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Lo reconozco: esperaba más de Rajoy

Lo reconozco: esperaba más de Rajoy

domingo 02 de febrero de 2014, 13:44h
Debo admitirlo: esperaba más del discurso con el que Mariano Rajoy clausuró la convención del Partido Popular este domingo en Valladolid. El presidente atacó largamente la etapa anterior (socialista), sin olvidar algunos alfilerazos a Pérez Rubalcaba, al que no citó expresamente; se extendió en párrafos de satisfacción por las reformas ya realizadas y por la moderadamente buena situación económica a las que tales reformas están conduciendo, elogió a los ciudadanos -"alguien tiene que decir a los españoles que lo están haciendo bien"-y anunció más reformas, pero esta vez con bajada de impuestos añadida. Nada excesivamente nuevo, me temo. Personalmente, eché de menos alguna alusión, aunque hubiese sido de pasada, a posibles cambios en la orientación política, variaciones en el rumbo y en la trayectoria en tantos campos en los que esos ciudadanos (a los que, ahora que vienen elecciones, se halaga) piden más, según gritan las encuestas.
 
Tan escasamente autocrítico anda Mariano Rajoy que hasta obvió las transformaciones llevadas a cabo por Adolfo Suárez en la primera transición, al decir que "no ha habido en España, nunca, un proceso de reformas tan importante como el que hemos acometido". La satisfacción del presidente del Gobierno y del PP era obvia: los asistentes aplaudían a rabiar y todo el mundo parecía salir contento de esta convención a la que han asistido casi todos los ministros, casi todos los presidentes autonómicos del PP y muchos de los alcaldes de esta formación. En Valladolid, este fin de semana, ha estado concentrada buena parte del poder político imperante hoy en España. Y todo han sido, hasta donde yo he podido escucharlos, cantos a la unidad y minimización de las escasas voces disconformes o disidentes que pudieron escucharse en días pasados. Bueno, y también rumores de pasillos sobre quién puede encabezar qué candidatura...Cosas secundarias, con la que está cayendo.  
 
Numerosas decepciones en este tipo de actos, protagonizados por todos los partidos, no me impidieron llegar a la capital castellano-leonesa con la esperanza de escuchar un esbozo de programa regeneracionista. Más bien me topé con discursos que atacaban las críticas, satisfechos con lo caminado hasta ahora, en los que nada se echaba de menos. Vamos en la buena dirección y las cosas tienden a mejorar, nos repitieron. ¿Para qué amargarse la vida planteando cambios de mayor envergadura, o aludiendo de forma algo más directa a como se hizo a los casos de corrupción? Me asusta, la verdad, ese 'todo va bien' que impera en nuestros pagos políticos y que sustituye al aún más peligroso 'todo va mal'. Entre un extremo y otro, el país se balancea. Rajoy dijo hace dos años que no se comprometía solamente a salir de la crisis, sino a cambiar la realidad española. Lo primero puede que lo vaya consiguiendo, aunque ni usted, querido lector, ni yo, nos hayamos enterado todavía. Lo segundo parece una cuestión de percepción: Rajoy cree que la realidad española es una; algunos, o muchos, o bastantes, creemos que, si no es otra, no es exactamente esta rosácea que nos presenta la fuente de casi todo poder.
 
Y ahora ¿qué? La ración de botafumeiro al jefe y de autosatisfacción en el delegado asistente a la 'cumbre' ya se ha colmado. La campaña preelectoral para las europeas ya ha comenzado. Ahora, ignoro si Rajoy tiene prevista munición algo más concreta para dispararla en el próximo, aún no oficialmente convocado, debate sobre el estado de la nación. Pero uno se teme que en Valladolid se ha perdido, a base de vanagloriarse, una oportunidad de alcanzar la gloria. Lástima.


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