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Lucía Carballal (dramaturga): "No creo en la idea de posteridad. Yo escribo para el presente"

> “Cuando todo se tuerce, lo único que nos queda son nuestros valores”
> “Intento llegar cada vez más lejos en la capacidad de mover al espectador”

martes 10 de abril de 2018, 11:28h
Lucía Carballal (dramaturga): 'No creo en la idea de posteridad. Yo escribo para el presente'
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(Foto: David Sagasta)

Sencilla, puntual, reflexiva, atenta siempre a la palabra del otro, mirada inteligente y profunda, sonrisa suave y permanentemente dibujada en la boca, un cigarro de vez en cuando, y la sensación de poder estar hablando con ella durante todo el día, si el tema es la vida o el teatro que, al fin y al cabo, es lo mismo. A Lucía Carballal (Madrid, 1984), le gustaba mucho escribir ya desde pequeña y, cuando tenía alrededor de 14 años, se inscribió en unos cursos de interpretación. “Yo, en aquel momento, creo que pensaba que quería actuar, pero no ser actriz profesionalmente... Entonces no era consciente de que pudiera existir la escritura dramática como tal. Ni siquiera sabía que se pudiera estudiar, que podía llegar a ser, incluso, una profesión… Supongo que empezaba a descubrir qué es el teatro en sí… Recuerdo que tenía una profesora que nos hacía escenificar a autores contemporáneos y, desde entonces, ya empecé a percibir que ese no era el lenguaje de los autores clásicos y empecé a preguntar quién había escrito esto o aquello… Hicimos una obra de Sergi Belbel, Caricias, y cuando la profesora me dijo que era un autor joven, que estaba vivo, para mí ese descubrimiento supuso una revelación”. A partir de ahí, Lucía descubrió que alguien más que Lope, Calderón o Tirso, seguía escribiendo teatro en nuestros días y, probablemente, eso era mucho más de lo que nunca había podido imaginar.

El hecho es que, unos años después, estudiando ya primero de Filología Hispánica, y a pesar de que le gustaba mucho la Literatura, vio claro que no era eso lo que quería hacer y, con 19 años, se matriculó en la RESAD, en Dramaturgia. “Toda mi carrera ha tenido mucho que ver con personas concretas. El descubrimiento de que lo mío no era la Filología, se debió a otra profesora de un grupo universitario de teatro. Ese año, en lugar de hacer un clásico, propuso hacer una obra escrita por nosotros y, al buscar voluntarios, yo levanté la mano y dije que yo la escribía. La hice al alimón con un compañero, se titulaba Vladivostok, y era una comedia sin mayores pretensiones, y escrita desde la más absoluta inocencia. Aun así, es cierto que se escenificó en muchos auditorios, y con muchísima asistencia”. La experiencia, desde luego, fue catárquica y caló profundamente en Lucía. Si la joven estudiante aún tenía alguna duda, después de aquello, su decisión de cambio a la Dramaturgia, se convirtió en firme, y sin vuelta atrás.

Luego tocó viajar. “Quería sentirme extranjera y conocer el teatro de otros lugares. Me mudé a Barcelona, terminé la carrera allí (Institut del Teatre) y fui catalana durante tres años. Después me fui a Berlín, seguí aprendiendo (Universidad de las Artes) y fui alemana durante cinco años más. En 2013 regresé a mi ciudad, Madrid, y ahora escribo películas también. He tenido grandes maestros de escritura, pero de quien más he aprendido ha sido de los actores y directores con los que he trabajado” Y en el camino recorrido desde entonces, y entre otros textos suyos, Los residentes, Mejor historia que la nuestra, La noche sobria, Personas habitables, A España no la va a conocer ni la madre que la parió (co-escrita junto a Víctor Sánchez Rodríguez), Los temporales o Una vida americana.

