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Belén García (jefa de sala en los Teatros Luchana de Madrid): "En el teatro hago sociología 24 horas al día"

  • “Mi labor principal es la atención a los espectadores, por un lado, y a las compañías, por otro”
  • “Hay que tenerlo todo muy bien preparado, porque siempre puede surgir algún imprevisto”
  • “Hay mucha diferencia entre unas y otras salas de teatro y eso lo sufren en carne propia las compañías”
  • “Para que un espectador pueda sentarse a ver un espectáculo, ha habido antes un inmenso trabajo”

miércoles 30 de enero de 2019, 10:24h
Belén García (jefa de sala en los Teatros Luchana de Madrid): 'En el teatro hago sociología 24 horas al día'
Licenciada en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y feminista militante, Belén García es la jefa de sala de los Teatros Luchana desde poco después de que este espacio multisalas abriera en la capital de España, y de eso hace ya cuatro años. Su amor por el teatro es tal que, cuando toma vacaciones, o días libres, suele ser para acudir a ver alguna función en otras salas.

Al tiempo que estudiaba, durante toda la carrera Belén había trabajado en un negocio hostelero familiar, hasta que en 5º de carrera decidió marcharse a Londres para reforzar su nivel de inglés: “fue siempre mi asignatura pendiente… Cada vez había que consultar más bibliografía que estaba únicamente en inglés y tenía inseguridad con el idioma, así es que me lancé a la aventura. En principio iba con intención de quedarme allí tres meses, pero acabé viviendo allí tres años”. Confiesa que, aunque lo pasó mal durante los primeros meses, después tuvo suerte y alguien le ayudó a encontrar trabajo en un hotel de la cadena Meliá, el White House. Comenzó trabajando en la cantina, pasó después a subir los desayunos y, poco después, acabó de jefa de partida: “tenía que examinar todos los platos cuando salían de cocina para comprobar que estaban perfectamente dispuestos. Era un trabajo que exigía mucha disciplina y atención porque en la hostelería hay una jerarquía muy marcada… Ahora, en el teatro, los actores y los técnicos, me suelen decir muy frecuentemente que me fijo en todo, que no hay detalle que se me escape, y yo les suelo contestar en broma que me he pasado mucho tiempo ‘descubriendo defectos’… Esa capacidad de descubrir los fallos de los demás, y en muy poco tiempo, a veces es algo controvertido, pero eso te da mucha agilidad y capacidad de análisis”.

Aunque, aparentemente al menos, eso de analizar la disposición de todos los platos que salen de la cocina para ser servidos en el restaurante de un hotel, no parece tener nada que ver con la habilidad necesaria para intentar que todo discurra con normalidad en el patio de butacas de un teatro, Belén nos asegura que sí, que la tienen y mucha: “a mí me ha servido mucho mi experiencia en la hostelería para poder coordinar la actividad en las cuatro salas que disponen Los Luchana. Como las cuatro funcionan a la vez, tienes que estar muy atenta a todo lo que surge alrededor. Puedes estar a punto de comenzar un espectáculo en la 1, pero tienes que estar al tanto de la salida de la 2; que va a haber una entrada en la 3 y que van a salir los espectadores de la 4. Tener esa capacidad de reacción, a mí me ha servido mucho en el día a día de mi trabajo”.

En aquellos primeros meses en Londres, el poco dinero que ganaba apenas si le llegaba para pagar el alquiler de la habitación de un piso compartido y la comida necesaria para sobrevivir. Dinero para emplearlo en alguna opción de ocio, desde luego, no había, así es que encontró una escuela de teatro que cada fin de semana hacía representaciones gratuitas, y la abulense no perdía la oportunidad de acudir cada fin de semana: “Allí descubrí el inmenso respeto que tiene el público británico al teatro y a sus gentes; mucho mayor del que se le tiene en España”. Ese fue su contacto inicial con el teatro que, unos años después, acabaría convirtiéndose en su oficio. Fue a través de una amiga que la animó a optar a cubrir la plaza de jefa de sala en los Luchana. Belén no lo dudó, envió su curriculum y después de una entrevista inicial, la empresa tuvo que elegir entre ella y un chico con mayor experiencia en este terreno, aunque finalmente se decantó por ella. “Si no estás cerca del mundo del teatro, la gente no acaba de entender muy bien qué es eso de jefe o jefa de sala”.

