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Decisión y representación: una respuesta a Borrell

martes 25 de octubre de 2016, 17:46h
Josep Borrell ha publicado un artículo en el diario La Vanguardia de Barcelona, que titula “Decisión y Representación” (25/10/16) que está levantando mucha polvareda en medios socialistas y más allá. Antes de comentarlo, creo que merece la pena dejar claro desde dónde lo hago. Conozco a Borrell desde hace más de treinta años, cuando ambos éramos militantes socialistas con alguna responsabilidad, así que mi respuesta se hace desde la empatía que me produce compartir durante mucho tiempo un pensamiento, el socialdemócrata, que no siempre ha tenido buena prensa.

La nota de Borrell es una contrarréplica del debate que hubo en el pasado Comité Federal, ese que votó mayoritariamente por la abstención del PSOE para permitir la investidura de Mariano Rajoy. En esa ocasión, cuando Borrell defendió la conveniencia de consultar a la militancia del partido, como se había hecho antes de la guerra, varios dirigentes socialistas le respondieron, entre ellos Eduardo Madina, que había pasado un siglo desde que los partidos de izquierda tenían una cultura asambleísta, que hoy ya había sido superada.

Borrell vuelve a la carga y afina sus argumentos: “No estoy por una democracia plebiscitaria permanente y creo que la delegación deliberativa es fundamental porque la gestión de los asuntos públicos requiere conocimientos y dedicación que no están al alcance de todos los ciudadanos. Pero la democracia representativa requiere que los representantes sean representativos. Si no lo son, y deciden independientemente de lo que resulte de los debates que con sus representados hayan mantenido, estamos hablando de despotismo ilustrado o de despotismo a secas”. Parece un argumento impecable, pero no lo es. Motiva dos observaciones, una teórica y otra práctica (respecto del PSOE).

La primera observación es que Borrell no parece entender a fondo la diferencia entre democracia representativa y asamblearia (o exclusivamente participativa, por decirlo en términos actuales), en el proceso fundamental de la toma de decisiones colectivas. En una democracia asamblearia no hay mediaciones, lo que suele conducir a adoptar decisiones extremas. En una democracia representativa sí las hay, es decir, las decisiones de las bases se procesan al interior del cuerpo organizado y son adaptadas al medio interior y exterior. Desde luego que tienen un marco común, el programa elegido en las elecciones generales, o, en el caso del PSOE, los mandatos generales adoptados en los Congresos. Y se basan en la confianza que los representados tienen en sus representantes. Sin la confianza mutua la democracia representativa no puede funcionar. Por eso es comunicativamente superior a la democracia asamblearia, donde el espacio de la confianza mutua es muy reducido por innecesario. Además, se supone que los representantes son elegidos previamente por los representados por sus destacadas capacidades (hasta que demuestren lo contrario). Sobre esa base y aunados por la confianza mutua, los representados entienden las mediaciones que incorporen los representantes, en orden a lograr una mejor decisión colectiva, que incluirá, si todo marcha bien, los raciocinios de unos y otros. Es cierto que, tras unas elecciones (o un Congreso partidario), los representantes pueden solicitar una consulta con las bases, pero eso es discrecional y nunca tiene garantía de éxito: obtener una mejor decisión colectiva. El ejemplo del Brexit me parece ilustrativo al respecto.

En otras palabras, la democracia representativa es un mecanismo de adopción de decisiones colectivas más complejo pero también más completo y superior –al contrario de lo que piensan los asambleístas- que la democracia directa. Es cierto que al ser un mecanismo más complejo tiene más puntos de falla. Pero es preferible ese riesgo a la compulsión directa tendente a la decisión extrema (demasiado cercana a la violencia, como se puso de manifiesto hace mucho tiempo con la afición a la guillotina).

Cuando Borrell habla de despotismo debería ser más cuidadoso. Para que haya despotismo debería romperse varios eslabones de la cadena democrática. En primer lugar, el procedimiento de elección de los representantes debería haberse viciado. Pero los asistentes al Comité Federal han sido elegidos limpiamente por las federaciones y el propio Comité Federal tiene competencia para reorientar una decisión partidaria en función del contexto interno y externo. ¿Que puede solicitar una consulta a las bases? Desde luego, pero eso es discrecional y no creo que mejore necesariamente la calidad de la decisión a adoptar. La causa de mi convicción reside en que creo que el cuerpo socialista no ha hecho un debate a fondo sobre la propuesta populista. Antes de la crisis y el aparecimiento del oportunismo asambleario, la militancia socialista no tenía necesidad de distinguir entre socialdemocracia y populismo. Y su dirigencia, bastante indocumentada como dice Leguina, tampoco ayudó mucho. Así que hasta que no se debata a fondo sobre la cultura y el programa socialdemócrata en estos tiempos de crisis, las decisiones de primer nivel no garantizan la calidad global de la decisión colectiva. Primero hay que aclararse (y neutralizar el entrismo de Podemos en el PSOE). Así que, en estos momentos difíciles, la confianza mutua es la mejor garantía de que se adopta una buena decisión colectiva.

Borrell acierta cuando dice que el PSOE debiera haber girado mucho antes hacia una abstención negociada. Pero eso fue responsabilidad de quienes ahora exigen la democracia directa. Quizás Josep no perciba claramente la relación lógica que hay entre ambos elementos. Pero eso será motivo de una siguiente nota.
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