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Harto de vivir de rodillas

Harto de vivir de rodillas

miércoles 07 de enero de 2015, 20:10h
Desde las guerras a pedradas de los filisteos hasta la moderna guerra con drones teledirigidos desde miles de kilómetros, no hay guerras justas, ni siquiera proporcionadas. Ahora las tácticas y las armas son distintas. La Convención de Ginebra más parece hoy la Componenda del Gin Tonic y encontramos más enemistad contra Alexis Tsipras o Iñigo Errejón que contra cualquiera de estos encapuchados que nos invaden desde hace ya dos décadas.

Siempre he dicho que hay que ser intolerante con los intolerantes y no voy a cambiar de opinión solo porque estos hijos de satanás lleven kalachnikovs por las calles de París y manejen el Windows Movie Maker con maestría. Mi cobardía es una baza con la que no van a jugar porque yo sé que su valor es mi miedo: estamos hablando de asesinos a los que hemos dejado crecer y medrar como si se tratara de gamberros a los que esperamos que se les pase la adolescencia.

A mí me da igual su religión, ni frío ni calor; cada uno con sus cadaunadas, pero de la misma manera que yo no impongo mis criterios a nadie no voy a sufrir que nadie me imponga los suyos, menos aún un montón de asesinos resentidos muy duchos en disparar a la cabeza de un hombre malherido o de una docena de periodistas armados con lápices de colores. Son tan cobardes que para asesinar a caricaturistas han utilizado lanzagranadas.

Desde siempre hemos separado a musulmanes de extremistas islámicos. Parece lógico, pero no lo es: en madrassas y mezquitas no enseñan convivencia y sí se envenena la mente con basura racista contraria a los Derechos Humanos.

¿Hay que ser tolerante con los musulmanes? ¿Existe el buen musulmán? Lo cierto es que los primeros que deberían estar interesados en actualizar esta religión medieval son sus feligreses, pero la parroquia islámica solo hace que retroceder ante la modernidad desde el despótico Jomeini (1979): o tomamos medidas o acabaremos subyugados como los hebreos en la Alemania nazi.

De la misma manera que no toleramos las ablaciones de clítoris así se hagan en África, no deberíamos tolerar mujeres tapadas como bultos ni soflamas religiosas en las que pegar a la mujer es considerado un correctivo justo -lo diga un obispo o lo diga un imán- y no un delito perseguible, denunciable y condenable.

Lo que ha pasado en París es lo mismo que viene pasando con cada periodista o cooperante degollado ante las cámaras en los últimos meses: un acto de guerra que nos chupamos acobardados y mirando al suelo, con miedo a ofender a cualquiera de esos locos con turbante que inopinadamente decide entrar en el metro o en una guardería y llevarse por delante a cuántos pueda en nombre de su Alá, de su Mahoma o de cualquier otro símbolo igual de arbitrario.

Estos devotos, tan fervorosos y entregados, rezan cinco veces al día mirando a la Meca, lo que se llama la alquibla. Lo que probablemente desconocen la gran mayoría de ellos es que al principio ese Mahoma al que no se puede remedar, caricaturizar o ridiculizar en forma alguna, rezaba e imponía a los suyos rezar de cara a Jerusalén, pero cuando los hebreos le dijeron que no lo reconocían como profeta, que no les parecía que tuviera la categoría intelectual y de santidad de Abraham, Isaías, Ezequiel o el propio Jashua(Jesús), muy ofendido el ágrafo vaticinador -en sentido literal ya que Abu l-Qasim Muhammad ibn ?Abd Allah al-Hasimi al-Quraysi era analfabeto- decidió rezar hacia el otro punto más rentable en términos de piastras y feligreses: la Meca. Esto sirvió para que el agorero se congraciara con los mercaderes que tenían en el politeísmo de la kaaba su forma de vida vía los ingresos de los peregrinos y que perderían cuando el iluminado rechazó cualquier dios salvo Alá.

Estamos en guerra, no hay otro término, y me da igual que su excusa sea una religión, un libro mal escrito y peor interpretado o un quítame allá esas pajas territoriales: son los nuevos perros de la guerra y no hay que tener piedad ni compasión, mucho menos cobardía. Ya basta de vivir de rodillas. O ellos o nosotros.
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