“He sido muy precoz” -nos dice ahora Lucía, a sus 33 años, 14 después de aquel primer impulso creador-. “La escritura, si tiene algo de particular -a diferencia de lo que pasa con los actores, que pueden ser jóvenes estrellas-, es que va cobrando mucho más sentido con el tiempo. Como autor, no es fácil convocar a la gente cuando eres muy joven, se tiende a pensar que aún no tienes nada que contar”. Pero, entre tanto, a los veinte y pocos, Lucía seguía escribiendo y viendo como gentes, espectadores, de toda edad y condición se asomaban con cierta curiosidad -quizás también teñida de morbo- a ver sus nuevas propuestas y, “la experiencia no dejaba de ser interesante. Que una chica de 22 años escribiese un texto, aún con las limitaciones de la edad, por la falta de experiencia, pero intentando llegar todo lo lejos que pudiese… Y siempre me impresionaba mucho ver el patio de butacas con gente de todas las edades. Yo no dejaba de preguntarme qué es lo que yo podía contar a gente que tenía 40 años más que yo y, sin embargo, sentía perfectamente que ese diálogo con el espectador llegaba a producirse…”.

“El teatro donde crece con más fuerza es en la esfera de lo íntimo”

En el teatro, le decimos a Lucía, ¿no es mucho más importante el cómo que el qué?, y la dramaturga niega la mayor apuntando que “no siempre; eso depende del tipo de texto. Lo que sí es cierto es que el teatro no se acaba nunca en la historia. De hecho el teatro, cuando se basa esencialmente en la trama, tiende a perder y cada vez es más complejo de sacar adelante desde el punto de vista artístico”.

Si no es por la fábula que se cuenta, hay que buscar otros mecanismos para enganchar al espectador, está claro. “Es cierto que se tiende a la fusión de las figuras del autor y director de escena, hasta el punto de que el autor-director es cada vez más común, y que casos como el mío, que soy autora pero que no dirijo (de momento), son cada vez más infrecuentes. Sin embargo, también es cada vez más extraño para los que somos específicamente autores, concebir procesos de trabajo en los que quedemos excluidos de la puesta en escena. Y no por un afán de control sino porque, cada vez más, percibimos el espectáculo como una fusión de diversos elementos, y somos muy conscientes de que el texto es uno más de ellos. Tenemos que trabajar juntos”.

Quizás hasta hace solo unas décadas, el texto ha tenido una posición de superioridad con respecto al resto de los elementos del teatro que, casi de forma general, se utilizaban para servir al texto de la manera más fidedigna, siguiendo siempre el criterio del autor. “No creo, a pesar de todo, que ese modelo esté hoy absolutamente fuera de juego. Siguen existiendo espectáculos en donde todo gira en torno al texto y sus intenciones. En Inglaterra, por ejemplo, está muy claro. Allí el autor tiene esa posición de estrella del espectáculo, y la gente acude muchas veces al teatro exclusivamente a escuchar un texto de alguien, más que a ver el montaje de un director o la actuación de una actriz o un actor concretos… Hay espectáculos de todo tipo, me gusta que existan todas las fórmulas y me gustaría vivirlas todas a lo largo de mi carrera…”.

La armonía del conjunto, es cierto, es la clave porque -continúa argumentando Lucía-, “hay espectáculos a los que asisto en los que ya en el minuto dos pienso que autor y director no se conocen, o no se caen bien, o no se han escuchado o -como muchas veces sucede también en el teatro-, el texto se ha asignado a un director de manera arbitraria. Si a un director, un texto no le resuena, no le toca o le remueve, el montaje no puede funcionar, es imposible. Porque el teatro crece en la esfera de lo íntimo, y eso tiene mucho que ver con la comunión que se pueda crear entre todos los miembros del equipo, con su capacidad para vibrar en la misma nota”.

