La inquietud de lo que nos espera
martes 25 de febrero de 2014, 09:05h
"Mientras
sigue incubándose la crisis tremenda que de un modo u otro conmoverá todos los
pilares de la España que conocemos, a mí me toca ahora dar un paso atrás". No
puedo decir que me sorprendió leer esto porque, de alguna forma, la crisis de
nuestro país ha sido originada en buena medida a consecuencia de una crisis más
profunda que la económica, pero reconozco que leerlo en estos términos de la
pluma de una de las personalidades más destacadas y, por lo tanto, mejor
informadas del periodismo español en el momento en el que contra su voluntad
deja la dirección de uno de los diarios de papel más importantes e influyentes,
me causa impresión.
Cuando
más o menos el mismo día, el líder de la oposición dice que las reformas que
está llevando a cabo el actual gobierno pueden ser revertidas, tampoco me
sorprendo, pero mi grado de inquietud acerca del futuro que espera a la
sociedad española aumenta. ¿Por
qué cuando parece que empieza a verse alguna luz tras los largos años de crisis
y sufrimiento para la mayor parte de la sociedad española emergen indicios que
nos hacen temer que la niebla esté lejos de despejarse? ¿Acaso es que el
descenso de la marea de la parte más económica de la crisis nos deja expuesta ante
los ojos la estructura deteriorada de una sociedad que no ha sido capaz a
través de sus líderes políticos de refundarse a si misma, corrigiendo los
errores generados por un sistema que se ha envilecido a consecuencia del rápido
aumento de la riqueza?
A
pesar de lo mucho que se ha sufrido y de lo que queda aún por sufrir, un
observador económico que pretenda algo de imparcialidad no puede limitarse a
alabar los progresos que algunos de los indicadores macroeconómicos están
registrando que, sin duda, suponen una mejora relativa de la economía española
en algunos de sus desequilibrios más graves, sino que tiene que validar su
durabilidad y sus aspectos verdaderamente transformadores. Las complejas
sociedades modernas no pueden ser gobernadas por una élite que en nombre de lo
necesario subordina a esta necesidad el acuerdo de la mayor parte de la misma.
El
ejemplo alemán, una sociedad que fue capaz de incorporar a una parte segregada
a consecuencia de la guerra y que ha trabajado con el consenso entre sus
principales fuerzas políticas para así transformar ese reto en una historia de
éxito, es un caso envidiable de aprovechamiento de las herramientas políticas
para generar riqueza y estabilidad para sus miembros.
En
España, ni una sola de las reformas que se pretenden transformadoras ha contado
en los últimos años con consenso político alguno, de modo que nada impide que
puedan ser revertidas y como consecuencia, se instale en la sociedad una
dinámica de construcción y destrucción que haga muy difícil salvar los retos
políticos y económicos que restan por afrontar a la sociedad española.
Desequilibrios
y ajustes
En
cualquier economía, cuando se ha registrado un largo periodo de crecimiento se
generan desequilibrios que precisan de ajustes y correcciones. Está en la
naturaleza del sistema y es lo que conocemos como ciclos económicos, donde a
periodos de expansión suceden periodos de crisis. Todos son distintos en
duración e intensidad y dependiendo de cómo sean las fases de crecimiento, las
crisis que ajustan los desequilibrios que provocan pueden ser más o menos
cortas, más o menos violentas y más o menos destructivas o transformadoras.
La
esencia de la democracia consiste en que sirve a la sociedad para encauzar esos
periodos de ajuste de un modo no violento, de forma que la sociedad pueda
resurgir tras el periodo de crisis habiendo transformado aquello que provocó su
caída. Paradójicamente, la España que surge de la dictadura es capaz de
concebir y dar forma a las instituciones que han de servir a ese propósito
transformador y, al mismo tiempo que lleva a cabo la reforma política, es capaz
de consensuar la forma en la que salir de la crisis económica.
Fue
una historia de éxito, y sin embargo ha sido ese éxito el que ha sido utilizado
como argumento de anclaje de tal forma en la política española que, a pesar de
haberse alternado gobiernos de uno y otro color político, nada ha querido ser
cambiado desde entonces. De esta forma el deterioro de las instituciones y la
falta de acuerdos políticos ha acabado por arrastrar al país a una situación en
la que, a pesar de la mejora de algunos de sus indicadores económicos, muchos
de sus ciudadanos se sienten excluidos y no representados, algo que cada vez se
pone más de manifiesto en el decreciente porcentaje de la sociedad que es
representado por los dos grandes partidos nacionales.
