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Avanzando hacia la Edad Media

Avanzando hacia la Edad Media

miércoles 05 de febrero de 2014, 10:34h
España es, siempre lo he temido, un país cruel, que tolera mal el fracaso y la caída. Donde se respetan poco intimidades y famas. Creo que este escaso respeto por la reputación de los demás constituye una de las características de la idiosincrasia nacional, y puede que también de una cierta idiocia envuelta en el apoyo de la masa. Lo que no se puede ser es miserable, y miserable es arracimarse a la puerta de un juzgado para insultar y zarandear a quien, como, por citar un ejemplo, La Pantoja, hasta ayer fue un mito. Ni imponer penas de telediario como suplemento a las existentes en el Código Penal. Me estoy refiriendo, claro está, al manido tema del 'paseíllo', o no, de la Infanta Cristina cuando, el sábado, tenga que comparecer como imputada en el juzgado mallorquín del magistrado Castro.

Curiosos los ríos de tinta que han ahogado a la hija del Rey ante este paseíllo, que espero que no haga. Todo un país pendiente de cuarenta metros a pie que ningún imputado o procesado debería recorrer, y obviando el fondo, tremendo, del asunto. La pena infamante resulta, para colmo amplificada por las modernas cámaras de televisión, algo medieval, y lo digo ahora que estamos, en algunos aspectos, en pleno retroceso hacia la Alta Edad Media. He visto imágenes de personas que entraban esposadas, avergonzadas, en un juzgado que luego les dejaba en libertad sin fianza, o con una fianza ridícula que explicaba mal el bombo mediático del asunto; vidas ya destrozadas. No quiero eso para la Infanta, para quien pido un castigo ejemplar -con agravantes, sí-en el caso de que sea declarada culpable. Pero, mientras tanto, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra o lance el primer grito soez, amparado en la masa, a la puerta de los tribunales.

Me pregunto si no será esta crueldad que exhibía el populacho ante los condenados a los atroces tormentos de la Inquisición una parte sustancial del pecado capital español por excelencia, la envidia: que se fastidien, que bien que han vivido en la opulencia hasta ahora. O una variante del cruel circo neroniano. Estamos ante esa opinión pública veleta, que hoy aplaude a los reyes y mañana quisiera decapitarlos porque, dicen, ganan lo mismo que un subsecretario. Y no, no siento una especial compasión ni por la Infanta, ni por los sinsabores que atraviesa toda su familia y, menos aún, por los quebraderos de cabeza que alguien como Iñaki Urdangarín parece haberse ganado a pulso, salva sea siempre la presunción de inocencia. Creo, como Concepción Arenal, que ha de odiarse el delito y compadecer al delincuente. Y eso casa mal con el tormento del cepo, digo, del banquillo, que yo pido que se suprima para siempre y para todos. Incluyendo a la hija y al yerno del Rey.
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