Sus obras tienen argumentos bien distintos (familiares, laborales, sociales, políticos, etc.). En común solo tienen la preocupación de estar aportando algo al presente, de captar aquello que está en el aire y a lo que aún no se ha puesto palabras. Para la autora está muy claro que “tenemos la obligación de escribir sobre lo que nos da la gana. Cada proyecto, cada texto, es algo tan sumamente delicado… Hay que ser muy honesto con uno mismo, -ya desde el principio. El momento más importante de la escritura es el previo a la propia escritura. Es el momento en que estás gestando el universo en el que vas a introducirte, es algo que hace tu cuerpo por ti. Creo que escribir (en el sentido de pelearte con la página) es descubrir qué es eso que ya has creado y que aún no sabes qué es. Así que la génesis de un texto es, creo, profundamente íntima y no debería tener nada que ver con modas o con temas que, por actuales, sientes que deben de ser abordados”.

“El modelo de producción y el afán de beneficio condicionan completamente la escritura

“Debe existir un teatro absolutamente comercial y, al mismo tiempo, otro teatro que no tenga nada que ver con lo comercial -afirma convencida Lucía-. En ese abanico hay que moverse y hay que defender todos los grises. Es cierto que el modelo de producción y el afán de beneficio en una producción teatral condicionan completamente la escritura.” Y el texto que se hace por encargo, ¿la condiciona también, o no?, le preguntamos; y para ella “no tiene nada que ver que un texto se haga por encargo con el hecho de que sea comercial o no. Yo lo que intento siempre es amoldarme al modelo de producciónn. No es lo mismo escribir un texto para un teatro público que para un teatro privado. No es lo mismo escribir para una compañía amateur que para una profesional. No es lo mismo escribir para un espectáculo que luego va a girar, que si solo va a verse en Madrid… Y, dentro de la libertad con la que trabajo, sí que tengo en cuenta todos estos aspectos (en la medida de lo posible, porque a veces no sabes qué va a pasar con tu obra)”.

Con esa experiencia acumulada como autora de una nueva generación de dramaturgos -preguntamos a Lucía-, ¿cómo se encaja la adulación? “Estoy todavía gestionando eso -nos dice, después de pensarlo un poco-. He escrito toda mi vida; creo que soy una tía muy trabajadora y, aunque he tenido otros trabajos al margen de la escritura, siempre me he considerado autora, siempre lo he tenido claro, y he querido siempre que mis textos se viesen en los mejores teatros, y que mis personajes los encarnasen los mejores actores… En ese sentido he tenido y tengo una gran ambición. Ahora estoy en un momento en el que gente a la que respeto mucho considera que mis textos son valiosos, y estoy recibiendo propuestas para seguir escribiendo y, al final, creo que el gran esfuerzo que tengo que hacer es conseguir que eso no me genere presión. Me fijo mucho en los autores que me han antecedido. Me interesa observar sus giros vitales…, porque me parece que se aprende muchísimo entendiendo sus coyunturas y las decisiones que han tomado. Y, si hay algo que tengo claro, es que debo seguir trabajando a mi ritmo. Yo tardo un poco en estar segura de lo que quiero hacer, y en saber cómo lo quiero hacer. Me interesa más escribir mejor que escribir más rápido”.

“Las fronteras cada vez tienen menos sentido”

“Quizás el secreto esté en saber esperar hasta encontrar los equipos y las situaciones adecuados”, concluye Lucía. De ahí la necesidad de rodearse de equipos estables de trabajo, dado lo delicado que resulta siempre el proceso de creación que, sobre todo, “requiere confianza mutua con la gente con la que trabajas, y esa confianza solo puede construirse con el tiempo, con los errores, con los hallazgos que se han compartido… Desconfío de las combinaciones o de las coyunturas que se producen en un lugar más superficial. Por otro lado, también quiero aprovechar el momento que estoy viviendo y, por supuesto, no voy a dejar de lado ninguna oportunidad pero siempre con el horizonte de hacer bien las cosas”.