Demografía
y productividad
Volviendo
a la economía, que sin dejar de ser algo político tiene también elementos
científicos, el crecimiento económico tiene en todos los tiempos, y también en
este, un componente demográfico y un componente que llamamos productividad. Es
la agregación de ambos lo que permite crecer a una economía. Lo puede hacer a
través de un fuerte crecimiento de la población, pero también a través de
preparar mejor a sus miembros. En ambos aspectos es por medio de la política
cómo los dirigentes sociales establecen la forma en que se llevan a cabo las
trasformaciones que afectan a la demografía y a la productividad.
Los
casos de China con la política de hijo único o de Japón con su rechazo a la
inmigración son ejemplo de influencia demográfica restrictiva. Los de países
tan diferentes como Corea o Alemania son ejemplo de políticas orientadas a la
productividad. España hace mucho tiempo que no consensúa una política que trate
de lo uno o lo otro, y ha sido en la ausencia de políticas transformadoras de
consenso en las que ha arraigado mejor la crisis, y es en esa amenaza de
continuar esa ausencia de consenso en la que se basan muchos de los temores y
dudas que hacen difícil concebir una salida clara para la encrucijada en la que
se encuentra la sociedad española.
Ahora
disfrutamos de una cálida racha de aire templado que a la sociedad nadie ha
regalado y que tiene que ver, en gran medida, con el sacrificio a través del
ajuste de salarios que ha deteriorado la capacidad de consumo de los españoles,
pero que también ha servido para incrementar la competitividad de las empresas
en el exterior. Pertenecer
al euro ha evitado, de momento, que el país hubiese de afrontar una suspensión
de pagos que hubiese deteriorado, todavía más, los sistemas de protección
social que, a pesar de sostener formalmente su caparazón, han ido
perdiendo contenido y su capacidad de reequilibrio conforme la crisis ha
detraído recursos del sistema, ya sea a través de la destrucción de riqueza, o
del sumergimiento de parte de la actividad económica.
Es
precisamente aquí, donde para algunos radica la explicación de la relativa paz
social con la que la sociedad española está superando la fase más dura de la crisis,
pero que supone un germen de destrucción de la productividad al atacar los
fundamentos en los que se ampara el desarrollo de las capacidades de la
sociedad. ¿Cómo sustentar y financiar el sistema educativo, sanitario, la
inversión y renovación de infraestructuras, el sistema de seguridad social? Pero
pareciendo esto grave, ¿qué pasa cuando ni siquiera la sociedad puede
consensuar temas tan nucleares para el crecimiento como son la educación, el
modelo sanitario, el sistema de pensiones, el régimen fiscal o la organización
territorial del Estado, y lo que hoy proponen y diseñan unos amenazan con
cambiar los otros?
Ni
siquiera sabe la sociedad lo que es posible con los menguados recursos
disponibles y está por llegar el momento del debate de ideas previo a cualquier
consenso respecto a qué tipo de políticas son nucleares y han de ser
consensuadas para mejorar el potencial de crecimiento de la economía española.
Que
nadie crea que con lo que la economía española ha podido mejorar en sus
indicadores en los últimos meses y lo que esta mejora pueda dar de sí en los
próximos, España va a poder hacer frente a los retos que la herencia de la
crisis económica y política nos ha dejado. Si la sociedad española no es capaz
de forzar a sus representantes políticos a una refundación de los deteriorados
pilares que surgieron de la transición, entonces, efectivamente nuestra
sociedad se verá pronto conmovida por esa crisis que lejos de diluirse sigue
incubándose en España.
[*]
José Manuel Pazos es economista y Socio Director de Omega IGF
Analista y consultor
Consejero Delegado del Grupo Omega Financial Partners. Es economista, MBA por la IE Bussiness School y en Estrategia Internacional por la London Business School. Formado en el Chicago Mercantil Exchange, es experto en Options Risk Management por O´Connell & Piper de Chicago. Conferenciante y profesor de derivados financieros y divisas en diversos programas Master. Además, dirige los Comités de Riesgo de compañías de múltiples sectores de actividad, siendo miembro de varios Consejos de Administración. Ha sido contertulio habitual de emisoras de radio, miembro del equipo editorial de diversos diarios
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