De supervivientes a protagonistas
lunes 03 de marzo de 2014, 09:16h
La gente más peligrosa es la que se cree estar en
posesión de la verdad absoluta. Y como ya nos alertaba Cela: "Lo malo de los
que se creen en posesión de la verdad es que cuando tienen que demostrarlo no
aciertan ni una". En estos tiempos oscuros los autosuficientes se
convierten en reaccionarios o en "pastores" de iglesias que prometen paraísos
inexistentes. No me gustan los que tienen ideas tan claras sobre el qué hacer y
cómo debe ser el nuevo tiempo.
No es fácil acertar el diagnóstico. Pero sí hay un
consenso generalizado en que hemos tocado techo, el mundo ha cambiado y ya nada
será igual. Hay quienes, desde la derecha, sí tienen un proyecto realista que
avanza de forma inexorable. En cambio, en la izquierda se intuye que todo irá a
peor. No habrá retorno al pasado de los 80 ni al del año 2000, como querrían
desde la socialdemocracia, pero tampoco se abrirán las "anchas alamedas" de una
revolución triunfante. La
hegemonía de este proceso social en Europa está en los conservadores. Mientras,
la izquierda y las fuerzas de progreso permanecen en el desconcierto.
La socialdemocracia ha sido, junto a otros, la columna
vertebral de un proyecto de España exitoso en estos últimos 35 años que nos ha
conducido a un Estado moderno. A pesar de que en el camino ha ido dejando
muchos jirones, posiblemente innecesarios, que hoy serían imprescindibles para
la recuperación del impulso y la credibilidad. Yo provengo de la otra izquierda.
Aquella que actuó con generosidad en el proceso democrático, el impulso del
cambio y la reconciliación. La que sumó esfuerzos para la consolidación del
sistema de libertades y nos llenó de orgullo tras influir, y determinar en
buena medida, en lo que hoy son las trincheras de la resistencia democrática.
Pero esa izquierda hoy rechaza su propia historia y solo plantea resistencia y
rebelión como si su proyecto no fuera de este mundo en un claro ejemplo de
política "adanista" como si acabara de entrar en contacto con la sociedad.
Definir un proyecto de España como proyecto común que
cuente con un respaldo mayoritario debería ser un objetivo de todos. Pero esto
parece imposible. La derecha del PP ni lo busca, ni lo quiere, ni lo desea. Su
proyecto tiene éxito; no contempla derechos sociales, ni igualdad de
oportunidades, ni proyecto de integración, ni de redistribución de la riqueza.
Sólo pretende la destrucción de nuestro pequeño Estado del Bienestar.
Sin embargo nunca debería descartarse un amplio acuerdo
común sobre las reglas de juego que compartimos una inmensa mayoría. Ahora
bien, la izquierda sí tiene la responsabilidad de tener un Plan, un proyecto de
País, que defina la España de los próximos decenios. Una propuesta, en definitiva,
que tenga el apoyo mayoritario de quienes han perdido la confianza y de quienes
no han vivido el consenso que nos ha sustentado en los últimos 35 años.
¿Reforma Constitucional?, ¿proceso constituyente? En
serio, los cambios son imprescindibles. Pero en este momento la hegemonía de la derecha es tal que
cualquier proceso sería de carácter reaccionario y no progresista. Podemos
pedir la Luna pero la realidad es más miserable. Ahora la prioridad es
derrotar a la derecha en su conjunto y crear una mayoría electoral y social de
resistencia primero, de revertir decisiones después y más tarde de cambio y
empuje de políticas progresistas. Lo demás sólo dará pequeños réditos
electorales temporales pero alejará las posibilidades reales de cambio.
La Regeneración Democrática debería tener, en mi opinión,
algunas premisas imprescindibles. La ubicación de Cataluña en España con un
acuerdo suficiente, generoso y solidario, posiblemente Federal. Este es el
verdadero problema, ni tan siquiera lo es el País Vasco, y ni mucho menos para
el conjunto de las otras Comunidades Autónomas. Ser federalista no es votar
"Sí" en un hipotético referéndum catalán. El acuerdo debe ser entre las
Instituciones del Estado y las de Cataluña.
Se imponen también otras medidas de regeneración
democrática y participativa que aborde la Reforma de los Partidos Políticos, su
funcionamiento democrático, financiación, la celebración obligatoria de
primarias ciudadanas abiertas para la elección de candidatos... etc. Es
imprescindible también asumir una reforma electoral que permita identificar y
relacionar más y mejor al cargo público directamente con sus electores a través
de listas abiertas y/o desbloqueadas, tolerancia cero a la corrupción política,
mayor proporcionalidad y posibilidades de segundas vueltas, si no se consiguen
mayorías absolutas en la primera votación, que darían estabilidad y obligaría a
la búsqueda de acuerdos amplios. En definitiva, mejorar el sistema de la
democracia representativa introduciendo mecanismos de control democrático y de
mayor participación. A la par, socialmente, debemos "blindar" los derechos
democráticos y las conquistas sociales básicas y los pilares del Estado del
Bienestar.
Necesitamos un nuevo Estatuto de la Jefatura del Estado
con un papel más definido que supere la situación actual de "limbo". Para ello
sería imprescindible la abdicación rápida del Rey actual y la asunción por
parte del Príncipe Felipe de la Jefatura del Estado bajo una nueva Ley de Transparencia.
El tiempo dirá a la sociedad española si la utilidad y el papel equilibrador de
una monarquía parlamentaria es más acertado y crea un mayor consenso social que
un modelo republicano.
Debemos reforzar el papel de España en una nueva Europa.
El gran proyecto Europeo que ilusionó a los ciudadanos a finales del siglo
pasado tras nuestra integración en aquél lejano "mercado común", ha frustrado
esperanzas y ya no sirve. Por ello la creación de un espacio desde el Sur de Europa
en comunión con los movimientos progresistas debe equilibrar la hegemonía
actual de la derecha europea y del centro frente a la periferia. Más Europa sí,
pero la actual ya no sirve.
Un proyecto progresista para España requiere un liderazgo
fuerte, que diga la verdad, y que afronte los cambios. Que pueda pedir
sacrificios pero que apoye a los de abajo y que plantee la redistribución de la
riqueza como un criterio imprescindible en su actuación diaria.
Sin duda hay que buscar un momento de legitimación de las
nuevas reglas de juego. Yo, que ya tengo 50 años, no pude votar la Constitución
de 1978 aunque lo hubiera hecho encantado porque abrió una nueva España en la
que vislumbrábamos un fututo difícil, pero posible, como así fue. Hoy no hay ni
eso. Por esta razón el nuevo "Contrato Social" con la ciudadanía debe
responder, como lo hizo nuestra Constitución entonces, a los nuevos retos y las
nuevas demandas en un mundo cambiante. Pero Dios nos libre de verdades
absolutas y de recetas mágicas en la derecha y en la izquierda. Para ello,
primero, articulemos un proyecto progresista, un proyecto de mayoría, que ahora
no existe. Pero no dudamos ni de su necesidad ni de que pronto lo veremos al
frente de nuestra sociedad.
[*] Rubén Fernández Casar es promotor de Espacio Abierto