La experiencia en los Luchana “ha sido maravillosa -nos confiesa Belén-, aunque estos no son unos teatros al uso porque en Madrid no hay más teatros privados con cuatro salas funcionando simultáneamente… Lo que más me gusta de mi trabajo es que siempre tienes la posibilidad de aprender algo. Cada vez que llega una nueva compañía siempre arrendes de ella y, al ser cuatro salas, la posibilidad de programación es muy diversa y trabajas con compañías de diverso tipo, desde las más jóvenes a otras que ya están más consolidadas, o gente con proyectos muy rodados y que ya han estado girando por España… La adaptación entre la sala y las compañías es mutua y permanente”. ”.

“Los teatros públicos juegan en otra liga…”

Pero creemos que ha llegado ya el momento de concretar todos estos aspectos –unos comunes a todo espacio teatral, otros específicos de Los Luchana por su condición de multisala-, y pedimos a Belén García que nos defina un poco más en qué consiste su función como jefa de sala, como responsable de la coordinación y el buen funcionamiento de todo el aparato interno para que el público, al mismo tiempo, se sienta cómodo y después de acudir a la sala, se vea en disposición de repetir la experiencia. La socióloga tiene muy claro que “lo principal es la atención a los espectadores, por un lado, y a las compañías, por otro. En estos momentos tenemos en programación 42 espectáculos y mi labor consiste en conseguir que todo ruede perfectamente, y en atender al público para que sienta que, incluso, se le trata con cariño…”. Pero eso es muy difícil con el poco tiempo del que debes disponer, le decimos, y ella nos responde que “cuando entré a trabajar en Los Luchana había una cosa que no me gustaba nada, la independencia de la actividad de la compañía y la de la sala. Unas y otras funciones estaban muy separadas, y eso para mí era un gran error. En espacios como el nuestro, es imprescindible que todos trabajemos a una, que la compañía y la sala compartan un único objetivo, y eso se lo hemos ido haciendo entender a todas las compañías que han ido pasando…”.

“Había mucha gente –continúa diciéndonos la abulense- que se sentía muy insegura al empezar: ‘¿nos vas a avisar?, ¿nos vas a dar el pie?, ¿nos avisas cuando se cierren las puertas de la sala? ’... No os preocupéis, vamos a dar unos minutos de cortesía e inmediatamente os avisamos para que podáis empezar. Había gente que se sorprendía por esas sencillas medidas de funcionamiento, y yo me preguntaba qué es lo que entonces les sucedería en otras salas. ¿Cómo no vas a avisar a los actores de cuándo va a comenzar a entrar el público a la sala, o de que en cinco minutos empezará la representación y que entonces se van a cerrar ya las puertas? Hay mucha diferencia entre unas y otras salas de teatro y eso lo sufren en carne propia las compañías”.

Está claro que García está pensando en otras salas off, en esos pequeños espacios con actividad muy diversa en los que las compañías que están empezando y tratando de abrirse camino en este proceloso mundo del teatro en España, se dan ya con un canto en los dientes si se les da cabida, sin pararse mucho a examinar las condiciones. Pero, le preguntamos, ¿te imaginas cómo andan las cosas para los y las jefes de sala en los teatros públicos? “La red de teatros públicos es otra historia. Eso es ‘jugar en otra liga’ –afirma irónica Belén-. Si únicamente tuviera que preocuparme de que el público entre y salga, en una o dos representaciones diarias, ¡eso sería maravilloso! Así estaría pendiente de todos y cada uno de los detalles que pudieran afectar al público. El problema en salas como la nuestra es que, a veces, es materialmente imposible estar al tanto de todo por falta de tiempo, y eso que ya llevas muy bien preparada la organización de todas las salas mucho antes de que comiencen a funcionar, para poder hacer frente a cualquier imprevisto. ¡Si no es así, estás vendida! Tienes que saber por dónde entra el público, por dónde sale, el tiempo que tarda en montar la escenografía y las luces cada compañía, la duración de cada representación… Yo soy un poco obsesiva con los cinco minutos porque tengo que controlar muy bien el tiempo que cada compañía puede permanecer en la sala. Ya se sabe que esto no es totalmente matemático, pero los tiempos que acumule en cada representación, se me van sumando a las posteriores y afectan en mayor medida a la última función del día”.

