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Lucía Miranda, directora y dramaturga: "Al escenario se llevan conflictos que no aparecen tan nítidamente expresados en los medios de comunicación"

miércoles 18 de julio de 2018, 11:58h
Lucía Miranda
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Lucía Miranda (Foto: Javier Burgos)
Lucía Miranda (Valladolid, 1982), se considera, sobre todo, directora de escena y, aunque le cueste aceptarlo, es también dramaturga (“nombrarme dramaturga, me da risa. O pudor. O un poco de todo”). Pero ahí están ¿Qué hacemos con la abuela? (2012), La zarzuela es joven y Cantando sin ton ni son (ambas en 2014), Las chicas no fuman igual y Nora, 1959 (2015) y, más recientemente, Fiesta, Fiesta, Fiesta (2016), estrenada en el Teatro Español de Madrid en abril de 2018 y con todas las entradas de la sala Margarita Xirgu vendidas antes del estreno. Una circunstancia nada habitual en el teatro madrileño de los últimos años. Acaso sea porque esta vallisoletana extrovertida, alegre y rigurosa a la vez, se ha mimetizado con la capital desde que reside en el corazón del Rastro madrileño, aunque su compañía, The Cross Border Project, y los múltiples compromisos y actuaciones, la tienen varios meses al año alejada de su casa. Esta temporada, sin ir más lejos, además de este montaje, ha dirigido la adaptación teatral de El Hijo de la Novia en el Teatro Sánchez Aguilar de Guayaquil (Ecuador) y ha colaborado con cuatro dramaturgos en País Clandestino, estrenada en el festival más importante de Argentina, el FIBA de Buenos Aires, un espectáculo que ha estado también en Santiago de Chile y en el MIT de Sao Paulo.

Licenciada en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid (2005), a Miranda le preocupan temas tan actuales como la desigualdad de la mujer, la violencia de género en el instituto, la situación de las cuidadoras en la familia, cómo vivieron nuestras abuelas en el franquismo o la situación laboral de la mujer. “Suelo construir personajes muy cotidianos, inspirados en gente que me he ido encontrando en mi camino”.

Efectivamente, todos los temas que Lucía trata en sus obras tienen que ver con algo que le ha ocurrido a ella o a alguien cercano. Su metodología, digamos que va de lo micro (lo relativo a cualquier individuo), a lo macro (lo que puede extenderse a toda la sociedad, o a un grupo importante de ella). “Tiene que ver con mi formación en teatro aplicado, teatro foro y teatro documental, en donde lo cotidiano es la base y eso luego se puede extrapolar a la sociedad. En Fiesta, Fiesta, Fiesta, por ejemplo, comencé estudiando los conflictos que suceden en un aula (alumnos, profesores, personal administrativo y madres), para luego extrapolarlo a todo el sistema educativo y, a su vez, eso puede extenderse a la forma de funcionar de todo un país, que es realmente lo que vivimos… Hace muy poco leí una entrevista con Sanchís Sinisterra en la que venía a decir que lleva años visibilizando lo invisible, generando con sus dramaturgias espacios para que puedan contarse determinadas historias, y yo estoy absolutamente de acuerdo con esa visión. A veces, al escenario se llevan conflictos que no aparecen tan nítidamente expresados en los medios de comunicación por unas u otras razones”.


“¡Tanto trabajo para que luego no se vea…! ¡Me moriría de la pena!”


“Estaré con Fiesta, Fiesta, Fiesta dos o tres años, ¡seguro!”, comienza diciéndonos Lucía, decidida a mantener un montaje que -como los demás espectáculos que ha montado con su compañía-, ha necesitado más de dos años para levantarlo. Este lo comenzó a pensar en 2015, obtuvo una ayuda del INAEM para escribirla, fue posteriormente publicado a finales de 2016, y, finalmente, y con casi un año de ensayos por medio, pudo estrenarse en el LAVA de Valladolid a finales de 2017, hasta llegar a Madrid (dónde, por cierto, vuelve de nuevo durante la próxima temporada al Español). “¡Tanto trabajo para que luego no se vea…! ¡Me moriría de la pena!”.

