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Fascinante 'Equus', más de 40 años después

Fascinante 'Equus', más de 40 años después

martes 15 de marzo de 2016, 08:22h

Detrás de un título tan evocador como ‘Equus’ se esconde una historia sobre la fascinación sexual y religiosa que ejerce un caballo en un chico de 17 años y el proceso de su tratamiento -nada fácil, ni lineal- en un hospital psiquiátrico. ‘Equus’ fue escrita por el dramaturgo Peter Shaffer en 1973 y estrenada en Londres ese mismo año. Dos años después, en 1975, se estrenó en Madrid, dirigida por Manuel Collado e interpretada por Juan Ribó, María José Goyanes y José Luis López Vázquez. Era justo un mes antes de la desaparición de Francisco Franco, y estuvo acompañada de un cierto escándalo popular y mediático porque en una de sus escenas se producía el primer desnudo integral de una actriz sobre las tablas y el hecho era premonitorio de que una nueva época se abría en la historia de España y en la del teatro de nuestro país. Ahora ‘Equus’ vuelve a la escena madrileña, y adaptado a nuestra realidad actual, de la mano de los hermanos Juanma y Álvaro Gómez, “alma mater” de la sala Arte & Desmayo.

Dirigida por Carlos Martínez-Abarca, está protagonizada por Juanma Gómez, que construye un inmenso Dr. Martín, el psiquiatra, al que secundan también con un espléndido trabajo sus compañeros de reparto Elia Muñoz (Esther), Sergio Ramos (Alan), Pablo Méndez (Fran/Caballo Valiente), Magdalena Broto (Marian), Roberto González (Jinete/Caballo Diamante), Íñigo Elorriaga (Samuel/Caballo Troyano), María Heredia (Eva/Caballo Chispa) y la colaboración especial de Cristina Arranz (Enfermera). Varios de ellos, además, duplican su papel metiéndose en la piel de un caballo, imitando sus movimientos y gestos corporales con una fidelidad fascinante.

El resultado final del montaje es extraordinario y, en buena parte, se debe al trabajo meticuloso, profundo y de una sensibilidad extrema de Carlos Martínez-Abarca que ha sido capaz de entusiasmar al elenco durante el largo proceso de creación del montaje y de construir un espacio escénico imponente con los medios más ajustados que puedan pensarse, complementado por un magnífico espacio sonoro y de iluminación de Álvaro Gómez. Del montaje, sobre todo, se desprende una gran libertad creativa de su director, que aproxima la historia al siglo XXI, y un espíritu de compañía muy poco común en estos momentos.

A un lado del escenario, la consulta de un hospital psiquiátrico: paredes blancas, dos monitores de televisión y unos sencillos taburetes. Al otro lado -construido en medio de la sala, y con los espectadores a ambos lados de la misma y a menos de dos metros de los actores- una plataforma de madera. Sobre ella, unas sencillas cajas del mismo material que, unidas, sirven de camastro. La plataforma servirá de habitación del hospital, de autobús y de caballerizas...

Juanma Gómez construye un psiquiatra más que creíble, Martín. Vestido de impecable traje gris y corbata, se pasa la vida atendiendo a enfermos y su única vía de escape son los viajes que, de vez en cuando, hace por Grecia, de cuya cultura está enamorado. Ahora es Martin quien cuenta la historia tiempo después de tratar a Alan, un adolescente de 17 años, que se ha convertido en su paciente. Ha llegado hasta él porque se lo ha pedido encarecidamente una amiga, Esther, jueza de menores en cuyo juzgado ha caído un caso verdaderamente peculiar: el de un chico, que ama a los caballos -trabaja, de hecho, en unas caballerizas-, y que por alguna extraña circunstancia ha llegado a arrancarle los ojos a seis de ellos. El adolescente apenas sabe leer. Su madre, profesora, se ha encargado de enseñarle. No ha ido al colegio. No tiene amigos. Ha cometido algo atroz y el Doctor intentará, en distintas sesiones y a través de distintos juegos, incluida una sesión de hipnosis y la droga de la verdad, aclarar una situación que ha llevado al joven muy cerca de la locura. En el transcurso de las sesiones con el psiquiatra, salen a relucir los primeros recuerdos de Alan: con seis años, en la playa, la primera vez que monta a Troyano, un hermoso caballo que marcaría para siempre la vida de Alan. En su relación con el joven, el psiquiatra le confiesa su “normalizada” vida (casado con una dentista, Margaret, sin hijos -el motivo se lo oculta a su mujer-, lleva seis años sin tener relaciones con ella…).

Los padres de Alan, Marian y Fran, tienen puntos de vista opuestossobre ciertos aspectos de su educación. Mientras su madre es muy religiosa, su padre es ateo. A ambos, sin embargo, les une algo: su sentimiento de culpa porque intuyen que la educación de su hijo puede haber sido la base para que haya cometido la barbaridad que le ha llevado, primero, al centro de menores y, después, al hospital psiquiátrico (“Es un ciudadano moderno, inerme, en medio de una sociedad que los ignora”, dice el psiquiatra refiriéndose a Alan).

El sexo, la religión, la violencia, el yo más íntimo de las personas se disecciona sobre el escenario durante casi dos horas en esta pieza teatral que pone en cuestión el concepto de “normalidad” como algo que es asumido por la mayoría, o por un patrón cultural transmitido de generación en generación desde los tiempos más remotos, sin que nunca nadie se cuestione si el modelo que aparentemente es el aceptado por todos, es el mejor de los posibles y si cualquier faceta del comportamiento humano debe estar sujeta a lo previsible.

En conjunto, este es un montaje más que recomendable, y tanto para el público habitual como para el que solo acude de vez en cuando al teatro. Seguro que no defraudará ni a unos, ni a otros.

‘Equus’, de Peter Shaffer

Dirección y Espacio Escénico: Carlos Martínez-Abarca

Traducción: Natalia Fisac

Reparto: Juanma Gómez, Elia Muñoz / Natalia Fisac, Sergio Ramos, Pablo Méndez, Magdalena Broto, Roberto González, Íñigo Elorriaga, María Heredia y la colaboración especial de Cristina Arranz

Iluminación y Sonido: Álvaro Gómez

Movimiento: Patricia Roldán

Vestuario: Reyes Carrasco

Máscaras: Guillermo Campa

Adjunto a la Dirección: David Lázaro

Fotografía y audiovisual: Juan Millás (Fotógrafo fotos promocionales); Beatriz Fisac (fotografías); David Blanco (vídeo)

Diseño gráfico: Roque Domínguez

Sala Arte & Desmayo (Madrid)

Hasta el 19 de junio

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