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Queridas momias

Queridas momias

miércoles 17 de abril de 2013, 16:21h
Más le hubiera valido a Nicolás Maduro exhibir el cadáver disecado de Chávez en la urna de cristal que tenían preparada. Los chavistas perdieron la noción del tiempo y la situación se les descompuso de tanto ir de aquí para allá con los restos mortales del Comandante. Nada pudieron hacer los taxidermistas cuando llegaron a Caracas, la manipulación del fallecido era literalmente inviable. Una autentica pena. Visto lo visto, amontonados los votos del sucesor, se demostró la importancia de mantener viva la presencia del revolucionario bolivariano, aunque tal presencia no fuera más que una mojama amortajada. Maduro lo sabía de antemano: ganar las elecciones sin él sería una tarea muy complicada. Había practicado el espiritismo convocando a Chávez encarnado en un pajarito cantarín, se había proclamado como su hijo en la tierra y agradecía la intermediación de Chávez en las alturas para propiciar el primer Papa suramericano. Hizo todo lo posible, pero le falto el apoyo final de la momia uniformada de su jefe. Sin ese fetiche en el escaparate era imposible preservar las esencias del sistema y una parte de los descamisados venezolanos, deprimidos en su orfandad inesperada, abandonó a Maduro.


Cuando Evita Perón murió de cáncer, tan joven y tan bella, embalsamaron el cuerpo y lo expusieron al homenaje público de una multitud huérfana y dolorida. Profesaban a Evita un cariño y un respeto incomparables. Así comenzó el viaje patético de sus restos mortales por medio mundo. Los milicos, alarmados por el fragor de los acontecimientos, secuestraron el cuerpo momificado de la esposa de Perón y lo escondieron en el chalecito de un militarote sin escrúpulos. Aseguran que todas las noches, sin que lo supiera la familia, bajaba al sótano y visitaba a la muerta. Repentinamente, una brigada de peronistas asaltó el escondrijo y  rescató los restos de la pobre Evita, para escoltarles después a punta de pistola. La milicia nunca logró recuperar el cuerpo, había salido de Argentina con destino a Italia, país hermano donde se enterró etiquetado con una identidad falsa. Descansó en un remoto cementerio italiano hasta que el general Perón, exiliado en España y muy bien instalado en Madrid, ordenó la exhumación y el traslado del sarcófago a su residencia madrileña. Estaban los más íntimos cuando se abrió el ataúd. La sorpresa fue mayúscula: Evita estaba allí, elegante y serena, perfectamente conservada, como si hubiera fallecido unas horas antes. La diosa dormida solo presentaba un golpetazo en la nariz, producto de las peripecias soportadas en su larga travesía. El desperfecto se arregló de inmediato y Evita residió con su marido en la capital de España. Reposa ahora en Buenos Aires, en el cementerio de la Recoleta, ubicado en uno de los barrios más caros y elegantes de la ciudad. Una lápida negra sella su nicho, el más bajo de todos, pegado a la tierra argentina, adornado con una medalla metálica en la que un buen artesano cinceló su imagen. No es difícil encontrar la tumba, basta con sumarse al desfile incesante de personas que deambulan hasta ese lugar. 

Así se escribe la historia en el populismo que gobierna en nuestro continente hermanado. Cristina Fernández se acompaña siempre del retrato de Evita. Lo lleva siempre donde quiera que va y lo muestra como una reliquia capaz de consagrar el peronismo por los siglos de los siglos. Maduro parece dispuesto a sostener una estrategia similar. Ambos están empeñados en impedir que Evita y Chávez duerman en paz el sueño eterno. "Queridas momias".
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