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Complicidad moral

Complicidad moral

martes 05 de octubre de 2010, 18:31h
El fallido golpe de Estado ha sido la ocasión para que la ruindad humana, la mendacidad política y la infamia se muestren desembozadamente. Ahora resulta que el culpable de la asonada policial–militar y hasta del intento de asesinato fue el mismo presidente Correa. Así lo sostienen los voceros de la derecha y de la izquierda retorcida, para quienes no hay otro culpable que Rafael Correa. Según su tenebrosa versión de los hechos, no hubo intento de golpe de Estado, no hubo secuestro del Presidente ni intento de asesinato al Jefe de Estado. Lo único que hubo, según estos perversos, fue saqueos de negocios y un buen número de muertos y heridos, causados por la prepotencia e intemperancia del Jefe de Estado.

Por desgracia, no hay un término legal preciso para calificar este tipo de infamia, que implica una acusación vil a la víctima y una expresa solidaridad moral con el victimario. Podría hablarse, quizá, de apología del delito, pero esta definición se queda corta, porque no considera el aspecto más ruin del asunto, que es la acusación a la propia víctima de ser la promotora del delito.

En lo humano, quien así opina muestra su descomposición moral, que ha llegado al punto de no distinguir entre el bien y el mal, entre la actitud moral y la actitud delictiva, entre el victimario y su víctima. En lo político, quien así actúa revela su verdadera posición, puesto que entre líneas está lamentándose de la frustración del atentado, que por lo visto hubiera querido que concluyera con éxito. En lo legal, acusar a la víctima equivale a una complicidad moral con los malhechores, patentiza la apología del delito y se enfila hacia su encubrimiento.

Pero estas infamias, que se enmascaran de simples opiniones, tienen un costo moral y político. Los pueblos saben distinguir muy bien entre la opinión bien intencionada  y el comentario mendaz y de mala intención. Y precisamente por eso han dejado de creer en cierta prensa malévola, que ahora habla de la asonada casi lamentando su fracaso, y en esa izquierda turbia, que ha renunciado a sus ideas de progreso para cobijarse con las banderas reaccionarias del etnicismo.

En su odio cerval a Correa, los golpistas, sus mentores y simpatizantes parecen no haber meditado en el costo político que pudo tener la consumación del alzamiento. Porque si Correa hubiera sido derrocado, quizá el país se hubiese sumergido en una guerra civil. Y si este popular Presidente hubiese sido asesinado, probablemente hubiésemos vivido un “bogotazo”, donde masas enfurecidas hubieran arrasado con todo lo que les recordara a sus enemigos.

Por suerte, el desenlace fue distinto. Las fuerzas de élite del Ejército y de la propia Policía, con su eficiente acción de rescate del Presidente, nos salvaron de una hecatombe, que hubiera estado signada por ciudades incendiadas y saqueadas, y sobre todo por miles de víctimas.

Tenemos, sí, que lamentar el fallecimiento de varios ecuatorianos, en su mayoría caídos en defensa de la democracia. Ahora nos toca reestructurar el sistema de orden público, pero eso pasa por la sanción a los golpistas y a sus mentores.


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