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¡Cómo hemos cambiado!

¡Cómo hemos cambiado!

domingo 25 de mayo de 2014, 15:09h

Cuando el año 2006 tocaba a su fin, el balance de dos décadas de pertenencia de España a la Europa comunitaria no podía ser más optimista. Un libro editado por la Oficina de Publicaciones Oficiales de las Comunidades Europeas (en coedición con Plaza & Janés), firmado por José Luis González Vallvé y Migue Ángel Benedicto bajo el sugerente título de La mayor operación de solidaridad de la historia, incidía en el río de solidaridad europea que había beneficiado a España a través de la transferencia de unos ciento dieciocho mil millones de euros. Los logros no sólo se plasmaban en la construcción de nuevas infraestructuras sino también en el incremento del PIB en un punto anual o del empleo en un dos por cien, contribuyendo, de paso, a situar la renta española al nivel prácticamente de la media europea. Europa aparecía como una "utopía factible", en opinión de Joaquín Estefanía.

Siete años después, en el verano de 2013, el barómetro del Real Instituto Elcano (RIE) reflejaba una situación muy diferente. La "eurofrustración" se había apoderado de los españoles, inmersos en un sentimiento de desamparo respecto a la UE. No obstante, dicha frustración no se acompañaba de "euroescepticismo" porque la UE era la segunda institución internacional más valorada por los españoles, tras la ONU, y nuestro país seguía estando entre los más europeístas de la Unión. El Eurobarómetro del RIE del otoño de 2013 vino a añadir otro elemento negativo, el "eurodesconocimiento" -ocho de cada diez españoles manifiestan estar poco informados sobre los asuntos europeos?, corroborado en el último eurobarómetro, conocido recientemente; y en éste se ha sumado otro hecho preocupante, que casi la mitad de los españoles consideran poco importantes las elecciones al Parlamento Europeo.

El día que se celebran unos comicios mucho más trascendentes de lo que perciben los ciudadanos, podemos decir, como la canción de Presuntos implicados, "Cómo hemos cambiado, qué lejos ha quedado aquella amistad". Huelga decir qué ha pasado en estos años. Una crisis brutal, de origen financiero y norteamericano, que devino en crisis de deuda y del euro y que ha afectado dramáticamente a Irlanda y a los países del Sur de Europa, con especial incidencia en España. En nuestro caso, por el estallido de la burbuja inmobiliaria y el mal funcionamiento de instituciones clave (políticas, judiciales o económicas).

Conviene insistir en otra gran "burbuja", la montada en torno al supuesto despilfarro español. El economista norteamericano Paul Krugman nos ha enseñado -aunque apenas haya trascendido? que los problemas fiscales españoles son consecuencia de la crisis, no su causa, desmontando el mantra de que "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades" -repetido también, paradójicamente, por el primer ministro socialista francés, Manuel Valls? y ha calificado la austeridad fiscal impuesta por Alemania a sus socios europeos como "El suicidio económico de Europa". Otro colega suyo, también premio Nóbel, Joseph E. Stiglitz, en una línea complementaria, ha recordado que "La cura para la economía" pasa por lo contrario de la austeridad, pues necesita de programas de educación y formación con fondos estatales.

La "campaña vacía", como la ha titulado Lluís Bassets, no ha ayudado en nada a mejorar ni el conocimiento ni a superar la frustración respecto a las instituciones europeas. No sólo ha pasado de puntillas sobre las alternativas económicas propuestas por Stiglitz o Krugman. También sobre las del economista de moda, el francés Thomas Piketty, cuya última obra, Capital en el siglo XXI, aún no traducida al español, plantea un escenario tan pesimista como sugerente de crecimiento económico lento y desigualdades crecientes. En su opinión, las altas tasas de crecimiento de la Europa de posguerra fueron la excepción pues, desde una perspectiva histórica más amplia, contrasta la estabilidad del incremento del rendimiento del capital (en torno al 5%) con la del crecimiento económico (entre el 1% y el 1,5%); y, si nos centramos en las últimas décadas, observamos cómo se ha quebrado el anterior equilibrio capital-trabajo forjado en las tres décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial. 

En el contexto actual, de emergencia de un capitalismo patrimonial, Piketty advierte que la desigualdad seguirá aumentando si no se corrige mediante la actuación de los gobiernos a través de políticas redistributivas, incrementando la presión fiscal sobre las grandes fortunas. Se trata, a su juicio, de una "utopía útil" pero viable en el seno de la Unión Europea. En el fondo, lo que defiende en un lenguaje académico es la idea popular de que nadie se hace rico trabajando. Pero, sobre todo, echa por tierra dos mitos: 1) que se puede volver a la época dorada de crecimiento a partir de la austeridad fiscal; y 2) que el desarrollo económico irá reduciendo las desigualdades. Su análisis es tan crítico de las políticas económicas y sociales neoliberales y ofrece tantas pistas para una reformulación de la estrategia socialdemócrata que no puede extrañar que haya solicitado explícitamente el voto a la candidatura socialista encabezada por Martin Schulz en un artículo publicado en el diario francés Libèration. En definitiva, cuestiona tanto la supuesta entrada en la senda del crecimiento económico y el empleo, propagada por el gobierno de Rajoy y sus voceros, como la nostalgia por las políticas redistributivas y de pleno empleo del Estado del bienestar clásico. Y va más allá. Propone mutualizar la deuda pública y crear un gobierno económico del euro y su correspondiente órgano parlamentario.

