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82 vascos en el 'Cuba'. 'Que sean jelkides'

viernes 26 de julio de 2019, 16:45h

“Si la rana salta y se ensarta en la estaca, ¿de quién es la culpa?. ¿De la rana o de la estaca?”. Con esta plasticidad y simpleza tropical justificaba la represión en Venezuela su dictador Juan Vicente Gómez fallecido en 1936.A él le sustituyó su ministro de Defensa, Eleazar López Contreras quien en 1938 reconoció el régimen del General Franco, pero su dictablanda comenzó a abrir poco a poco la mano hasta el punto de que una serie de intelectuales del país ,entre otras iniciativas, propiciaran la apertura de sus fronteras a un tipo muy especial de exiliados que se encontraba en Europa. Con Koldo San Sebastián hemos rescatado esta historia.

En dicho Plan, se decía: "Nuestra demografía es estacionaria y por consiguiente necesita aportes de sangre nueva que promuevan su favorable crecimiento. Venezuela no será jamás un gran país sin un paralelismo armonioso entre su potencialidad económica y el factor humano".

En este marco, se produjo el informe del doctor Gonzalo Salas. Este partía de la premisa de la necesidad que tenía Venezuela de una inmigración proclamada en todos los medios de comunicación. "La inmigración es pues una necesidad que no admite discusión; y no la admite, porque si no nos decidimos a afrontar el problema y a resolverlo de manera metódica y racionalizada, tal vez estemos condenados a desaparecer del concierto de los pueblos libres”.

Simón Gonzalo Salas defendía una emigración étnicamente homogénea y políticamente moderada (que debía, por un lado, compensar el temprano reconocimiento del régimen franquista y, por otro, no avivar las iras de los influyentes sectores anticomunistas). Se daba cuenta que una inmigración incontrolada podría hipotecar el país y ponía, como ejemplos negativos, los de Argentina y Brasil. Por el contrario, era partidario de lo que calificaba como experimento australiano.

En un momento de su Informe, Simón Gonzalo Salas se preguntaba, ¿Dónde están esos emigrantes?: "Esos emigrantes son por ahora 80.000. Son vascos y están en la actualidad en Francia, deseosos de venir. Podría decirse que hoy están huérfanos de su gran Patria y acogerían a la nuestra con el músculo y con el corazón. Están exentos de tutelaje extranjero y, por tanto, con ellos está salvado el más grave inconveniente cuando se presente el problema de la inmigración". De los vascos exiliados, Gonzalo Salas se centraba en concreto en los pertenecientes al Partido Nacionalistas Vasco: "La ideología político-social del PNV no se amolda ni con la concepción marxista de las sociedades humanas, ni con la mentalidad petrificada del elemento conservador, enemigo de toda innovación justa y ajena a los principios de una justicia social bien entendida”. Toda una definición que sigue vigente.

Esta campaña sorprendió sobremanera al Gobierno Vasco exiliado. Sus representantes pronto se movilizaron para conocer su alcance. En la primavera de 1939, el escritor e intelectual Arturo Uslar Pietri fue nombrado director del Instituto Técnico de Inmigración y Colonización, al que se incorporó, como subdirector Simón Gonzalo Salas. Ante las demandas existentes y desde el convencimiento de que una inmigración vasca sería útil para el país, Uslar accedió e, inmediatamente, se iniciaron las gestiones.

Las negociaciones en París las llevaron en un primer momento, por parte venezolana, Eduardo Monsanto, y el ya citado Simón Gonzalo Salas. Por parte vasca, se encargaron en un primer momento el vicepresidente del Gobierno Vasco, Jesús María de Leizaola, y Julio de Jáuregui. En el convenio se acordó "la emigración de equipos de diferentes especialidades, mediante la aceptación de condiciones económicas excepcionalmente convenientes y con garantías que se obligan a cumplir ambos contratantes". Los exiliados salían de Francia con un contrato de trabajo por tiempo indeterminado. El Gobierno venezolano les anticipaba los gastos de viaje e instalación, comprometiéndose los vascos a reintegrar el montante de esos gastos en un tiempo prudencial.

Tras firmar los contratos y recibir los visados, el primer grupo (fueron cinco) inició el viaje. A este, se sumó un joven oficial de la Marina Mercante, Ricardo de Maguregui, quien en el tren que le llevaba a Le Havre para embarcan le entregaron una carta del Euzkadi Buru Batzar, nombrándole responsable de aquella expedición. En dicha carta, se decía: "EI Partido Nacionalista Vasco desea que esta primera expedición de vascos a Venezuela lleve un buen orden, y a la vez necesita tener conocimiento de todas las incidencias de la misma, tanto durante el viaje como a la llegada a Venezuela y mientras van colocándose en los diferentes puestos nuestros compatriotas expedicionarios. Para este fin delega el PNV en usted la representación provisionalmente en tanto se establezca alguna delegación definitiva para este grupo expedicionario”.

