Conste que ninguna
simpatía especial siento hacia ese fenómeno de la naturaleza que es el llamado
'
pequeño Nicolás'. Ni siquiera esa simpatía colectiva hacia el delincuente más
o menos insignificante, que, como
el Dioni o, antes,
El Lute, constituyen una
especie de reencarnación de
Luis Candelas. Y conste que ninguna animadversión
especial me inclina contra
Jordi Pujol y su familia, más allá de la lógica
indignación hacia quien abusa de su cargo para tomarnos el pelo a todos. Pero
convendrá usted conmigo en que el hecho de que todos los Pujol sigan libres y
sin ser policialmente molestados casa mal con esa detención, con nocturnidad y
alevosía, del jovencísimo Nicolás Gómez Iglesias por irse supuestamente sin
pagar una cuenta en un restaurante en el centro de Madrid. Por lo visto, en una
cena de amigos se dejaron a deber quinientos euros.
O todos cargan con
los rigores, quizá excesivos, de la prisión preventiva, o ninguno. Esto me
recuerda al trato de pena infamante que reciben algunos presuntos delincuentes
que, por cierto, luego son puestos en libertad sin fianza en este país donde
las imputaciones vuelan como bandadas de palomas, algunas de ellas impuestas,
por cierto, en las proximidades de algunas de las muchas elecciones que van a
jalonar nuestro año político, ¿verdad señora
Alaya? Mientras que otros pasean
impunemente sus nombres por
listasfalcianis o lo que fuere, seguros de que lo
suyo podrá arreglarse: será por dinero...(o porque, mire usted por dónde, la
cosa prescribe).
Ya sé, ya sé, que a
algunos se les pueden imponer, desde Hacienda o desde donde fuere, sanciones
ejemplares, mientras que otras conductas de mal ejemplo salen de rositas.
También comprendo que los desafíos al estado de cosas, y más lanzados por un
casi chiquillo insensato, no se pueden permitir, ni por el 'stablishment' ni,
como decía la canción de
Serrat sobre los piratas, por la censura.
Circunstancias cambian casos, lo que va mucho más allá de los propósitos que
animan a la ley. Puede que todos seamos iguales ante esta ley, pero unos son
más iguales que otros. Y al 'pequeño Nicolás', por ejemplo, le ha tocado, al
menos durante unas incómodas horas, pagar el pato. Y la comida.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>