Su vida es estar constantemente pendiente de las manecillas del reloj porque cualquier alteración en el comienzo o en el desarrollo de las representaciones de cada una de las cuatro salas que tiene que coordinar, son el comienzo de los dolores de cabeza de Belén. Algo fundamental para la jefa de sala que, sin embargo, tampoco puede hacer nada para que una compañía acelere el ritmo de la función, por claro que esté que ya hay acumulado un retraso de quince minutos –pongamos por caso-. Ahí es donde entran ya los buenos oficios de la maestra de ceremonias, que es la otra cara del oficio de la jefatura de sala: “como rezar no nos va a servir de nada, lo único que puedo hacer es informar al público de las posibles incidencias e intentar trasladarle la calma y la comprensión necesarias en esas situaciones excepcionales que puedan darse. Por eso hay que tenerlo todo muy bien preparado, porque siempre puede surgir algún imprevisto (un foco, una bombilla que salta, o cualquier otra cosa). Pero en Los Luchana contamos con un grupo de gente muy implicada y, si no fuera por ellos, sería imposible que las cuatro salas funcionaran como un mecanismo de relojería”.

Controlar el estrés

Pero, le decimos, habida cuenta de que el imprevisto puede surgir, ¿dónde encuentras más comprensión: entre el público, la empresa o las compañías? Y Belén lo tiene muy claro: “por parte de las compañías y por parte del equipo técnico. Las compañías que vienen y ven el teatro, no solo cuando están representando, sino cuando asisten como clientes, se hacen muy pronto cargo de la complejidad del proceso porque son conscientes de que los problemas que ellos están viendo en primera persona son solo la cuarta parte de los que hay en ese mismo momento en todo el teatro… “. Menos mal que Belén debe de tener la tensión arterial baja porque, de otra manera, ya habrían habido muchas oportunidades de que le diera el infarto de miocardio: “¡yo creo que por eso sigo aún viva! –afirma entre sonrisas-. Pero también es cuestión de saber controlar el estrés, y eso se me da muy bien, tener la suficiente capacidad de reacción en los momentos de mayor tensión”. ¡Pero eso es psicología, no sociología!, le decimos a nuestra entrevistada, que vuelve a asentir entre nuevas sonrisas.

Posiblemente la razón de que hoy Belén García ocupe esta tribuna de una profesión tan desconocida por el gran público teatral como necesaria para que continúe el espectáculo, sea una situación que viví de cerca hace unos meses en Los Luchana. La primera función de una tarde de domingo, una sesión de teatro familiar, estaba teniendo ya un retraso de quince minutos para la siguiente función de la tarde noche, y eso estaba creando un cierto nerviosismo e inquietud entre los espectadores que ya iban acumulándose en la puerta de la sala. Pero allí apareció Belén, con su sonrisa tipo Gioconda, su tono de voz tranquilo, amable, comprensivo y convincente a la vez para dar breves explicaciones al público del porqué del retraso, al tiempo que pedía disculpas por ello, y la calma se extendió rápidamente. “El espectador ha pagado una entrada para asistir a una representación a una hora determinada y tiene todo el derecho del mundo a exigir que las cosas vayan según lo acordado. Lo que haya podido pasar dentro o fuera de la sala, le trae sin cuidado. Pero hay gente -gracias a Dios, creo que la gran mayoría-, que es muy comprensiva. Pero cuando, entre un grupo numeroso de gente hay uno solo que haga alusión a aquello de ‘ese no es mi problema’, el malestar se contagia a los de al lado, y eso en una sala como la 2, con un aforo de 289 personas, se hace mucho más complicado. Por eso no puedes hacer otra cosa que mantener la calma y seguir pidiendo disculpas, al tiempo que hay que tener mucho cuidado con los tiempos que das y por eso hay que estar en coordinación permanente con el equipo técnico, para que el tiempo aproximado de resolución de la incidencia que me den sea realista, para poder curarse en salud ante el público… A medida que te van pasando cosas, vas aprendiendo a saber qué decir, y qué no decir, y ya sabes cómo va a reaccionar el público ante una cosa u otra”.