Esta es su visión actual, pero lo que será de ella dentro de cinco o diez años no puede ni imaginarlo: “nunca sabes lo que vas a poder encontrarte por el camino -nos dice-. Me pueden interesar las relaciones de pareja, o las relaciones familiares, pero me parece que hay ya mucha gente escribiendo sobre eso desde la ficción, y además contando muy bien los conflictos que generan, y yo lo que creo que sé contar bien son historias con otros. A mí se me da muy bien meterme con una grabadora en un instituto, convivir con sus alumnos, sus profesores, y sacar las historias de ahí… O, como he hecho recientemente en Valladolid, en un proyecto con mujeres gitanas, y que sean ellas mismas quienes decidan qué quieren contar para poder hacer después una dramaturgia con eso. Con este tipo de cosas es con lo que soy feliz, aunque tampoco sé si dejaré de hacerlo algún día para meterme por otros caminos. Hoy me siento muy a gusto en ese espacio y, además, creo que no hay mucha gente más haciéndolo de la forma que yo lo hago”.

Con todo, Lucía Miranda no vive del trabajo de su compañía, The Cross Border Project, sino del que realiza fuera de España (“el cuarenta por ciento de mis ingresos viene de todo el trabajo internacional que hago”), porque, además de dirigir, escribe y da formaciones fuera de nuestro país, especialmente en Europa y Latinoamérica. “Para mí es fundamental tener un pie fuera de España. Luego lo complemento con el trabajo educativo y de formación que hago también aquí. La compañía es como el lujo que me doy después de tanto trabajo…”.

Aunque nos confiesa que no sabe muy bien como catalogar su teatro, al menos esta última obra, Fiesta…, claramente es “teatro documental verbatim porque lo he escrito pensando que fuera eso. Es teatro documental porque todo es real. Y es verbatim porque lo que hice fue entrevistar a un grupo de personas -unos 40 entre alumnado, profesorado, profesionales no docentes y madres-, los grabé con una grabadora de audio y lo que he hecho es transcribir literalmente las entrevistas, y elegir el material que me ha interesado de ellas. Los fragmentos seleccionados se los he mandado a los actores -la dramaturgia escrita, y los cortes de audio-, y ellos han trabajado con la metodología del verbatim… A mí me interesa tener en escena a personas reales más que a personajes y los actores han trabajado para intentar que sean esas mismas personas quienes hablen en el escenario. Si esa persona en el audio dice ‘uhmm…’, o tose, o ríe, el actor trabaja con esa duda, con esa tos, con esa risa, trabaja con los graves, con los agudos. No se trata solo de dar voz a los sin voz, sino de hacerlo también del mismo modo en que lo cuentan ellos porque creo que el lenguaje es identidad. Como hablamos las personas representa lo que somos. El tipo de lenguaje que utilizamos, si somos rápidos o lentos en el habla, todo lo que hacemos representa lo que somos… Para mí, Fiesta, Fiesta, Fiesta, habla de la identidad de las personas, pero también de nuestra identidad como país…”.

“España ya no es blanca, ni todos los abuelos son de Zamora, como los míos -dice con humor la joven directora y dramaturga-, y ha cambiado tanto en estos últimos 20 años, que dentro de otros 20, como no empecemos ahora a trabajar en ello, mucha gente va a sorprenderse por lo que acabaremos siendo”. Lucía insiste hasta la extenuación en esa necesidad, y de hacerlo muy en serio, con la gente que acaba de llegar a España, que ya ha tenido o tendrá hijos aquí porque “hay un claro peligro de trasladar a la calle la misma segregación que hoy hay en las aulas. Esa segregación estará también en los trabajos, y luego vendrán los problemas que hace unos años pudimos ver en los incendios de la banlieue parisina, o lo que cada dos por tres vemos en Estados Unidos con casos de racismo. Tenemos que trabajar cuanto antes con la diversidad que ya está aquí, y que va a ser más clara cada vez. ¿… O es que interesa a los poderes públicos esta segregación tan evidente?”.


