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Un acuerdo centrado es lo que el país necesita

viernes 26 de abril de 2019, 08:42h

Si existe un consenso general de todas las fuerzas políticas, tal vez el único, es que estas elecciones son cruciales para el país. Sin embargo, a renglón seguido, cuando piden el voto no está tan claro que lo hagan pensando realmente en lo que el país necesita en vez de atender a su particular conveniencia partidaria. Por eso resulta oportuno tratar de examinar las posibles articulaciones políticas en función de las necesidades del país y no ateniéndonos al revuelo y la hojarasca de los combates electorales partidarios.

Por decirlo con una provocación: si resultara que para los intereses del país lo conveniente fuera un pacto entre PSOE y PP habría que decirlo abiertamente, sin miedo a las críticas o las descalificaciones de café. En este país todavía cuenta demasiado el temor al que dirán en el círculo de amigos o en el caucus profesional. Pero no se preocupen, dada la cultura política española, las Grosen Koalitionen tan frecuentes en Alemania, solo pueden pensarse aquí para ocasiones de emergencia, casi como último recurso. Y pese a que la situación actual es preocupante, todavía no hemos llegado a ese extremo. Con mantener seriamente ciertas áreas logrando cuestiones de Estado ya es más que suficiente.

Cabe preguntarse, entonces, cuales son la alianzas entre fuerzas políticas que le convienen hoy al país. Claro, primero hay que leer correctamente las necesidades nacionales en esta coyuntura. Muy brevemente, cabe mencionar dos referidas a los problemas que muchos observadores mencionan: el empantanamiento político-institucional y los nubarrones que se advierten en el horizonte económico.

Varios observadores han señalado que se está produciendo un entrampamiento del sistema parlamentario a causa del efecto que está teniendo el sistema electoral (basado en los criterios d'Hont) sobre un escenario de fragmentación de partidos, siendo que estuvo pensado para un proceso bipartidista. Algunos, incluso recordando lo sucedido en la II República, sostienen que el actual sistema electoral está provocando que pasemos de un bipartidismo imperfecto a una bipolarización fragmentada. Algo que efectivamente se produjo, con mucha mayor gravedad, en los últimos años del drama republicano.

Sin restar importancia a tal reflexión, creo que por encima del mal funcionamiento de alguna de las herramientas del sistema político (como la normativa electoral) lo que hundió la República fue la naturaleza de la cultura política hispánica, donde el sentido de Estado y la valoración del carácter sustantivo de la democracia brillaron por su ausencia. Y salvando todas las distancias en lo que se refiere al contexto estructural, también en esta ocasión son las falencias de nuestra cultura política lo que sigue entrampando el sistema político surgido de la transición.

En cuanto al plano económico, sin alarmarse demasiado, es necesario observar con atención los nubarrones que aparecen en el horizonte. Seamos sinceros, ya estamos instalados en Europa y el mundo en un proceso de desaceleración y solo la diosa fortuna y la precaución nos evitaría que entráramos de nuevo en una recesión. No está la cosa para alegrías ni desatenciones: eso ya lo hizo el desinformado Zapatero y así nos fue. Sería una estupidez suicida repetirlo.

Los datos negativos de la evolución última del desempleo deberían constituir una señal de alarma suficiente. Cierto, algunos economistas ya advirtieron que la elevación del salario mínimo podría asustar al pequeño y mediano empresario, que, ante el aumento de los costes salariales, se lo pensaría dos veces antes de hacer nuevas contrataciones. Y cerca de los tres cuartos del empleo que se genera depende de estos empresarios. Es difícil saber si el incremento a 900 euros ha tenido algún efecto sobre el reciente incremento del desempleo. Pero esa cifra debería ser el techo durante este año y las propuestas de dar otro fuerte tirón como propone Podemos deben calificarse de pura demagogia. Alguien que, a la vista de la evolución del paro, siga proponiendo elevar de golpe el salario mínimo a 1.200 euros, se descalifica de inmediato como posible partido de gobierno.

Estas preocupaciones políticas y económicas son las que han de guiar las posibles alianzas partidarias para el 29 de abril. Desde luego, algunas de ellas vendrán determinadas por el propio resultado de los comicios. Por ejemplo, si la suma de escaños entre PP, Ciudadanos y VOX diera para una mayoría absoluta en las Cortes, ya sabemos lo que vendría: una repetición de lo sucedido en Andalucía. Y si el PSOE obtuviera mayoría absoluta por sí mismo, tendríamos con seguridad un gobierno monocolor. Pero no es muy probable que ninguna de estas dos cosas vaya a suceder. Todo indica que la fragmentación del voto hará pivotar la responsabilidad de estabilizar el país sobre dos fuerzas políticas: PSOE y Ciudadanos. No parece que el PP tenga una verdadera remontada, aunque tampoco una caída tan pronunciada. Y todo apunta a que Podemos se desploma apreciablemente, sobre todo en la “España vaciada”.

Así las cosas, si los escaños de PSOE y Ciudadanos dieran para una mayoría absoluta (o casi), ambos partidos deberían abandonar sus filias y fobias y pensar realmente en lo que le conviene al país. Sánchez debería olvidarse de la hiriente descalificación de Rivera de que habría abandonado el constitucionalismo (el famoso cordón sanitario) y de todos los adornos de golpista, mentiroso y demás flores propias de la contienda electoral. También debería Sánchez dejar de hablar de Ciudadanos como una derecha mas, porque eso no es lo que declara Ciudadanos y si no pudiera adscribírsele como estrictamente un partido de centro, al menos debería admitirse que lo sería de centro-derecha. En este contexto destaca la prudencia de Sánchez cuando le preguntan si podría hacer una alianza con Ciudadanos, negándose a descartar esa opción.

Más difícil lo tiene Ciudadanos, que ha negado múltiples veces la posibilidad de pactar con Sánchez tras las elecciones. Pero tendría que tragarse esa negativa, si es evidente que eso es lo que necesita el país. También en este caso, Rivera debería olvidarse de las exageraciones de campaña. Respecto de Cataluña, es cierto que Sánchez ha hecho concesiones a los secesionistas catalanes, pero ahora, presionado por su militancia y sus votantes, no ha tenido más remedio que ser mucho más claro conforme avanzaba la campaña, para negar radicalmente una negociación que incorpore un referéndum y el desconocimiento del marco constitucional. Y no parece que ese camino tenga una fácil vuelta atrás. Por otra parte, es cierto que la forma de hacer política de Sánchez tampoco es ciertamente virtuosa: el escándalo sobre RTVE y como se cerró (anunciando el candidato y no TVE que finalmente iba el debate a cuatro) es sólo la última muestra de la relación de Sánchez con la política. Pero muchas veces el curso de la historia se hace mediante personajes no precisamente edificantes. A este respecto siempre recuerdo aquella recomendación que nos hacia el veterano Fernando Claudín a los jóvenes turcos de Zona Abierta (Ludolfo Paramio, Jorge Martínez Reverte y quien suscribe): “No se preocupen tanto por las características negativas de un dirigente, porque si el viento de la historia sopla fuerte será como una hoja seca que es arrastrada detrás”. En suma, Rivera deberá examinar con toda la objetividad posible lo que es conveniente para el país, independientemente de sus preferencias personales. Algo que también es válido para toda la ciudadanía, si es que fuera posible, más allá del que dirán, pensar con algo de sentido de Estado a la hora de depositar el voto.

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