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Cronofobia política

Cronofobia política

miércoles 26 de noviembre de 2014, 19:45h
La cronofobia es una patología que consiste en temer al tiempo, al paso del tiempo, más de la cuenta, pero que en política cursa en miedo y rechazo al paso del tiempo en los demás, es decir, a las personas mayores, a las de, por decir algo, más de 50 años. Lo comentaba aguda y desoladamente, el otro día, el colega y amigo Fernando Jáuregui en su columna vecina de Europa Press, en la que lamentaba la preterición y el desprecio de los veteranos, y no digamos de los viejos, en todos los ámbitos de la vida social. En política, donde además priva la neofilia, el culto a la cara joven ande o no ande, el caso es especialmente devastador.


Cuando se habla de cambio en política, o de regeneración, o de revolución, o, sin más, de ganar las elecciones, se pone un joven (o se pone él solo) y asunto concluido: Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Tania Sánchez, Albert Rivera, Alberto Garzón... La juventud es, sin duda, un divino tesoro, el más divino, pero en un país políticamente tan podrido, tan degenerado, tan comido por el timo, la estafa, la golfería, la sirla institucional y el bandidaje, ¿qué puede aportar la poca experiencia, la poca edad? La mucha experiencia y la mucha edad, por sí, tampoco, pero los años bien y honestamente vividos sí acreditan algo, o bastante, o mucho.


O dicho de otro modo: Con la de personas mayores que hay de trayectoria vital intachable, luminarias en sus diferentes oficios y actividades, que nunca se han vendido ni se han dejado sobornar pese a las añagazas que a lo largo de la vida se sufren, que han llegado a una edad más o menos provecta con la vida resuelta decorosamente, que no ambicionan otra cosa que dejar una España mejor a sus hijos y a sus nietos, que podrían, en consecuencia, orientar, administrar o dirigir los asuntos públicos con extrema pericia, conocimiento y decencia a cambio de nada, sólo de la satisfacción de sentirse útiles y vivos, ¿por qué no contar con ellos? Guardan en sí, incólume e indesmayable, lo mejor de la juventud. Un tesoro desperdiciado.
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