Entre lo teatral, lo educativo y lo social

Cuando nos interesamos con la vallisoletana por la globalización del problema, esta nos remite a País Clandestino, un espectáculo en el que la dramaturga participa en América Latina; son cinco autores de otros tantos países (Jorge Eiro de Argentina, Pedro Granato de Brasil, Florencia Lindner de Uruguay y Maelle Poesy de Francia). “Hemos escrito una obra sobre nuestra generación -gente con treinta y tantos años-, acerca de cómo hemos ido creciendo en un sistema global, y cómo las políticas de nuestros países respectivos interfieren en nuestra vida personal, y de cómo nuestra generación ha podido crecer también viajando mucho y comprobando que las influencias son idénticas-por ejemplo, en Brasil que en España-, aunque haya todo un océano por medio. Lo que veo, ahora que estoy viajando tanto, y acudiendo a tantos festivales internacionales, es que todo el mundo se ha polarizado muchísimo. Eso es lo que está pasando en estos momentos en Brasil con el tema de Lula y la división del país, como consecuencia inmediata. O en Argentina con Mauricio Macri, o en Francia con la aparición de Marine Le Pen… Todo se ha radicalizado en extremo, entre derechas e izquierdas, y el diálogo brilla por su ausencia. Y cito estos países, pero puede decirse lo mismo del mundo en general. Esta polarización nos puede llevar a la ruina, y mi visión es también compartida por muchos otros creadores de distintos países con los que hablo muy a menudo”.

No es nada extraño -planteamos a Lucía-, aguda analista de su entorno próximo y lejano, que le preocupe más el asunto sobre el que va a contar algo, que la forma de contarlo. Pero ella no parece estar tan segura de eso: “Dudo, porque un buen ‘qué’ con un mal ‘cómo’ hace desinteresarse al público, así es que me parece que los dos aspectos deben de ir bastante de la mano. Una de las cosas con la que lucho es que siento que nosotros, como compañía, estamos en medio. Somos una especie de puente entre lo teatral, lo educativo y lo social, por ese trabajo que hacemos con comunidades(en barrios, con colectivos, etc.). Por eso lo que contamos es muy importante, pero si no consigo dar con la manera más adecuada para hacerlo, de forma que interese-que seduzca, que enganche-, el ‘qué’ da igual. Definitivamente tiene que haber una confluencia entre ambos aspectos y, sobre todo, creo que trabajando asuntos tan vinculados a lo social, que en España tienen a veces una etiqueta como de temas de segunda -o, como se diría ahora, que juegan en otra liga-, creo que el ‘cómo’ adquiere aún una importancia mayor y hay que cuidar más aún aspectos como la escenografía, el vestuario, el equipo actoral…, para conseguir que un público que lo mismo nunca hubiera acudido al teatro, se decida ahora a hacerlo en función de estos otros ingredientes, y luego, además, tenemos que conseguir que salga tocado por el tema tratado”.

Mujer con los pies bien anclados en la tierra, a Lucía Miranda le parece que la realidad supera a la ficción: “En Fiesta… tenemos dos historias que, cuando acaba cada función -nosotros hacemos siempre encuentros con el público por norma, y en todos los teatros-, el público pregunta siempre por dos personajes que piensa que son irreales y, sin embargo, yo no me he inventado nada. No hace falta hacerlo porque la vida ya es suficientemente terrorífica”. Y eso lo dice una mujer a la que le interesa mucho la ficción y que, además, se adentra habitualmente en ella: “leo una novela a la semana. ¡Leo muchísima ficción! Ahora, por ejemplo, estoy terminando El cuento de la criada, una distopía en toda regla… Sí, sí, me interesa mucho la ficción, pero en el teatro me siento mucho más cómoda trabajando desde lo documental. Si me encargaran ahora una obra de ficción, me costaría muchísimo… Respeto profundamente a autores como Juan Mayorga, Lucía Carballal, José Padilla, y mucha otra gente que trabaja desde la ficción, porque a mí me resulta dificilísimo. Sin embargo, partiendo de una historia real, -o de cuarenta, me da lo mismo-, pronto me hago un croquis mental de qué empieza, qué acaba… ¡Lo veo! Y sé que a los compañeros de la ficción, por el contrario, no les es tan fácil hacer eso…”.

