miércoles 17 de abril de 2013, 10:40h
Como saben Paul Preston acaba de publicar "El zorro rojo", una biografía de Santiago Carrillo en la cual desmitifica,
con bastante rigor historiográfico, la personalidad de Carrillo, describiendo
al líder comunista como frío, cruel y capaz de robarle el caramelo a un niño
antes de delatarlo a Stalin por trosko. Lo nuevo es lo del rigor
historiográfico.
Bien. Soy irreverente con los liderazgos. Pontificios, presidenciales,
nacionalistas, religiosos, bolivarianos, de sectas, de izquierdas, derechas o
mediopensionistas. Culpa de mi padre, claro, y de mis tempranas lecturas. La Codorniz llegaba puntual hasta mi
cuna. Aprendí a reírme de las pompas de la autoridad al tiempo que gateaba. Y
luego fueron los ejemplares de Hermano
Lobo. Pero ahora, gracias a unas psicólogas británicas de la Universidad de
Surrey; Belinda Board y Katarina Fritzon he descubierto aquello ya insinuado
por la revista más audaz para el lector más escarmentado; los caudillos, los
líderes de éxito, padecen las mismas psicopatías que los criminales
psiquiátricos graves. O peores.
No me interpreten mal; creo, como Rousseau, en la bondad de la mayoría
de las personas. Pero coincido con Hobbes en lo del lobo cuando se trata de
dirigentes bolivarianos, presidentes de honor y sin honor, secretarios
generales democratacristianos, cardenales de ringorrango, adustos ayatolás, líderes
en general y asesinos en serie en particular. Las psicólogas Board y Fritzon lo
investigaron hace ocho años. Decidieron comparar a un grupo de dirigentes de
éxito con los pacientes internos en Broadmoor, el frenopático de alta seguridad
donde se hospedan algunos de los más famosos asesinos ingleses.
Tras detalladas observaciones las psicólogas acabaron dividiendo a los
sujetos de estudio en dos grupos; los psicópatas exitosos, es decir, los
líderes, y los psicópatas perdedores; los condenados por su falta de adaptación
a las normas. Encontraron once desórdenes de la personalidad en los dos grupos,
incluyendo falta de escrúpulos, de empatía, tendencia a la mentira, a la manipulación
y al cinismo. Sin embargo, tres desórdenes; el histrionismo, narcisismo y los
trastornos obsesivo compulsivos eran más graves en los líderes de éxito, y no
tanto entre los perturbados criminales. Volveremos sobre los dos primeros.
¿Las claves del triunfo de los psicópatas triunfantes? Cuando la
obsesión compulsiva se vuelca hacia el trabajo el psicópata suele trepar de
manera acelerada por la escala del éxito en cualquier organización, partido político,
empresa, administración y grupo religioso o terrorista en el que milite. Además
puntúan mejor en las pruebas sobre habilidades sociales, tolerancia a la
frustración, orden y autodisciplina. Otros estudios en la misma línea han
revelado como estas personas de éxito utilizan sus innegables capacidades
mentales, y unos recursos muy útiles en sus relaciones sociales; son
camaleónicos y razonan como Maquiavelo. Todo eso se traduce en éxito.
Histrionismo y narcisismo. Díganme que no han visto esos rasgos en un Verstrynge
transmutado en sans-culotte montando el número en la calle, en Putin a lo
Rambo, cazando con el torso desnudo en Siberia, casi tan musculado como los
abdominales de Aznar, en el alcalde de Londres Boris Johnson, cuyo peluquero es
envidiado por Anasagasti, en Sánchez Gordillo con sus sacerdotales estolas
palestinas de la colección Primavera-Verano, en Miguel Ángel Revilla como
presidente estrella de Cantabria, en Baltasar Garzón y sus garzonadas, en el
sentido teatral de Mourinho, en los interminables discursos de Fidel Castro,
como aquel inolvidable para los presentes de siete horas y 10 minutos, en el
III Congreso del Partido Comunista en La Habana en 1986, en las bufonadas de
Beppe Grillo o en Berlusconi berlusconeando. Por respeto a los fallecidos cito
sólo a unos cuantos de los más vivos.
Si esto ha sido así desde el principio de los tiempos la metáfora del
lobo disfrazado de pastor feliz dirigiendo al rebaño cobra una nueva dimensión.
También es evidente la importancia de mantener bien apuntaladas las barreras
con las cuales los seres humanos tratamos de defendernos de los líderes
psicópatas; leyes que les obliguen y dobleguen, parlamentarismo, separación
nítida de poderes, libertad de prensa y expresión, limitación de mandatos, y
ridiculización, mofa y befa de cualquier culto a la personalidad o al
caudillismo. ¿Estará Nicolás Maduro a la altura de las astracanadas de su
predecesor, Hugo Chávez? De momento empezó con buen pie sacándose el pajarito
para animar la campaña.
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
20234 | A Luis Cano, de B T-M - 17/04/2013 @ 10:47:39 (GMT+1)
Nada que perdonar, señor Cano, antes al contrario; disculpe usted mi tardanza en responderle. Y muchas gracias por su comentario. Espero que lea esta contestación aunque el artículo sea ya otro, y no el titulado "Mas-Maduro". Mi secretaria a veces tarda en advertirme de la amable atención de los lectores y su deferencia al comentar mis divagaciones. Lo de mi secretaria es vocacional y no cobra, y así yo tampoco puedo exigir una mayor diligencia. Como usted no ignora la etimología de "secretario" es la de quien sabe guardar los secretos, y en este caso la mía suele ocultar que soy un desastre, pero como compartimos la misma genética ella carga las culpas de mi descuido en los factores ambientales. Aludo a la etimología para matizar mis alusiones a los mayordomos, su honrosa profesión. Dice usted, que de ellos conservo una visión rancia y algo añeja de personajes dados a la sumisión, vasallaje o pleitesía. Nada más lejos de la realidad. Las referencias en mi artículo a Nicolás Maduro o Artur Mas como mayordomos de los Chávez-Frías o de los Pujol en Cataluña son aún más rancias y añejas, más condicionadas por otras figuras de los siglos VII y VIII. Como usted sabe la etimología de "mayordomo" implica ser el principal de palacio, y Carlos Martel, duque de Francia, el último de los mayordomos al servicio de la dinastía merovingia, dejó de ejercer el poder en nombre de sus señores y fundó su propio linaje de emperadores; los Carolingios. En cuanto a la pantalla, mi mayordomo favorito es Jeeves, inolvidable personaje salido de la pluma de P. G. Wodehouse. El brillante, inteligente y elegante Jeeves rinde servicios al inepto y necio Bertie Wooster, a quien siempre saca de los apuros en los que se mete por su idiocia. Espero haber aclarado mi elevado concepto de las mayordomías. PD. Tampoco creo que ustedes sean siempre los asesinos. Un abrazo cordial.
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