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El constitucionalismo no está dando la talla

lunes 21 de octubre de 2019, 15:46h

Como era de temer, el constitucionalismo, con sus expresiones más relevantes, no esta dando la talla en la presente crisis. Claro, cabe la pregunta: ¿Y en que consistiría dar la talla ante el incendio del conflicto en Cataluña? ¿En hacer una condena unánime de la violencia? ¿En resolver un problema de orden público? Desde luego que no. Hay que evitar perderse en asuntos tácticos y puntuales. Es necesario situar esta grave crisis en la perspectiva estratégica del conflicto de fondo, que no es otro que el que consiste en evitar la secesión de una porción del territorio español. Es respecto de esta perspectiva que la batalla política actual supondrá un avance importante para alguno de los dos principales contendientes: para el secesionismo o para quienes nos oponemos a éste, desde la defensa del orden constitucional.

Hace tiempo que insisto en que la respuesta violenta a la sentencia del Tribunal Supremo sobre el proces iba a suponer un episodio crucial, que condicionaría poderosamente la situación política, incluyendo la campaña electoral. Y al parecer, ese ha sido el primer error de cálculo de las fuerzas constitucionalistas: creer que esa respuesta no sería para tanto. Los periodistas que asistieron a la celebración del pasado 12 de octubre han dado cuenta del ambiente optimista que existía entre los líderes políticos. Por eso esta semana trágica de Barcelona les ha cogido bastante desprevenidos.

No fue ese el cálculo del secesionismo. Entre las fuerzas independentistas hace tiempo que la respuesta a la sentencia era vista como un segundo tiempo del partido que fue suspendido en el intermedio y cuyo primer tiempo concluyó con bastante frustración. Después del gol de media cancha que le metieron al Estado al lograr la celebración del referéndum ilegal, la proclamación de la independencia por breves horas tuvo un regusto especialmente amargo. Era necesario recuperar el terreno perdido. Ya lo dijo explícitamente Quim Torra al ser nombrado President, por designación de Puigdemont: había que volver a establecer otro momentum y en esta ocasión, el momento crítico debía ser producto de una mejor articulación de la acción institucional y la presión de la calle. Por eso, al mismo tiempo que Torra colocaba la Generalitat abiertamente al servicio del secesionismo, no tuvo empacho en decirle a los CDR aquello de “apreteu, apreteu”.

En otras palabras, para el secesionismo, la respuesta a la sentencia era vista como el arribo a ese (segundo) momentum, esa coyuntura crítica que permitiría un considerable avance en términos estratégicos. Quizás el único problema era de límites; es decir, poder tener un control relativo del activismo violento llegado el momento.

Por el contrario, para las fuerzas constitucionalistas esta crisis se enfrentó a la defensiva. Metidos en la dinámica de una campaña electoral, la principal preocupación consiste en cómo hacer para aumentar su particular caudal de votos. La explosión violenta del momentum parece haberles incomodado el paso. Así, la posibilidad de aprovechar la crisis para producir un avance estratégico en el conflicto de fondo, un cambio favorable en la correlación de fuerzas, simplemente no aparece en su agenda.

Por esa razón, el Gobierno de Sánchez evita por todos los medios tomar medidas contundentes, al menos hasta el 10 de noviembre. Y los partidos de la oposición sólo aprovechan la oportunidad para criticar, cada uno por su lado, la inacción de Sánchez. Pero no hay una propuesta consensuada de respuesta a la acción violenta del independentismo, que permita avanzar en el conflicto de fondo. Ni siquiera parece claro la fórmula concreta de hacerlo: ¿Ley de Seguridad Nacional? ¿Artículo 155? La nebulosa al respecto trata de disimularse con frases ambiguas como “exigimos del Gobierno la inmediata respuesta…” Y hay que decirlo claramente: también la Corona se ha tentado las ropas en esta oportunidad. No me parece muy oportuno recurrir al tópico de pasar a las siguientes generaciones el problema que nos aflige hoy, diciéndole a su hija aquello de que hay que tener coraje para servir al país. La mitad de los catalanes (esos “Otros” que menciona Fernando Vallespín) esperaban algo de ese coraje real en este momento.