Aún así, o precisamente por eso (nunca se sabe), vamos a hacer trabajar la imaginación de la directora de escena pidiéndole que escriba a los Reyes Magos a ver si conceden al teatro español esas cosas que aún no se han conseguido y que, por el contrario, lo tienen algunos de los países que Lucía visita frecuentemente. “Pediría, por ejemplo -afirma sin dudarlo un instante- que los teatros públicos tuvieran un departamento educativo, como los que hay en Inglaterra, o en Estados Unidos y como los que tienen gran parte de nuestros museos, en donde hay unas cuantas personas trabajando en él, y estableciendo relaciones con la comunidad escolar, en donde todos los artistas que pasan por el teatro están obligados a dar una formación (charla, conferencia, etc.) y con la figura del arte- educador en plantilla. Y, por otro lado, pediría también que se hiciera mucho más trabajo con la gestión de estos mismos teatros públicos. Lentamente, pero algo también están cambiando las cosas en España. Por ejemplo, hace muy poco he estado en el Teatro Circo de Murcia y me he quedado maravillada de lo bien que están organizados. Tienen tres grupos de lectura de los textos que se van a representar en ese teatro. Eso significa que, cuando vas allí, tienes a más de treinta personas leyendo tu texto, conociendo a un autor contemporáneo; luego van a ver la obra, y la participación en los encuentros con el público son mucho más enriquecedoras… Allí mismo he estado dando un taller a unos 15 profes de secundaria que, posteriormente, se vienen a ver la obra, se traen a sus alumnos y a mucha otra gente docente. Esa manera de crear tejido es formidable, y tiene mucho más que ver con lo que se está haciendo en Europa que lo que se está haciendo en España… Se plantean a priori la forma de fomentar los espectáculos en función del tipo de público al que pueda interesarle, etc., y trabajan a futuro con el teatro, además de abrirlo a la ciudadanía… algo muy parecido a lo que se está haciendo en el Teatro Calderón de Valladolid, en donde abrieron hace unos años La Nave, acercando el teatro a docenas de chicos adolescentes a través de proyectos concretos de creación dirigidos a ellos. ¡Eso es crear públicos!”.

¿Cómo está la consideración social de las gentes del teatro? -le preguntamos ahora- ¿es muy distinta la de España en relación a la existente en los países latinoamericanos? A juicio de Miranda, es muy distinta y muy dispar en los distintos países de Sudamérica: “En Ecuador, por ejemplo, queda mucho por hacer y se está empezando ahora a crear público y a profesionalizar el sector. Argentina, por el contrario, es una maravilla. Allí hay espectadores en cualquier día de la semana, y los teatros siempre están llenos. Eso que se cuenta de que en Buenos Aires los teatros están siempre hasta arriba, en mi experiencia, desde luego, es totalmente cierto… En cuanto al trato personal con el artista, debo decir que en todos los países latinoamericanos, conmigo el trato ha sido siempre excelente. En España -también según mi experiencia- es muy diverso. He tenido tratos estupendos y tratos mediocres. Quizás se deba también a la circunstancia de acudir a otro país como artista invitado, en cuyo caso se le suele tratar con mucho más cariño que cuando uno es de allí. Los mismos artistas de cada uno de esos países, suelen quejarse de la diferencia de trato a los artistas extranjeros con respecto a los locales. Y nosotros quizás también percibimos lo mismo con los de fuera…, así es que hay que relativizar todas estas percepciones personales”.


En España por amor

El realismo, para Lucía, es el mejor antídoto contra el halago y la adulación. “Tú puedes tener en tus manos un trabajo maravilloso, pero la realidad es que existe una trastienda que no te permite olvidar como has conseguido levantar cada uno de tus montajes, el enorme esfuerzo que has tenido que desplegar para sacarlos adelante, económicamente hablando…”. Y para ejemplificar la afirmación, Lucía recurre a la anécdota que, a veces, habla mucho mejor de la categoría: “cuando Fiesta… se programó en el Teatro Español, un amigo me mandó entusiasmado, a través de Whatssapp, una foto del cartel del espectáculo que había visto en una de esas pantallas gigantes que hay colocadas en la Gran Vía. Pero sí, mucho cartel, mucha prensa, pero la realidad es que yo no puedo comer dedicándome exclusivamente a escribir, dirigir y presentar públicamente espectáculos. Hay veces, incluso, que pierdo dinero con ellos… Esa realidad es lo que me hace tener los pies en la tierra. El día que pueda ganar dinero produciendo mis propios espectáculos como Fiesta, Fiesta, Fiesta, a lo mejor me vuelvo un poco idiota, pero mientras tenga que seguir trabajando doce horas diarias, y tenga que seguir saliendo del país unos cuatro o cinco meses al año, para ganar tres veces lo que gano aquí, como estoy considerada o el nivel al que haya podido llegar lo relativizo y sin ninguna dificultad”. Así descrito el panorama personal de la directora y dramaturga, le preguntamos directamente por qué razón no ha decidido entonces marcharse ya y de una vez fuera de España. La respuesta es sencilla y contundente: “porque vivo con un hombre maravilloso al que no le resulta tan fácil, por puras cuestiones de trabajo, irse de España. Si no fuera así, probablemente no estaríamos aquí. Yo soy de las que puedo decir abiertamente que ¡estoy en España por amor!”.