Pero la desafección europea no sólo se resuelve con nuevas estrategias económicas. También políticas. La crisis no sólo ha traído el "austericidio". Se han denunciado el Estado "anoréxico", una "democracia secuestrada" (Bassets), la "democracia en conformidad con el mercado" (marktkonforme demokratie, de Angela Merkel) y los "nuevos protectorados" (Ignacio Ramonet). El control de daños ha sido posible gracias a lo que Joaquín Estefanía ha definido como "ideología del miedo"; también por el contrapeso frente a la indignación ciudadana que ha supuesto lo que he denominado en otro momento como "el síndrome de la gata loca".

En un libro de pronta aparición, J. Ignacio Torreblanca se pregunta  ¿Quién gobierna en Europa? Reconstruir la democracia, recuperar a la ciudadanía (La Catarata). Ya dio pistas este politólogo en trabajos previos de cómo "recuperar la ciudadanía". La desafección europea no puede separarse de la desafección ciudadana. Los tres niveles causantes de la misma (global, europeo y nacional) requieren, a su juicio, respuestas adecuadas para recuperar la capacidad de actuación y control democrático en los tres ámbitos. Hay quien aspira (Francesc Trillas) a recuperar esa soberanía ciudadana arrebatándosela a los mercados, apostando por lo que, en su opinión, une a la inmensa mayoría de catalanes y españoles, el apoyo a la democracia y al proyecto europeo, contraponiendo "Federalismo contra reduccionismo". Sin embargo, los estados-nación siguen impidiendo la federación del continente. El politólogo francés S. Naïr habla abiertamente de El desengaño europeo (Galaxia Gutemberg, 2014). Pero el español Luis Moreno califica como obsoletos a unos estados-nación a los que acusa en su Europa sin Estados. Unión política en el (des)orden global (Catarata, 2014) de dificultar tanto la unión política como el mantenimiento del modelo social europeo.

Los españoles, como miembros de la UE, estamos llamados hoy a las urnas. Pese a la escasa valoración ciudadana y la nula pedagogía política al respecto, no podemos obviar que el Parlamento Europeo representa a la ciudadanía comunitaria y, por primera vez, puede hacer valer su voz para que, al frente de la Comisión -que representa los intereses de la UE, en su conjunto?, se sitúe el candidato propuesto por el grupo parlamentario más votado. Es una vertiente light, si se quiere, de la soberanía popular pero no es desdeñable en un contexto de tanta devaluación democrática. Aunque no propone normas, el Parlamento Europeo puede oponerse a las emanadas de la Comisión y tiene un papel relevante en el proceso presupuestario, que tanto condiciona las políticas económicas nacionales. 

Hoy toca centrar la mirada en utopías útiles, dejando de lado filias y fobias o luchas políticas locales, regionales o nacionales. Los candidatos no lo han puesto fácil. Tampoco sus partidos. Sus aparatos han preferido, a la hora de encabezar sus listas, el dedazo a la consulta a la militancia; sus dirigentes han elaborado discursos con promesas y acusaciones domésticas; y, en el plano estratégico, la división ha primado sobre la alianza de intereses, sin tener en cuenta que los europarlamentarios deben integrarse en grupos políticos -olvidando sus pertenencias nacionales? pese a haberse presentado, en ocasiones, en candidaturas enfrentadas. En Bruselas o Estrasburgo no sirven las promesas electorales internas. Veremos esta noche si han pensado en esto los electores a la hora de depositar la papeleta. No ha llegado aún el momento de elegir a candidatos municipales, regionales o nacionales y exigirles respuestas a los problemas y retos más cercanos.

 Lo que se decide hoy es cómo contribuir, con nuestro voto, a reconducir un proyecto europeo que, en manos de las élites y de espaldas a los ciudadanos, ha devenido de sueño en pesadilla y corre el riesgo de tener sus días contados. De nada sirven las decisiones en clave micro sobre lo que se resuelve en un plano macro. Es Bruselas la que condiciona a Madrid, Barcelona o Cuenca y no al revés. Está por ver si los electores descontentos con la deriva "austeritaria" han optado más por las candidaturas más fuertes para frenar sus efectos o, por el contrario, han preferido castigar a quienes incumplen la supuesta pureza ideológica.

Angel Luis López Villaverde

Universidad de Castilla-La Mancha. Facultad de Periodismo

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