El día 24 de junio, 82 vascos -hombres, mujeres y niños- se concentraron en el puerto francés de Le Havre. Dedicaron la jornada a la revisión de pasaportes y visados. En la madrugada del día 25, el grupo, acompañado por Julio de Jáuregui, Miguel José Garmendia, Otalora y el periodista José Olivares Larrondo 'Tellagorri', oye Misa, oficiada por monseñor Lemaire que se había distinguido por su ayuda a los niños vascos refugiados en Francia. A las ocho de la mañana, el grupo fue trasladado al puerto en autobuses, embarcando una hora más tarde a bordo del paquebote Cuba, de la Compagnie Genérale Trasatlantique ante la curiosidad de los demás pasajeros entre quienes se encontraba un grupo de refugiados judíos. Sonó el txistu de Segundo de Atxurra que interpretó el Agur Jaunak y el himno nacional vasco. Fueron momentos especialmente dramáticos. Entre los pasajeros había algún herido de guerra. Muchos dejaban en Francia mujer e hijos en vísperas de la otra guerra anunciada que estallaría en septiembre.

Tras hacer escala en Southampton, el 4 de Julio de 1939, tocaron el primer puerto americano: Point de Pitre (Guayana). Desde allí, Maguregui escribe a la dirección del PNV, detallando los pormenores del viaje hasta entonces. El día 29 de junio, el grupo vasco celebró la festividad de San Pedro. No faltaron la música y los bailes. Oficia la Misa monseñor Víctor Sanabria, Obispo de Alajuela (Costa Rica). El prelado costarricense estableció una relación de amistad con el grupo y, al llegar a La Guaira, le entregó una carta de recomendación para el arzobispo de Caracas. Por otro lado, en su informe, Maguregui señalaba: "Observo que, a medida que nos acercamos a América, la gente se siente más preocupada, a pesar de todo, el ambiente general es de confianza y ánimo”.

En las primeras horas del día 9 de julio de 1939, el Cuba atracó en el puerto venezolano de La Guaira. A las 7 de la mañana, subía a bordo Arturo Uslar Pietri, acompañado de Antonio Arraiz, Roberto Álamo Ibarra y Vicente Fuentes. A las 9 de la mañana, Maguregui envió un telegrama a Villa Endara (sede del PNV), comunicando la llegada del grupo vasco Venezuela. Toda la prensa venezolana se hizo eco de la llegada de los refugiados vascos. El Diario Ahora dedicó una página, con gran profusión de fotografías, a este evento. Destacaba que, entre los recién llegados, se encontraban médicos, ingenieros, contables, agricultores y obreros especializados. El domingo 16, el grupo asistió, en la parroquia de Santa Rosalía, a una Misa cantada oficiada por su párroco, el padre Tenreiro, amigo del canónigo Alberto Onaindia, asesor del Lehendakari Aguirre con quien había estudiado en Roma. A las once de la mañana, acompañados por Arturo Uslar Pietri y Simón Gonzalo Salas, los vascos hicieron una ofrenda floral en el Panteón Nacional, donde se encuentran los restos de Simón Bolívar Como se había acordado con las autoridades venezolanas, se canta el Agur Jaunak y el himno venezolano. Sin embargo, uno de los refugiados, Esturo, por iniciativa propia, pidió permiso a Uslar Pietri para interpretar el Euzko Abendaren Ereserkia (himno nacional vasco). Lo que era costumbre dio lugar a una polémica política. La Esfera, un periódico muy reaccionario y pro-franquista, que mantenía una cruzada permanente contra todo lo que oliera a izquierda, publicó una información sumamente crítica, diciendo que se habían cantado 'himnos comunistas” en el Panteón Nacional en presencia de un alto funcionario del Gobierno y con su anuencia. Por su parte, José Antonio Sangróniz, representante franquista en Venezuela, presentó una nota de protesta. El asunto no tuvo mayor trascendencia porque el general López Contreras no le dio importancia. No obstante, dicho incidente era un reflejo de la situación política de Venezuela en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.

Ocurrió hace ahora ochenta años y en el Alderdi Eguna tendremos una txozna con este recuerdo. ”Hace ochenta años, Venezuela nos abrió sus puertas. Hoy nos toca a nosotros”. Es toda una historia que obliga.

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