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El Cambio que nadie entiende

viernes 03 de junio de 2016, 13:04h

A raíz de un libro que acabo de publicar junto con Federico Quevedo, bastantes me requieren para que hable en algunos foros sobre el cambio, o mejor el Cambio, que yo creo que inevitablemente llega, al margen de la escasa voluntad de llevarlo a cabo por parte de quienes más responsabilidad tendrían en ello. Hace tiempo que vengo meditando hasta dónde ese Cambio –con mayúsculas, por favor--, en cuánto tiempo, quién debe protagonizarlo. Y resulta que todo, todo, depende de lo que ocurra ese 26 de junio y de si, por fin, a la vista de unos resultados que no tienen por qué coincidir milimétricamente con lo que dicen las encuestas, los destinatarios del mensaje de las urnas logran entenderlo. Hasta ahora, desde luego, es patente que no lo han entendido.

Me decía Fátima Báñez, ministra de Empleo, eufórica con las últimas cifras del paro, que sí, que, en efecto, es la sociedad, esa sociedad de gentes sacrificadas salarialmente, de autónomos, de emprendedores, la que debe llevarse la medalla de reconocimiento porque la tendencia vaya cambiando poco a poco. Muy, demasiado, poco a poco, que aún quedan tres millones ochocientas mil personas que ni han logrado encontrar un empleo ni, presumiblemente, cuando lo encuentren, será un empleo de calidad. Y le dije a la ministra que ya basta de sacar pecho con la famosa reforma laboral, que de nada habría servido sin la cooperación de la sociedad civil, como de nada servirá la retirada pura y dura de esa reforma, como pide la oposición, si no hay planes concretos no solamente para crear empleo, sino para cambiar la ‘mentalidad laboral tradicional’ que partidos y, sobre todo, sindicatos sustentan.

Ese cambio de mentalidad en un terreno tan sustancial es uno de los ejemplos de lo que ha de constituir ese Cambio del que hablamos. De la misma manera que la tradicional pereza de nuestra clase política a la hora de acometer reformas legales y administrativas constituye un enorme freno para una verdadera evolución hacia mejores formas de modernidad, cohesión territorial (lo de Cataluña no puede seguir así, como todo el mundo percibe, aquí y allí) y equidad económica, que bien nos repite Cáritas que este nuestro es uno de los países más injustos de nuestro entorno.

He insistido, donde me ha sido dado hacerlo, en que nada de eso se percibe en la actitud de quienes siguen aspirando, tras el enorme fracaso de estos meses, a representarnos; no hay vocación de entrar en una nueva era, y hasta se me ha reprochado, nada menos que por el mismísimo presidente del Gobierno en funciones, hablar de una ‘segunda transición’. Quien piensa que todo va bien porque se creen, en temporada turística, unos cientos de miles de empleos –de lo que, por supuesto, me alegro mucho--, es que no está entendiendo nada, o que no habla con nadie de entre esos millones de personas que lo están pasando francamente mal en este país de enormes diferencias.

Que nadie tome esto como una crítica a los gobiernos establecidos, que por supuesto lo es; pero la crítica se extiende a todos, a los emergentes y hasta a los sumergidos, que siguen instalados en el lenguaje pre-diciembre. Sin darse cuenta de que todo lo que no dejen arreglado antes del domingo 26 de junio, tendrán que solucionarlo, ellos u otros, de manera apresurada y traumática, a partir de ese día.

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