El Parlamento del Baboso

Los que mejor ponían motes en aquellos tiempos eran los árabes y si a Rodrigo Díaz lo llamaron Cid, a Alfonso IX de León le apodaron el Baboso porque hablaba mucho y no cumplía nunca su palabra.

Este hombre, sin embargo, ha pasado a la historia como el primero en establecer un parlamento moderno. Fue en 1188 y se llamó las Cortes de León que la UNESCO califica como «el testimonio documental más antiguo del sistema parlamentario europeo».

Al Baboso, en realidad, le importaba una higa el pueblo, el clero y hasta la aristocracia, llamada corte y cuyo resabio prehistórico arrastramos en la denominación de nuestro Parlamento. Alfonso el mentiroso, el mujeriego, el pichabrava que dejó 22 hijos de 8 mujeres, tenía un problema de liquidez para mantener sus guerras y su nivel de vida y convocó las Cortes para sacarles más dinero vía tributos.

El clero pagaba poco; los aristócratas pagaban pero estaban hasta el moño y entre todos tuvieron una ocurrencia: dejar participar en las Cortes a los burgueses adinerados que ya ostentaban alguna representación menor de las ciudades.

Estos, más envarados que Cospedal en un atril, se les veían las ínfulas de los trajes nuevos y allí, sentados en curules, sintiéndose importantes, aceptaron pagar las guerras del rey no sin antes sacarle jugosas contrapartidas con las que sentirse ganadores: se promulgaron leyes destinadas a proteger a los ciudadanos y castigar los atentados aristocráticos contra la propiedad ajena. También rey, curas y nobles aceptaron resolver las querellas ante la justicia y el Rey aceptó no entrar en guerra sin contar con todos. Este importante conjunto de decretos ha sido calificado con el nombre de «Carta Magna Leonesa».

En realidad, el primer parlamento moderno es el Alpingi, Alping o Althin islandés que data de 930 y que trajo un período políticamente muy moderno denominado Estado Libre Islandés o Mancomunidad de Islandia que duró hasta 1264 en que firmaron un “pacto antiguo” o Gamli sáttmáli que les convirtió en vasallos del rey de Noruega tras una cruenta guerra. Este parlamento se basaba en una premisa que aún hoy en España no cumplimos: todos los ciudadanos son libres e iguales.

Ahora estamos entrando en una nueva fase del parlamentarismo español, una en la que ya no caben viejitas como Villalobos que cree que los piojos vienen con el aspecto o anacronismos como casi toda la bancada azul… en funciones.

Se habla mucho de que el PP ganó las elecciones. En realidad, fue el partido que más respaldo obtuvo con un 28% del voto, pero a cualquiera se le alcanza que menos de 3 de cada 10 no puede considerarse “ganar” porque básicamente implica que 7 de cada 10 no les eligieron.

En un sistema parlamentario las elecciones las gana el que consigue el respaldo suficiente en escaños para formar gobierno. Así, por ejemplo, en Dinamarca hoy preside el gobierno el tercer partido en número de votos que, curiosamente, es el PP danés. Vamos, un tripartito en toda regla, una Alianza de Perdedores en boca de Soraya Sáez de Santamaría, que consiguió los escaños suficientes frente al “ganador” de las elecciones, los socialdemócratas, con 26% de los votos.

La Nueva política es más vieja que el uso de andar con los pies: se trata simplemente de que acaten el mandato de cambio que les hemos dado y puesto que se trata de un concepto resbaladizo que para cada uno puede significar cosas distintas, tendrán que ser capaces entre todos de decidir un plan de trabajo, una hoja de ruta o, en castellano antiguo, un programa de gobierno para 4 años en torno al cual se pueda formar una mayoría de gobierno.

Si no lo consiguen, perdónenme, pero deberían dimitir todos los “líderes” antes de devolvernos la papeleta a los ciudadanos para que votemos otra vez –en democracia no se “repiten” las elecciones, simplemente se convocan adelantadas- en primer lugar porque eso significaría que son incapaces para encontrar acuerdos y segundamente porque difícilmente el nuevo parlamento distará mucho del actual.

O sea, Rajoy, Sánchez, Iglesias, Rivera, Garzón, poneos a currar y dejaos de excusas de mal pagador.