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Presidencia europea, nada en un vaso de agua

martes 20 de abril de 2010, 12:20h

Ciento diez días de presidencia española de Europa son suficientes para hacer balance. Quedan sólo setenta para rematar la faena y no va a haber vuelta al ruedo. Como mucho silencio -que sería, posiblemente, lo peor- y algunos pitos. Es cierto que la presidencia española tenía algunas dificultades especiales, como era la aplicación por primera vez del Tratado de Lisboa, y que a eso se han sumado crisis como las de Grecia y la más reciente del volcán islandés que ha paralizado el espacio aéreo europeo y ha demostrado la carencia de respuesta común europea. Y, por si fuera poco, la crisis interna española, agudizada en los últimos meses con tormentas en todos los terrenos, especialmente en el político, en el judicial y en el económico. A alguien le escuché que antes de embarcarnos en “dirigir” una reforma europea, era preciso arreglar el patio de casa… Pero nos tocaba y era, además, una oportunidad.

Por eso, el balance es pobre, escuálido y la falta de liderazgo, clamorosa. Hace unos meses, Diego López Garrido, el secretario de Estado para la Unión Europea -cuyo cargo se ha puesto en cuestión de forma insólita en este propio período- señalaba como ejes fundamentales de la presidencia española la recuperación económica, creando empleo de calidad, y sentando las bases de la gobernanza económica; el desarrollo del Tratado de Lisboa; la realización de una verdadera política exterior europea; y la profundización en expandir los derechos de los ciudadanos con un ambicioso programa sobre ciudadanía y justicia. En este terreno, arrancaba un nuevo programa político, el de Estocolmo, que sustituía al de La Haya. ¿Dónde nos hemos quedado? En las buenas intenciones. Se han hecho algunos centros al área pero no se ha rematado ni una sola vez a puerta. Ni se ha reformado el sistema financiero, que sigue siendo una amenaza grave, ni se ha profundizado suficientemente en la recuperación económica, ni hay una política exterior digna de ese nombre, ni se han mejorado relaciones con Estados Unidos, ni una Europa de los Derechos con una tutela judicial efectiva… nada que se vaya a recordar, salvo que cambien mucho las cosas en estos últimos días. La crisis griega ha demostrado, además, la debilidad y la división europea y ha provocado graves tensiones en los mercados. 

Un semestre que pasa sin pena ni gloria. Con mucha improvisación y escaso peso político. Son más los proyectos que han sido descartados por falta de iniciativa y de acuerdo que los que, de verdad, han salido adelante. No sólo es responsabilidad española, hay que decirlo, porque la nueva estructura europea, con Van Rompuy al frente, también ha demostrado su propia debilidad y escasa influencia. Deberíamos haber marcado, o ayudado a esbozar, las líneas maestras de Europa 2020, y nos hemos quedado en nada. Este semestre no contará en la historia de Europa salvo como un intento fallido. Nada en un vaso de agua.
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