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Radiografía descarnada de las elecciones catalanas

jueves 28 de diciembre de 2017, 08:13h

En las campañas electorales hay tres asuntos claves para conseguir unos buenos resultados: a) construcción de una estrategia electoral sobre la base de un guion coherente, b) capacidad de modular el curso de la campaña, a partir de eficaces medios de comunicación con el electorado, c) una respuesta de los votantes que refleje la fidelidad del voto duro y la permeabilidad del voto blando. Tres factores que permiten medir la suerte de los contendientes en las pasadas elecciones catalanas.

En cuanto a la estrategia electoral, el constitucionalismo apostó por la posibilidad de que la aplicación del 155 relajara la insoportable tensión sociopolítica existente, hasta tal punto que el voto blando del nacionalismo se abstuviera y el voto constitucionalista saliera a manifestarse. Por su parte, el independentismo jugaba su mejor baza al victimismo y al numantinismo político, un reclamo principalmente emocional. Todo parecía indicar pues una cierta ventaja de partida de la estrategia constitucionalista. Sólo quedaba la duda de si el efecto relajante del regreso a la normalidad podría lograrse en tan corto plazo: un mes y medio.

Sin embargo, el constitucionalismo -y sobre todo el gobierno de Rajoy- subvaloraron la capacidad del manejo de la comunicación por parte del independentismo. Los poderosos medios tradicionales propios, como TV3 y CatRadio, pero sobre todo el uso de los TICS han sido claves para no perder demasiados votos blandos. No hay duda alguna que la libertad de uso de los TICS que tuvo Puigdemont desde Bruselas ha sido mucho más eficaz que el silencio obligado de Junqueras en la prisión. Por cierto, hay que recordar que a los populismos siempre les ha ido bien con los saltos en tecnología de la comunicación. Existe coincidencia acerca de que Hitler y Mussolini no hubieran crecido ni la mitad sin el salto adelante que dio por entonces la radio.

El uso robusto de los medios de comunicación permitió a los comandos independentistas modular su discurso, sobre todo en el cierre de campaña, introduciendo un mensaje complementario al emocional que implicaba un cálculo racional: si ganaba el 155 –decía ese mensaje- llegaría un rodillo vengativo que liquidaría todo lo conquistado por el nacionalismo, incluyendo la posibilidad de que les devolvieran un pago con la misma moneda (el señalamiento) que ellos habían aplicado a los no nacionalistas. El temor a esta reversión arrasadora ha funcionado considerablemente bien en el cierre de campaña.

No obstante, los electores no son meros objetos inocuos que responden mecánicamente a los mensajes publicitarios. Por eso es necesario indagar en su comportamiento y motivación propia. El voto duro del independentismo comparte con sus líderes el relato numantino, así que no es probable que se haya movido electoralmente. Es difícil estimar con precisión la dimensión de ese voto duro, pero las encuestas de actitudes políticas invitan a pensar que oscila entre un millón y millón y medio de personas. Donde sí hubo pequeñas modificaciones fue en el voto blando. Si tenemos en cuenta que el voto total del independentismo ha descendido ligeramente en términos relativos (cuatro décimas) y recordamos que en estas elecciones ha habido ciento cincuenta mil nuevos votantes, jóvenes que previsiblemente han votado mayoritariamente al nacionalismo, puede deducirse que una pequeña porción de voto blando no ha salido a repetir su voto independentista.

La cuestión para el bloque constitucionalista es que tampoco salieron a votar todos los posibles electores no nacionalistas. Pese a que la participación fue alta, hay que retener que un millón de personas se abstuvo de emitir el sufragio. En ese millón habría una mínima porción de votos blandos del nacionalismo, pero es seguro que hubo un segmento mucho mayor que hubiera votado a los partidos constitucionalistas o incluso a Podemos.

En suma, el guion electoral del constitucionalismo no funcionó como se esperaba, sobre todo porque en un plazo tan corto la fuerza del voto emocional no disminuyó y quien invitaba a la épica usó hábilmente los nuevos medios de comunicación para modular la campaña mucho mejor que el bloque constitucionalista. Quizás si las elecciones hubieran tenido lugar en un plazo más largo se hubiera producido un inevitable desgaste de la figura de Puigdemont, que ha resultado ser un baluarte frente al constitucionalismo. Dentro del cual, por cierto, caló la idea del voto útil contra el nacionalismo, emitida por una mujer, Inés Arrimadas, que ha demostrado sobradamente su capacidad de liderazgo. Así es como se ha conformado un escenario polarizado, a base de un voto (de JuntsperCat y de Ciudadanos) que no ha sido simplemente emocional sino que fue capaz de combinar ese componente con una racionalidad propia y opuesta.

Claro, ese resultado muestra que la división psicosocial lejos de reducirse se amplía todavía más. Y no parece que la cosa pueda girar hacia la reconciliación, al menos a corto plazo. Las fuerzas independentistas siguen encerradas con un solo juguete: optar por la continuación de la confrontación con el Estado, entre otras razones porque sus líderes van a ser juzgados en los próximos meses y la mayoría de ellos serán sentenciados con penas graves. Y, además, cualquier intento hacia una política moderada fragiliza la cohesión interna del bloque secesionista. Pero si lo anterior es cierto, el inmediato futuro va a oscilar entre la convocatoria de nuevas elecciones y la inevitable reedición del 155 (para convocar nuevas elecciones desde el Gobierno central).

Se ha dicho que, como en el juego de la oca, se ha vuelto a la casilla de partida. No es exacto. Se ha caído en una casilla de castigo y los jugadores van a tener que sufrir antes de poder jugar en serio.

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