Y, como no podía ser de otro modo, ha sido fuera, en Estados Unidos, donde Lucía comenzó la especialización profesional. Allí aprendió todo lo que sabe de teatro documental y verbatim, en las clases de NYU donde estudió el trabajo de Anna Deavere Smith, una artista afroamericana que ahora debe de tener algo más de 50 años, que fue quien creó esta metodología. “¡Es toda una eminencia en Estados Unidos ! Acaba de hacer una película en HBO, Notes from the Field, también sobre temas educativos en donde ella misma interpreta todos los papeles de los personajes que ha elegido para el montaje… De Anna Deavere me interesa mucho todo el trabajo que hace de dramaturgia y de puesta en escena. Me parece una ‘bestia parda’ del escenario… Me interesa mucho también otra dramaturga, Sara Ruhl, también estadounidense, que es para mí una de las mejores autoras de teatro de su país, aunque en España creo que no se ha traducido nada de ella… No me he animado todavía a traer algo suyo aquí porque todos sus textos tienen muchos personajes. El que me gustaría hacer, necesita doce actores, y aunque no he podido permitírmelo hacer todavía, estoy segura de que algún día lo haré… Me interesa también el trabajo site specific, el que se hace en lugares no convencionales, del que muy pronto haré una lectura dramatizada por todo el Teatro Valle-Inclán, dentro del Festival ‘Una mirada diferente’, Alicias buscan Maravillas, en donde los dos gemelos de Alicia…, los harán una actriz ciega y su perro guía, por ejemplo. Hay muchas compañías británicas y estadounidenses haciendo trabajos de este tipo, site specific. Otra persona que me interesa en el campo del del teatro documental, es la argentina Lola Arias. En su último trabajo, Campo Minado, que he podido ver en Brasil, ha juntado en el escenario a exmilitares de las Maldivas, tanto del lado inglés como del argentino, y les ha puesto a trabajar juntos. Y, para terminar, en España, el profesor que más me ha influido es Domingo Ortega, profesor de la RESAD, con quien coincidí en mi etapa de estudiante, en el Aula de Teatro de la Universidad Carlos III”.

Cambiamos de nuevo de tercio con Lucía y le ponemos sobre la mesa a qué cree que es debido que la materia prima del teatro, la palabra, haya caído tanto y tan meteóricamente -en unos cuantos decenios entre nosotros. Antes, quien daba su palabra a otro, era más que si firmaba un contrato escrito con él. Ahora, sin embargo, creemos que no es así. ¿A qué atribuyes que puede ser debido eso?, le preguntamos, y Lucía parece tenerlo muy claro: “En España, la crisis económica tan dura que hemos atravesado ha tenido, al menos, dos consecuencias muy claras. Una buena, y otra mala. La primera es que se ha forjado una idea de lo colectivo, de grupo, de asociacionismo. Pero también y, al mismo tiempo, de individualismo, de intentar salvarse uno como pueda -esta es la mala-. Todo depende de cómo quieras colocarte cuando tienes que vivir situaciones extremas. Cuando hay poco dinero, mantener tu palabra es complicado. Eso tiene más que ver con esa opción individualista, que no mira más que al corto plazo, a salvarme yo y los míos, pero sin importarme nada lo de todos: el medio ambiente, el barrio, la sociedad. Tiene que ver con que te interese o no el otro. Por eso es tan importante trabajar la empatía desde niños, y cuanto antes”.

