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No, es posible que no sea la economía…

martes 02 de junio de 2015, 10:11h
Algunas de las comunidades y ciudades en las que más se ha reducido el paro votaron ‘contra’ el Partido Popular. O esa es, al menos, la sensación que desde el propio PP se ha dado, pese a que ha sido el partido más votado de España. La incapacidad de buscarse aliados, de empatizar con otras fuerzas y, por cierto, también con el ciudadano de la calle, la cerrazón a cualquier estrategia informativa, ha conducido al PP a una situación verdaderamente inédita: siendo la formación más votada, puede perder más de la mitad de su poder territorial –que era inmenso—y en algunos puntos en los que era partido hegemónico, por ejemplo la Comunidad Valenciana, está abocado casi a una gradual disolución. Y, sin embargo, ahí están esas cifras de afiliación a la Seguridad Social conocidas este martes, todo un récord. Y una indudable mayor confianza de los consumidores, y se han agotado las reservas hoteleras en según qué puntos para este verano, y…

“Bien, es posible que no sea la economía” la causante del desastre, me comentaba estos días de zozobra alguien que fue un importante responsable ‘popular’ en la Comunidad Valenciana, hoy gozosamente apartado a la actividad privada. Puede que ni siquiera la corrupción sea la principal culpable del inmenso desgaste sufrido por el PP, y mira que ha habido corrupción en los años inmediatamente anteriores (yo creo que ahora ya ni es tanta ni podría serlo: se ha actuado con bastante contundencia, pese a todo). A mí me parece que la gente que votaba al PP ha dejado de votarle no porque hayan aparecido formaciones emergentes, sino que más bien estas formaciones han aparecido porque ya incluso antes de las campañas electorales era patente que la gente se había ido desencantando con el PP.

Y usted puede echarle la culpa a la gestión distante de un autosatisfecho Rajoy. O a los modos altaneros de algunos/as en el partido o a las ‘ocurrencias’ de algunos en el Gobierno. Si se es muy, muy miope, se habla de problemas de comunicación y hala, todos satisfechos. Satisfechos…pero a casa. Cuando hay problemas de comunicación es que no hay demasiado que comunicar y aun eso puede que sea negativo para la percepción del electorado. Ir a Andalucía a predicar lo bien que va todo, como hizo Rajoy en cinco ocasiones, es fuente de segura pérdida de votos, y no hay que ser Arriola para entenderlo y preverlo. Negarse al cambio cuando es patente que la gente quiere cambios, es electoralmente suicida.

Rajoy estrecha pocas manos en la calle, habla con pocos periodistas que se le muestren críticos, deja que el runrún de las lisonjas le adormezca, mientras en guirigay de los educados alfilerazos entre Gobierno y Gobierno, entre Gobierno y partido y entre partido y partido empieza a ser demasiado audible en los implacables cenáculos y mentideros no solamente de la capital: quite usted tres o cuatro excepciones y comprobará que Mariano Rajoy y la mayor parte de su equipo no tienen quien les defienda, por mucho que mucha gente comparta las ideas básicas que sustentan al PP y que este sustenta. O quizá sean precisamente quienes con mayor firmeza comparten esas ideas los que se fueron al monte o a la playa el pasado 24 de mayo, hartos.

Seguro que Rajoy saca pecho ante los datos del paro anunciados este martes; tiene derecho y hasta obligación de hacerlo. Parece que ahora va entendiendo, aunque no asimilando, que con ello no basta. Que ha llegado la hora de los estadistas y pasó la de los contables, incluso la de los teóricos de la economía. Los pactos, ante los que tan ágil se está mostrando Pedro Sánchez frente a las demandas de Podemos y de Ciudadanos, y tan inflexible a la hora de mirar hacia un PP al que considera ‘agotado’, darán la medida del grado de estadista que anida en algún recoveco de la mente de Rajoy. Que sigue, hay que recordarlo, siendo el político con más poder en España, aunque tanto se esfuerce por no creérselo él mismo. Le quedan diez días, esos diez días que faltan hasta la constitución de los ayuntamientos y que estremecieron el mundo según el inolvidable libro de John Reed, para hacer alguna pirueta que restaure la confianza de los españoles en que no estamos ante un vacío de poder, en que el diálogo a cuatro bandas es aún posible. Dicen que las puertas de La Moncloa van a abrirse; ojalá no sea para que alguien se pille los dedos entre los goznes cuando se cierren.
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