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Acabar con las tradiciones

viernes 22 de diciembre de 2006, 09:05h

La moda de revisionismo histórico que nos asola ataca ahora a las tradiciones. No se trata sólo de reescribir un pasado que pudo ser y no fue, sino de reinventarlo.

Le pasa a la fiesta de los toros, que de seguir los razonamientos del alcalde barcelonés, Jordi Hereu, y hasta de la ministra Cristina Narbona, puede acabar prescindiendo de alguna de sus suertes y hasta del espectáculo entero. Supongo que a estas horas habrá ya constructores sin escrúpulos que piensen en recalificar el solar de algún coso taurino.

Como no soy aficionado a la fiesta, el tema no me afecta tanto como a Albert Boadella, que pasea por España su provocativa obra Controversia del toro y el torero. Pero no deja de ser sintomático que tras dos siglos de polémica, con antitaurinos tan conspicuos como Eugenio Noel y apasionados defensores de las corridas como Federico García Lorca y tantos otros intelectuales de izquierdas, sea ahora cuando se pretenda apuntillar el espectáculo.

Resulta paradójico, sobre todo, porque cada día se reivindican tradiciones seculares y otras que no lo son tanto. En las últimas décadas, personajes míticos como el Olentzero, en el País Vasco, o el Caga tió, en Cataluña, han recuperado su natural papel de benéficos portadores de regalos en año nuevo, en dura competencia con los Reyes Magos y Papá Noel. Pues qué bien.

Hemos convertido, incluso, en costumbres ya del todo imprescindibles a festejos recién inventados, como la tomatina de Buñol y, hace mucho menos, la celebración en Bérchules del fin de año en pleno mes de agosto.

Otras tradiciones antañonas, claro, no tienen ninguna razón de ser en una sociedad civilizada, como la barbaridad de Manganeses de la Polvorosa de tirar una cabra viva desde un campanario. Si me apuran, tampoco es de recibo que, ante la lógica prohibición de hacer fuego en el campo, siga celebrándose la procesión de Fuente del Sanz en medio de un peligroso sendero de fuego.

Pero ya ven: a algunos, esas costumbres nocivas no les escandalizan tanto como la celebración cristiana de la Navidad, so pretexto de que no hay que ofender a otras confesiones. Los tales suelen ser los mismos, vaya por dónde, que no se inmutan ante procaces ofensas a la religión católica, pero que en seguida se arrugan ante las caricaturas a Mahoma, por ejemplo. Eso acaba de suceder en algunos colegios que han pretendido borrar los típicos belenes y otros símbolos navideños, pero no las vacaciones de Navidad, que sería lo consecuente con sus creencias, por supuesto.

Menos mal que a estos modernos de nuevo cuño, que jamás prohibirían el rezo del Corán, no se les ha ocurrido acabar con una tradición tan pagana como la lotería de Navidad. Pese a la floración de otros sorteos más suculentos, ninguno de ellos ofrece el ambiente, la alegría y el simbolismo del entrañable Gordo. Y es que las tradiciones, aun las más laicas, tienen algo que ninguna modernidad à la page puede compensar.

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