En contra de lo que suele ser habitual, ningún otro director ha llevado aún al escenario alguna obra de Lucía Miranda, de modo que es una rara avis en este mundillo teatral. “Es cierto. Yo no soy una dramaturga al uso, en el sentido estricto de escribir obras pensando en publicarlas, o pensando que pueda interesar a terceros, sino que las concibo para montarlas directa y personalmente. A lo mejor, un día me animo a escribir algo que después pueda interesar también a alguien distinto a mí o a mi compañía… En ese sentido, yo me considero mucho más directora que dramaturga porque escribo para montar. Lo que sí me pasa, de cuando en cuando, es que recibo peticiones de profesores de institutos que me piden el texto de alguna de mis obras para poder montarlas en el propio centro y eso, obviamente, me hace mucha ilusión”.


Ser mujer y no morir en el intento


Cada vez que la vallisoletana tiene un nuevo proyecto, teme, por un lado, al equilibrio económico que hay que establecer entre lo que se quiere hacer, el tipo de producción que eso exige, y la realidad con la que juega, y, por otro lado, -y esto es aún más complicado-, “saber dirigir bien al equipo con el que tengo que trabajar cada vez que inicio un nuevo proyecto. Aunque en España mantengo un equipo artístico estable (escenografía, luces, etc.), cada vez que salgo fuera tengo un equipo nuevo y siempre hay miedo a que haya alguna dificultad en el entendimiento, en las relaciones que se generan, en las posibles dificultades para poder sacar adelante el proyecto. Siempre voy con la duda de si seré o no una buena directora de equipos. Me preocupa mucho que el grupo se lo pase bien y que se cree un buen ambiente de trabajo… Y, ya después, lo que más me obsesiona es que la historia que quieres contar llegue directa al corazón del público. Tengo que vencer el miedo a quitar cosas, a cortar, aunque es siempre necesario, claro… Si a una obra crees que le sobran 15 minutos, hay que cortar por algún sitio, sin que por ello se vea afectada la historia que se cuenta”.

Y así -¡y esperemos que durante muchos, muchos años…!-, Lucía debe enfrentarse periódicamente a nuevos estrenos. En ellos, la directora y dramaturga mantiene aparentemente la calma, pero la procesión va por dentro. “Lo noto, incluso, físicamente -termina diciéndonos-. Me suele afectar siempre al sueño -no duermo bien-, y al estómago. Y este último año que he estrenado tres espectáculos, lo he notado especialmente porque además el pelo se me ha llenado de canas. El estrés es un mal aliado”.

Al público y a la crítica los tiene en cuenta, como es obvio, y le resulta difícil crear un marco tanto para uno como la otra. “No creo que se pueda hablar de ‘la crítica’, sino más bien de ‘los críticos’. Y, por cierto, echo de menos la presencia de mujeres en la crítica. Tengo mucha curiosidad por conocer sus opiniones el día que lleguen a los grandes medios…”. ¿Es que has padecido el machismo en cabeza propia, en el ámbito del teatro (crítica incluida)?, le decimos, a lo que Lucía nos responde que “me he encontrado con algún actor varón que no me hacía absolutamente ningún caso por verme más joven que él y mujer. Él no lo admitiría nunca públicamente, pero fue así. Se impuso el trabajo, el buen hacer, y hasta creo que, de verdad, ha cambiado su opinión sobre mí porque lo hablamos después abiertamente... He tenido también algún otro caso en donde se ha hecho alusión solo a lo de ser joven, pero yo creo que dentro de esa afirmación va soterrado también mi condición de mujer... Y, por otra parte, he tenido que soportar comentarios del tipo ‘¡qué mona!, ¡para ser directora…!’. ¡A ti que más te da si soy mona o no; lo único que te tiene que interesar es mi trabajo! Por otra parte, como mi equipo técnico es muy potente, y mayor que yo, me ayuda mucho en este terreno. Para mi jefe técnico, en privado yo soy Luci. Pero cuando hablamos de trabajo, soy ‘la jefa’. Ante cualquier cosa, siempre dice ‘pregúntale a la jefa’ Eso ayuda mucho a que el resto de los componentes de equipos técnicos, cuando vamos de gira, no digan ni mú cuando tratan conmigo”.

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