Nací
a unos cuarenta kilómetros de Albacete, la patria chica de Gabriel Olivares, el
director y adaptador de 'Our Town', una de las obras estadounidenses más
representadas que fue premiada en 1939 con el Pulitzer de Drama, y que firma el norteamericano Thornton Wilder. El
autor es tan desconocido como -en consecuencia- poco representado en nuestro país. Una obra que no
tiene absolutamente nada que ver con las comedias que han catapultado al
director manchego al éxito comercial que
significan títulos como 'Burundanga', 'Una boda feliz' o 'Más apellidos vascos'.
Y
comienzo diciendo que soy de pueblo y que, aunque el mío administrativamente pertenece a la provincia
de Cuenca, su capital comercial,
académica y hasta espiritual es Albacete. Quizás por eso entienda a Wilder y a Olivares mucho mejor
que algunos espectadores que abarrotaban la sala pequeña del Fernán Gómez el
día que asistí a una de las últimas representaciones de 'Our Town'. En escena se cuenta la historia de la vida
cotidiana de unpequeño pueblo del Medio Oeste norteamericano en donde discurre la vida de una comunidad en la
que todos saben de todos y en la que hay muy pocos secretos que no sean de
dominio público. Exactamente igual
a lo que sucede en mi pueblo, en
cualquier pueblo del mundo. Incluso, afinando más, sucede algo parecido en cualquier comunidad de vecinos de un barrio
de Albacete, Madrid o Nueva York. En todo caso, este se llama Grover's Corner y
tiene 2642 habitantes (los dos últimos, unos gemelos nacidos de una familia polaca).
En medio del pueblo
El espectador de Our Town' se ha encontrado de bruces
con un escenario vacío y a media luz, situado entre butacas por los cuatro lados y en el que, por
tanto, no hay telón ni hay decorados. La escenografía, de Felype de Lima, no
puede ser más simple: unas cuantas cajas metálicas de distintos tamaños que luego se
adaptarán fácilmente para convertirse en
casas, mesas, taburetes, establecimientos del pueblo, un órgano de la iglesia,
unos ataúdes, las mesas de la heladería del pueblo... Todo está a la vista,
cercano, aparece y desaparece delante del público que, en realidad, forma parte
de la pequeña comunidad que es ese pueblo perdido en la América profunda. Los actores, de hecho,
están sentados también entre el público cuando otros compañeros están actuando
y, a lo largo de todo el montaje, no
dejan de gestualizar para materializar las faenas cotidianas, que van desde
guisar, comer, o coger judías de la huerta, hasta tirar del cuadrúpedo y el
carro que tiene el repartidor de leche o
llevar los helados y degustarlos con fruición en la heladería del pueblo.
El
primer acto de la obra, titulado 'La vida cotidiana', se desarrolla el 7 de
mayo de 1901 y en él se describe el escenario y el día a día de los vecinos de Grover's Corner. Uno a uno,
desfilan ante los ojos del espectador
calles, casas y personajes del pueblo: el doctor Gibss, con su mujer y dos
hijos; el Sr. Webb, director del periódico, con su esposa y sus dos hijos; el
organista de la iglesia, un borrachín sin remedio del que se ríen los
componentes del coro de la iglesia...
En
el segundo acto, que el autor titula 'Amor y matrimonio', nos transporta
al mismo pueblo tres años después (el 7 de julio de 1904). En él, Jorge
Gibss y Emilia Webb, dos jóvenes enamorados que conocimos en el primer acto (Jorge,
19 años, muy aficionado al béisbol y Emilia, 17, muy estudiosa y aplicada), se
encuentran -sin saber muy bien cómo...- delante del ministro de la iglesia y van
a contraer matrimonio: "La gente está hecha para vivir de dos en dos"
(Sra. Gibss).
El
tercer y último acto tiene lugar en el verano de 1913. Han pasado 9 años y ya han muerto varios vecinos del
pueblo, entre ellos, la señora Gibss, el organista (se suicidó), el hermano de
Emilia y la propia Emilia, que murió en el parto de su segundo hijo. Todo se
desarrolla en el cementerio del pueblo y los muertos hablan entre sí. Emilia
vuelve a la vida, al año 1899, cuando festejó su duodécimo cumpleaños. Pero
quiere regresar a la muerte porque en la vida todo va demasiado deprisa y no da
tiempo a mirarse. "¿Hay algún ser humano que se dé cuenta de lo que es la
vida mientras la vive?". "Los vivos no comprenden, ¿verdad?".
Los
actores desarrollan una actividad frenética durante las casi dos horas de
duración del montaje. Entre ellos (conté 12 sobre el escenario, aunque el programa de mano anunciaba 14 en el elenco
y el cartel de la entrada a la sala, 13), Chupi Llorente, como la señora Gibss;
Eduard alejandre, el Sr. Gibss, médico; Javier Martín, estupendo organista; Mónica Vic, como
la señora Webb; Elena de Frutos, la
joven colegiala enamorada, Emilia, y Paco Mora, Jorge.
Las referencias localistas constantes a Grover's
Corners y a sus habitantes, que constituyen
un pequeño galimatías inicial para el espectador, que identifica con cierta
dificultad localizaciones e identidades, no importan nada porque pronto acaba
comprendiendo que, en realidad, forman
parte de la vida de cualquiera de nosotros-
director, crítico, espectador o lector, da lo mismo- y no
constituyen problema alguno para
entender lo que Wilder quiso transmitir en su drama y que Olivares ha sabido
captar muy bien en este montaje de 'Our Town'. El drama de lo cotidiano lo
vivimos todos. A veces, incluso, sin saber ver lo que tenemos delante y es solo
entonces cuando tomamos conciencia de que la vida se nos ha escapado de las
manos. Y, en fin, queda claro que por muy local que sea lo que se cuente, todos
nos vemos reflejados en ello. No sucede nada
realmente nuevo sobre la faz de la tierra desde que el hombre la puebla.
Un interesante y arriesgado ejercicio de adaptación de
Gabriel Olivares que, aunque nos parece que ha cometido alguna licencia gratuita e innecesaria entre el medio
Oeste norteamericano y la efusión
localista de pueblos de su provincia como La Roda o Tarazona de la Mancha (en
las fiestas, por ejemplo, suenan juntas melodías de West Side Story con Paquito
El Chocolatero), no desdibujan para nada el resultado final de esta adaptación
de 'Our Town'.