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'La pechuga de la sardina', de Lauro Olmo, una crónica  precisa, amarga y descarnada de la postguerra española

'La pechuga de la sardina', de Lauro Olmo, una crónica precisa, amarga y descarnada de la postguerra española

viernes 20 de marzo de 2015, 18:51h

La tragedia cotidiana de los años 50 y 60 en España ha vuelto estos días durante ochenta minutos por la sala Francisco Nieva (la  pequeña) del Teatro Valle Inclán, a través de 'La pechuga de la sardina', una obra del más puro Lauro Olmo (Orense, 1921-Madrid, 1997), azote de esas costumbres enraizadas en este país hasta el mismo tuétano que, sin embargo, ni censores, ni poderes fácticos  (como se decía entonces), ni señoritos y señoritas de bien, que predicaban una moral pública que luego se saltaban olímpicamente en sus acciones cotidianas, fueron capaces de mantener en toda su esencia con la llegada de la democracia y la irrupción de los aires de libertad .

Ninguna libertad, y sí mucha ira, desesperanza, fracaso, resignación (sobre todo para ellas), clasismo, corrupción, abusos y amargura, mucha amargura la que se destila en un montaje exquisito de  Manuel Canseco al que no se le puede poner ningún pero.

Canseco sitúa la acción coral (12 personajes, de los 21 en la obra original de Olmo, y casi permanentemente en escena) en una pensión, situada en medio del escenario, y rodeada por el público en tres de sus lados. La pensión está dividida en cinco espacios bien definidos: dos dormitorios ocupados, uno de ellos por doña Elena, quien apenas sale de la cama y si lo hace es para dedicarse a espiar y apuntar en una libreta las horas de salida y llegada de Soledad (una chica ya entrada en años que tuvo un novio durante doce años y que está deseando un hombre) y a controlar a los vecinos con unos prismáticos, y a indagar en la habitación de la joven cuando está ausente para probarse sus camisones y sus perfumes. Es también   amiga de la madre de Concha, que odia a doña Elena por chivata. El tercero, doble, que comparten Concha (soltera y embarazada) y Paloma (vitalista y opositora). Un dormitorio-comedor de Juana y una cocina con una cama plegable donde duerme la criada Cándida.

El ambiente de la pensión, y el que hay cerca de ella, por las calles adyacentes, es el personaje principal: el pueblo llano, que sufre la crisis, que padece la represión sexual de la época,... Suenan los anuncios publicitarios en la radio (es el Cola Cao desayuno y merienda  ideal..., los consejos de Elena Francis); las coplas  populares que entona Cándida entre quehacer y quehacer en la pensión y mientras, fuera de sus muros, chulos, prostitutas, borrachos, vendedores voceando las últimas noticias de los  periódicos (El Caso, Arriba, ABC o el Alcázar se vendían entonces a dos pesetas), el sonido de las campanas tocando a misa, las beatas  que se apresuran para no llegar tarde, el cotilleo, el juicio ajeno y sin fundamento... todos estos y muchos  otros aspectos, -que cualquiera  que viviera la época sabe que no puede desmentirme-, están presentes con la fuerza y el desgarro que un autor tan descarnado  como Lauro Olmo no pudo ni quiso callarse.

Además de esta, otras 27 obras teatrales más han hecho que la crítica hable del autor español como baluarte del realismo social en el teatro. Pero también sus cuentos o sus poemas hablan de esa España triste en blanco y negro.

Ellas y ellos

La obra es fundamentalmente  femenina hasta el punto de que los hombres que aparecen en ella ni siquiera tienen nombre. Doce son los actores que dan vida a este cuadro-crónica de la España de los 50 y 60, pero que bien puede también extenderse aún más de una década. Ellas llevan la peor parte de esa realidad dibujada y contada por Olmo y por eso y porque, además, bordan sus papeles, vamos a citarlas antes: María Garralón hace una Juana espléndida: "soy un fracaso de arriba abajo"; lo mismo que   Amparo Pamplona en su papel de Doña Elena(no ha perdidoninguna fuerza interpretativa Amparo, a pesar de  que se prodigamuy poco en los escenarios);Nuria Herrero da vida a la vital y alegre criada de la pensión, Cándida; Natalia Sánchez es la decaída Concha;  Alejandra Torray, Soledad;Cristina Palomo, que encarna a una vitalista Paloma, yMarta Calvó y Marisol Membrillo, que hacen varios papeles (beatas, prostitutas -la Chata y la Renegá-), estupendas en la escena que hablan de las crónicas de sociedad. El realismo en escena es total: palanganas para asearse en vez de duchas (solo al alcance de unos pocos); mujeres limpiando habichuelas, escogiéndolas, ("separando el trigo de la paja", como se hacía antaño); la criada encerando el suelo; o los chismorreos entre vecinas, hablando por la ventana.

Pero ellos también les dan la réplica al mismo nivel y es una verdadera delicia verlos y escucharlos: Juan Carlos Talavera, el borracho exmarido de Juana, a quien ella llama "el turco", es un tipo triste que vuelve a pedirle dinero siempre, y que Juana acoge en su cama cuando la muerte lo llama; el vendedor de periódicos, novio de  Cándida, es Víctor Elías; y Jesús Cisneros (hombre A, maltratador de Soledad) y Manuel Brun, que interpretan dos figuras masculinas, machistas hasta la médula, muy  propio de la época y, por lo que puede verse en los informativos de hoy, tampoco andan escasos en nuestros días. Las voces en off las ponen Maite Jiménez, Cristina Juan y David Sánchez. 

'La pechuga de la sardina' se estrenó en 1963 y no gustó a nadie. Enrique Llovet -por ejemplo-, que hacía crítica teatral entonces en ABC, dijo de ella que no era "una buena comedia, ni siquiera una mediana comedia", y que se trataba de un aburrido monumento escénico". Ni crítica ni público llegaron, pues, a entender la fuerza  dramática del texto de Lauro Olmo. A nadie le gusta verse feo frente al espejo. Desde entonces hasta hoy, que lo ha rescatado el Centro Dramático Nacional, no había vuelto a subir a la cartelera. Doble razón para  felicitar al CDN, a Canseco y a todos y cada uno de los actores y equipo  artístico y técnico -permítanme que cite, al menos, la escenografía de Paloma Canseco-, porque el resultado bien merece ese mes de estancia en el Valle Inclán. Lo que no sé muy bien es qué podría hacerse para trasvasar el público veinteañero que puebla la platea de la sala grande con 'La ola' y este otro de 'La pechuga de la sardina', mayoritariamente mujeres, cuya media de edad no baja de los 70, para que ambos hiciesen un intercambio de banderines y se asomaran también a la realidad de abuelos o nietos, según se mire. Claro, que  uno no puede ir mucho más allá que dejar constancia de ello para intentar remediarlo.

La pechuga de la sardina,deLauro Olmo.

Teatro Valle-Inclán, sala Francisco Nieva.

Hasta el 29 de marzo.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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