Otras veces se crean pequeños problemas por cierta desinformación del espectador que, por ejemplo, acude al teatro con mucha antelación, o al creer que la sesión no es numerada: “en nuestro espacio, el hall es grande, mientras que en otros teatros el espectador tiene que esperar fuera, en la calle. Nosotros trabajamos mucho con público infantil, y la gente no se puede quedar fuera. Y, con las entradas agotadas en todas las salas, si la gente empieza a hacer fila de a uno por cada sala, pueden llegar a la Glorieta de Bilbao, así es que tenemos que hacerle ver al público que puede fluir por el hall, tomarse un café mientras espera, consultar los programas de otros espectáculos o charlar tranquilamente con otras personas porque siempre tienen su fila y su butaca asignadas. En esos momentos, y siempre, es muy importante que alguien salga a informar a la gente de qué es lo que está pasando, y es la mejor forma de que se tranquilice desde el minuto uno, porque sabe que alguien está trabajando para que se solucione la posible incidencia y que en la mayor brevedad posible van a poder pasar a la sala”.

Aunque algunos no ven muy clara la relación entre el teatro y los estudios de Sociología, Belén lo tiene muy claro: “me han servido de mucho. En el teatro hago sociología 24 horas al día –nos comenta al tiempo que sonríe abiertamente-. Hay que ser muy observadora, y yo lo soy. Cuando entro en una sala suelo apuntar siempre algo a mi equipo de trabajo: ‘la pata, la habéis dejado arrugada… Tenéis ahí una silla enmedio… El foco no lo habéis recogido’. Entonces suelen darse la vuelta y decirme: ‘acabo de entrar. No me había dado cuenta aún de nada de lo que me estás diciendo’. Y, claro está, no me queda más remedio que recordarles que parte de mi trabajo es, precisamente ese. El verano pasado teníamos un compañero encantador que solía decir que ‘Belén es como mi madre. Yo recojo la habitación y lo veo todo perfecto, y, cuando entra ella, de un vistazo, me dice todo lo que me he dejado sin recoger’. Sobre todo a la salida del público hay que estar pendiente de que todo esté despejado, que no haya en medio ningún obstáculo. Con las personas adultas se trabaja mejor, pero con las funciones infantiles hay que duplicar la atención y estar aún más alerta… Gracias a Dios, aquí nunca ha pasado nada a la hora de evacuar las salas”.

“¡La 1, adelante…! La 2, adelante!”

“Y, hablando de situaciones críticas, con las cuatro salas llenas, un estreno en la 2 –y con un montaje muy complicado-, se fue la luz en todo el edificio. Al tiempo, saltaron todas las alarmas, y yo, que estaba en la azotea (hay 4 plantas en el edificio), bajé a una velocidad como nunca jamás he corrido en mi vida para llegar al almacén, al cuadro eléctrico, a ver qué es lo que había pasado, subir el diferencial, reconectar la alarma de incendios, e ir pasando después sala por sala a ver si había ocurrido algo entre el público. Menos mal que, entre todo el equipo, estamos en comunicación permanente con un walkie-talki, y un auricular conectado siempre al oído, lo que nos permite conocer instantáneamente qué está pasando en todas las salas, sin tener que subir o bajar a cada una de ellas… En cuanto los compañeros comenzaron a decir ‘lo han incorporado… No pasa nada... La 1, adelante… La 2, adelante… La 3 adelante…’ no he sentido una sensación de mayor tranquilidad en mi vida. ¡Por fin pudimos respirar!”.

Lo mejor de un trabajo como el de jefa de sala –reconoce la socióloga- “es la posibilidad de conocer a muchas gentes del teatro, de interactuar con ellos, y de establecer lazos que van mucho más allá de lo aparente. En muchos montajes pasan cosas que, de no haber sido porque hemos reaccionado en el último momento, se les habría olvidado a los actores rescatar algún elemento del atrezzo. Tienes que tener la capacidad de salir corriendo a por un móvil, a por un cristasol, vaciarlo y limpiarlo porque utilizan un fliz que es fundamental en una de las escenas y no lo tienen, o que ya se ha dado el pip de sonido para entrar en escena y tienes que sacar cosas de donde están… Yo tengo siempre a mano un quitch de emergencia en la oficina (hilo, aguja, alfileres, velcro, pegamento, tijeras, flores de atrezzo, calcetines, medias…, un poco de todo). Si en algún momento he necesitado algo, lo añado también al quitch…”.