Como, por ejemplo, las ha hecho en Una vida americana, un texto en el que, al menos, se mezclan tres planos, el personal, el social y el político, más en concreto el de los nacionalismos. Entre el nacionalismo exacerbado que reina en los Estados Unidos, y el inexistente en España, ¿en qué lugar se sitúa Lucía Carballal?, preguntamos a la autora. “Yo he pasado ocho años de mi vida fuera de Madrid -nos dice-. He vivido en Barcelona y he vivido en Berlín y, si aprendí algo en Alemania, es el absurdo del concepto de nacionalismo. En Berlín, la mayor parte de la gente que conocía tenía orígenes distintos al alemán (con padres de países del Este, de Asia, de América) y lo único que compartían eran proyectos y vida, casas, libros, tiempo. Ese es el nacionalismo en el que creo yo. Nacionalismo significa, supongo, creer en un “nosotros”. La cuestión es cuáles son los elementos que configuran el “nosotros”. Me gustaría, por ejemplo, que mi país tuviese objetivos que yo pudiese compartir. Me encantaría que mi país, por ejemplo, quisiese estar en la vanguardia cultural. Que tuviese la ambición de liderar causas justas. En ese punto sí que me podría colocar y entonces quizás no me importaría la palabra nacionalista, si eso significara pelear juntos para mejorar las cosas. Las fronteras cada vez tienen menos sentido, pero sí creo que el contexto local, el “país” como célula operativa, como estructura de trabajo, puede ser útil”.

Y, quizás para terminar ya con este tema, y dado que la joven dramaturga también vivió en Barcelona durante un tiempo, no me resisto a preguntarle por el otro nacionalismo, el catalán, que tantos quebraderos de cabeza nos está proporcionando a todos desde hace algún tiempo. Para Lucía “este es un tema muy complejo. Es cierto que durante muchos años se ha ignorado una voz, un latido del pueblo catalán con respecto a su propia identidad, y con respecto a su encaje en el Estado y en el sistema de las autonomías. Todo lo que estamos viviendo tiene que ver con esa ceguera porque realmente no se ha escuchado ni se ha querido entender. Cuando viví allí, sentía que Cataluñaa tenía una crisis de identidad gravísima que acabaría derivando en una frustración sin vuelta atrás si no se daba una respuesta política real y urgente. Pero, dicho esto, me cuesta mucho comprender cuál es la idea, el proyecto de futuro para Cataluña que se está planteando en el contexto del debate independentista…”.

Lucía se atrevió a analizar sobre el escenario nuestro país en la post-transición en su A España no la va a conocer ni la madre que la parió y pensamos ahora si no sería un buen momento para reflexionar también en el escenario sobre lo que está pasando en Cataluña, pero Carballal dice que “por el momento no me voy a meter. Después de ver lo que pasó el 1 de octubre en los colegios electorales, lo primero que pensé es que iba a ser muy complicado poder hablar de lo que está pasando. Aquello fue tan injustificado, tan terrorífico… ¡Sé que la gente lo está pasando tan mal! Hay demasiado dolor ahora mismo… Yo todavía estoy buscando mi propio posicionamiento. Me cuesta mucho comulgar con las posturas…, digamos ‘oficiales’ de un lado y de otro”.

“Lo que me une a la gente con la que trabajo son los valores”

Y, sin embargo, el hecho de nacer aquí o allá, en este barrio o en el otro, en el seno de esta familia o de la otra, condicionan brutalmente nuestras vidas, quizás hasta el punto de determinarlas. “Sí. Yo soy absolutamente determinista en ese sentido -remarca Lucía-. Esta idea new age de que en cualquier circunstancia puedes llegar a ser cualquier cosa, me parece una de las más nocivas para cualquier corazón. No es verdad. Yo me considero una privilegiada por haber nacido en el seno de una familia que me ha querido, en una capital europea, con unos medios suficientes para formarme, para viajar y aprender, por supuesto que eso ha determinado mi vida por completo. También puedo compararme con gente que he conocido a la que también ha determinado algo tan sencillo como vivir en una capital en donde la cultura está más valorada, en la que la profesión de autor teatral es más reconocida y soy consciente de cuál es mi posición al respecto. La posición de autor teatral en una ciudad como Madrid es muy, muy compleja. Este es un sector muy precario, y eso no puede obviarse. Creo en el talento personal, en la capacidad de superación, y sí, hay algo de cierto en la idea de que todo es posible, pero hay que ser consciente de la importancia de las circunstancias porque, de no ser así, jamás lucharemos por mejorarlas”.