Tampoco me parece presentable la actitud de VOX. Abascal insiste en subrayar que la fuerza política que dirige es netamente constitucionalista. Pero frecuentemente se coloca en los límites de la Constitución. En esta oportunidad, su aporte consiste en aparecer como los más duros del patio. Lo que hay que hacer es “esposar inmediatamente a Torra”, “declarar el Estado de sitio” y ocurrencias de ese tipo. Como si lo que permitiera operar la crisis para avanzar estratégicamente en el conflicto de fondo, fuera ser y parecer lo más rudo posible. Claro, no hay que descartar que con esa actitud ruda este consiguiendo algunos votos más. Pero con ello no estaría haciendo algo diferente de lo que hacen las fuerzas políticas que tanto critica.

No es la rudeza, el exabrupto, la ira altisonante lo que permite cambiar la correlación de fuerzas a favor del constitucionalismo. Es la inteligencia, la capacidad para identificar los objetivos, los medios y el tiempo a operar lo que permitirá un retroceso sustantivo del secesionismo. Por ejemplificar de forma concreta lo que parece posible, creo que, ante los elevados niveles de violencia de las noches del miércoles y el jueves, era posible impulsar desde el Gobierno dos medidas complementarias: poner en marcha la Ley de Seguridad Nacional y apercibir a Quim Torra de que, o bien la Generalitat cambiaba de rumbo a favor del orden constitucional, o habría que imponer el 155 en Cataluña. El clima político en España y en Cataluña recibiría favorablemente esa actuación. Y difícilmente los niveles de violencia se incrementarían mas allá de lo que ya estaban.

Con esas medidas impulsadas, no se trataría de llevar la actuación a los extremos. Pueden señalarse dos objetivos intermedios alcanzables. El primero aumentar la debilidad de Torra, porque el Gobierno dejaría claro que su actuación se centraba en el desprestigiado President y no tanto en la suspensión de la autonomía. El Gobierno daría muestras de que el apercibimiento a Torra no significaba poner obligadamente en marcha el 155 de inmediato, sino colocar en alto la espada.

El segundo objetivo posible consistiría en ilegalizar las organizaciones y estructuras violentas del secesionismo. Además de controlar plataformas como “el tsunami democratic”, la principal acción consistiría en ilegalizar los Comités de Defensa de la República, los famosos CDR, que están detrás del curso del incendio. perseguir las organizaciones manifiestamente partidarias de la acción violenta, sin afectar al resto de las organizaciones y partidos separatistas, constituiría una actuación política perfectamente proporcionada, que, sin embargo, mostraría la solidez del Estado de Derecho ante el chantaje violento.

Desde luego, actuaciones consistentes y no extremas como las sugeridas serían posibles sobre todo si contaran con el apoyo consensuado del resto de las fuerzas constitucionalistas. Pero pensar rigurosamente en un curso de acción de este tipo es precisamente lo que no está entre las prioridades de los partidos en la actual coyuntura, mucha más preocupados por ganarle una porción de votos al contrincante e incluso al aliado político. La cuestión es que la ausencia de actuación en el momento oportuno (entre miércoles y viernes de la semana pasada, cuando la violencia era extrema) está permitiendo a Torra y al secesionismo recuperar la iniciativa política y hacer solicitudes de dialogo, cuyo rechazo por parte de Sánchez también es usado para buscar un incremento de la imagen victimista del secesionismo institucional. Habrá que ver si esa oportunidad perdida para cambiar la correlación de fuerzas vuelve a presentarse de nuevo.

Puede afirmarse que si la grave crisis actual no concluye con una derrota espectacular del constitucionalismo es porque la competencia política también sacude a las fuerzas del independentismo. La ruina política del energúmeno Torra es ya irreversible y la desesperación de Puigdemont por evitar que ERC acabe consiguiendo la hegemonía completa del secesionismo, están provocando turbulencias en el campo del secesionismo que podrían ocasionar que este deseado momentum también se cerrara con un empate en términos estratégicos. Lástima que no esté siendo posible un avance del constitucionalismo que permita superar el enquistamiento de este nefasto conflicto de largo plazo.

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