Cara y cruz

Insiste Belén, por activa y por pasiva, que para ella los tiempos son fundamentales, y que “si consigo ganar cinco minutos a una función, eso me da un margen muy grande de libertad para las siguientes. Si una compañía se ha olvidado de algo, y hay que subir a camerino a recogerlo, para bajar nuevamente a escena, no ganas para sustos, y eso puedo evitarlo con un gesto tan sencillo como el de haberlo previsto. Eso me ayuda muchísimo”.

¿Y con el público?, le preguntamos. Y la abulense nos confiesa que, aunque, en general, es maravilloso, “alguna que otra vez sí que he tenido algún encuentro muy desagradable. Más con el público familiar. Y eso me entristece mucho porque no es concebible que los adultos puedan llegar a un grado tan alto de agresividad en un teatro, en un espacio en donde se acude a disfrutar con tu hijo, es lamentable. A un compañero, un padre le llegó a empujar contra la pared y, además por una confusión del propio señor, que había comprado entradas para otro espectáculo, creyendo que era para ese día, y el hombre no entendía que no le podíamos dejar pasar a la sala sin la entrada correspondiente… Durante más de 15 minutos, estuve intentando hacerle entender que la compañía y la propia sala viven de las entradas que compran los espectadores… Finalmente el hombre abandonó el teatro, y, un minuto después, su mujer volvió para pedirnos disculpas por la actitud de su marido… ¡fue un momento muy violento!”

Pero es mucho más frecuente la otra cara de la moneda, la que surge como consecuencia de tratar de ser siempre atenta con el público. Aunque el espacio del hall no es para estar sentado, hay mucha gente que acude al teatro hasta con una hora de antelación, “…y, a veces gente muy mayor. Yo no puedo permitirme dejar a una persona mayor a pie quieto durante más de media hora hasta que se abra la puerta de la sala, así es que les ponemos unas sillas en la zona más tranquila. O ayudamos a subir un poco antes a la gente que lo necesita para que pueda subir el primer tramo de escaleras sin agobios. O le doy mi tarjeta personal a las personas con movilidad reducida para que se ponga en contacto conmigo antes de acudir a la sala y así poder reservarle un espacio adecuado en la primera fila… Cuando haces algo de esto, la gente es muy agradecida… Hay personas que vienen una vez al mes, o cada quince días, incluso alguna semanalmente. Eso da un conocimiento personal y directo con muchos de esos espectadores, y llegas a conocer aspectos íntimos que llegan a confesarte por determinadas necesidades personales…”. Belén se emociona al recordar a un matrimonio concreto, cuya mujer padece cáncer y le ha hecho más fácil poder acudir al teatro en varios momentos, hasta el punto de que la mujer le pidió en una ocasión si le permitía que le diera un abrazo. Un gesto que aún conmueve a Belén por el mero hecho de referirlo. “Eso te produce mucha ternura –termina diciéndonos Belén-. El trato personal es lo que puede diferenciarnos de otras salas, facilitar a las personas que se sientan cómodas viniendo al teatro y abrirles las puertas para que quieran volver…”

La socióloga y jefa de sala se atreve también a dar un pequeño tirón de orejas a algunos profesionales del teatro que, a veces, critican alegremente a otros compañeros amateurs sin fundamento: “nosotros tenemos varias compañías amateurs trabajando en Los Luchana que manifiestan más rigor, más esfuerzo en cada uno de los montajes que realizan, que muchas profesionales, aún con muchos años en la profesión… Creo que todo el mundo tiene su espacio. Y agradezco mucho la posibilidad de trabajar con compañías maravillosas, en las que todo el mundo trabaja a una, que es gente muy exigente y con mucho rigor. Así, pueden pedirme lo que quieran, pero cuando están dejando las cosas a ver qué surge, sin tener controlados todos los aspectos, y minimizando la importancia que tiene el equipo técnico en un montaje artístico… Eso me sorprende mucho. El área técnica es fundamental, son un intérprete más, y hay gente que deja ese aspecto como relegado a un segundo plano”.

Y, si antes Belén ya tenía un gran respeto por el mundo del teatro, después de estos cuatro años al frente de las salas de Los Luchana, ese respeto aún ha crecido más: "Sigo teniendo esa pasión como espectadora a la hora de ver un montaje y de que me transmita sensaciones, pero el verte involucrada desde dentro, en la cara que no se ve, para mí es verdaderamente fascinante. Hay un trabajo inmenso para que un espectador pueda sentarse y ver un espectáculo teatral y me parece que hay una parte del público que no es siempre consciente de eso".

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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