paratáctica imposible en castellano.

Añade más adelante que "... hasta las chachas (sic) tienen derecho a leer literatura. (Este ti@ además de imbécil, es clasista: qué tendrá que ver la profesión para leer a Proust o a la oportunista y advenediza Sandra Bardena o al ágrafo Gálvez que a duras penas acabó COU).

Para dejarlo claro: en la primera página del parto de Gálvez hay 11 solecismos, en la de la ágrafa M. T. Campos hay 17 y en la del palanquero Maxim el hortelano hay 18. No he podido seguir con otros que cito porque tanto vomitar estaba haciendo pensar a las autoridades sanitarias que he pillado el ébola.

El nivel del país no puede ser peor: el presidente del gobierno es un tipo que a duras penas sabe sumar sin jaquecas; en Cataluña hay un político que sí sabe sumar, pero entonces roba a espuertas: Pujol y los Pujolone; el director de La Razón, un periódico por más que el título parezca indicar un panfleto mormón, escribe y dice "detrás mío".

Hay académicos como Cebrián que únicamente ha escrito una de las peores novelas de la historia de la humanidad -superada últimamente por la racha telecinquesca de abortos literarios- y otros como el anciano, caduco y revenido Anson que no ha pasado de recopilar poemas de otros que ni son mil ni son los mejores.
Estamos en septiembre menos uno y el problema de los libros de texto no es menor: el director de un instituto prestigioso de Corruptilandia, comunidad autónoma en el  mismísimo Levante, me hace prometer que no diré su nombre ni el del insti al momento de contar que hay un mercadillo wasapero para revender los libros de cursos anteriores. Los chavales, más listos que Wert y Editorial Canaya, venden o cambian sus libros e incluyen el "nuevo índice" porque los libros venideros son iguales que los obsoletos, solo varían título y orden de capítulos para despistar a madres e incautos -con la connivencia claustral- siendo el contenido idéntico. Lo mismo que los escritores mediocres que salen por la tele: la misma historia insulsa con léxico y sintaxis de tercero de kindergarten.

Gálvez dice que lleva cinco años escribiendo su fiasco y Bardenas que tardó tres en escribir el suyo: o se tocan mucho los pinreles, o escribir les resulta un esfuerzo ímprobo que no deberían practicar -sacar la lengua por la comisura mientras se garabatean páginas no es el esfuerzo del escritor, queridos, sino la incapacidad del ágrafo- aunque solo fuera porque si ellos son la intelectualidad de Telahinco no puedo ni imaginarme la novela de Kiko Hernández, un tipo que cree que Nueva Zelanda es un pueblo cerca de Toledo y que Jacky Onassis está viva.

En un país donde a la confesión de corrupción del capo di tutti capi Jordi Pujol produce pena y compasión entre los políticos catalanes en lugar de asco y repulsión, qué puede esperarse de la literatura. En su momento dije que Zafón no era escritor sino un cuenta historias barato que sitúa Bogotá en Bolivia y que no distingue sujeto de predicado. Ahora veo que el cáncer se ha expandido y que hasta le darán el Princesa de Asturias de la literatura para poder abonar la bazofia televisiva con pintalabios, Islas perdidas, roscos y maridos suicidados ante tanta mediocridad.

BONUS: para los escritores televisivos, solecismo, parataxis, ébola, kindergarten: son palabras "normales", no insultos y la última, además, es germanismo, cosa que nada tiene que ver con vuestros hermanos.