Se nos murió Emilio Octavio de Toledo, 'rara avis' donde las hubiese
domingo 19 de mayo de 2013, 19:09h
Lo importante, con serlo, de
Emilio Octavio de Toledo y Ubieto no es que hubiese sido alto cargo, secretario
de Estado en Defensa y Educación, en los ministerios desempeñados por Gustavo
Suárez Pertierra; lo más importante, aun siéndolo, no son sus libros sobre
ciencia jurídica, ni sus clases en la Universidad, ni su labor docente y
académica, ni su carácter de historiador de la jurisprudencia. Todo ello fue, sin
duda, una faceta destacada de su vida, truncada demasiado pronto, a los sesenta
y cuatro años mal cumplidos. Pero, para quien suscribe, lo importante en Emilio
Octavio de Toledo no fueron sus cargos, ni el excelentísimo e ilustrísimo señor
con los que podía anteponer su nombre y de los que él se mondaba de risa. Para
quienes le conocimos, lo verdaderamente importante de Emilio era su condición
humana. No hay muchos tipos que te fascinen cuando hablan -y él hablaba
mucho, sabiendo, rara avis, lo que decía--, y que te hagan, al tiempo, sentirte
escuchado e incluso apreciado, lo cual enrarece el avis a tope.
Sus compañeros de la Facultad
de Derecho, allá por los primeros años setenta, nunca olvidaremos su porte
aristocrático, su trato afable -podía ser colérico a veces, jamás
rencoroso--, su talante progresista contra los vientos dominantes, su bondad.
Quienes fuimos, somos y seremos, amigos de su esposa, la gran catedrática de
Penal Susana Huerta, no podemos obviar el cariño que repartió entre los suyos,
ni su dedicación convencida al servicio público, ni la independencia con que
siempre ejerció sus cargos: era incapaz de callar sus opiniones en privado y
también en público, y eso, claro está, a veces le costaba caro. Y doy fe de que
siempre sustentó sus tesis en datos incontrovertibles; hubiese sido un buen -e
incómodo-periodista. Como tanta gente inteligente que escogió, por su
bien, otros caminos...
Y allí, en su entierro, en el
crematorio de La Almudena, estaban, estábamos, en este domingo de mayo lluvioso
y desapacible, sus amigos de siempre. Los de la Facultad, como José Manuel Gómez
Benítez, o María Emilia Casas, o Miguel Fernández Bragado, o Luis Figueroa; los
del Ministerio, como Suárez Pertierra o Miguel Siva; los que escribieron con él
sus libros, o los de la Universidad, como Carlos Berzosa, que fue rector de 'su'
Complutense, o tantos otros, que habían comprobado de sobras su talante y su
talento. No va a ser fácil, no, dejar de polemizar durante horas y con un
gintonic a mano, quizá en su querida Covarrubias, o dondequiera que sea, con
este Emilio Octavio de Toledo que nos deja un agujero de doloroso recuerdo, querido
Emilio, y ahora qué será de nosotros, y de nuestras-incontrovertibles-opiniones,
si tú no vienes, carajo, a rebatirlas.