Eres miembro de una generación que ha viajado mucho, que conoce mucho mundo. ¿Dónde están las verdaderas diferencias entre los seres humanos?, ¿en el color de su piel, en su cuenta corriente, en su género, en su posiciónn política, en su visión ética o moral de la vida? Carballal no lo duda ni un segundo: “En mi opinión, en su ética y en sus valores. Eso es lo que hoy, al menos, pienso con respecto a mi propia carrera, por ejemplo. Lo que me une a la gente con la que trabajo son los valores. Una manera concreta de trabajar, una manera de hablarnos, una manera de apoyar el trabajo del compañero… Es algo sobre lo que reflexiono muchísimo porque en la ética es donde se encuentra la dignidad. Cuando las cosas van mal, cuando todo se tuerce, lo único que nos queda son nuestros valores”.

Hablando de valores, y como estamos llegando ya al final, nos gustaría saber en cuál de los países que ha conocido Lucía, a su juicio, se tiene más en cuenta a la mujer. “No voy a hablar de Alemania en general, porque hay mucha diferencia entre lo que pasa en Berlín y un pueblo cualquiera de Baviera, pongamos por caso. En Berlín, desde luego, yo percibí una cultura en la que los géneros estaban más desdibujados. Es una sociedad protestante, basada en la cultura del esfuerzo y del trabajo y esos son los valores que priman. De hecho, la propia cultura, los códigos de comunicación, son completamente distintos. En España existe una cierta cultura del cortejo. La afinidad personal, la simpatía… son más importantes en el trabajo. Allí, sin embargo, se le da más importancia a la empatía y al mérito. Un alemán frente a otro es un igual… si ambos trabajan bien; las jerarquías y las obligaciones son mucho más claras para ellos como herramienta de higiene en las propias relaciones. Eso también hay que entenderlo, y es su parte negativa, las jerarquías son muy férreas y, hasta cierto punto, kafkianas. Pero sí que es cierto que todo el mundo tiene muy claro qué se espera de él o ella, cuáles son sus competencias, cuáles son sus obligaciones y, en ese aspecto, la figura del hombre y de la mujer ante el trabajo se desdibujan”.

Tampoco a Carballal le preocupa qué pueda decirse de ella como autora dentro de unos años: “¡Nada, absolutamente nada! No creo en la idea de posteridad. Yo escribo para el presente. Mi compromiso es con él, con la ciudad en donde vivo, con el público de nuestros días. El deseo de permanecer es solo una variante de la vanidad. No sirve para nada. Lo que sí creo es que el ser humano necesita creer que va a permanecer más allá de su muerte y, por ese motivo, hay gente que tiene hijos, deja algún tipo de legado… pero pedirle posteridad a tu propia escritura… Es una idea que me resulta graciosa”.

Lucia aún no es madre y no sabe tampoco si va a serlo, pero no está de acuerdo con ese sorprendente movimiento antinatalista según el cual no es conveniente traer más niños al mundo. Le interesan todos los movimientos radicales porque “me parece que revelan cuestiones inconscientes, de todo eso que no está permitido decir en los contextos habituales. Nos viene muy bien que sea un determinado movimiento radical quien enuncie esas tesis para tacharlas de radicales y de locas, pero en el fondo están también en nuestro ser, en nuestro modo de ver las cosas. Hay gente que pone en cuestión la maternidad porque vivimos en un mundo cruel y superpoblado. Bueno, esa reflexión es un lujo de Occidente. La maternidad elegida es un privilegio que gozan muy pocas mujeres en el mundo”.

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